Encendió aquel cigarrillo.
Y le sorprendió de que apenas le temblaran las manos.
Se echó hacia atrás en
la mecedora. Y contempló el horizonte.
El sol se ocultaba tras
las colinas en una bella vista. Entonces dio la primera calada. Y quién sabe
por qué, se acordó de la primera que
había dado en su vida. De todo lo que representó: Un manojillo de metáforas, de
sensaciones, de todo lo que él quería ser. Que sería muy diferente a toda la
mediocridad que él pensaba que le rodeaba.
Vinieron luego todos
aquellos momentos, aquellos flashes luminosos, de cuando era joven. Llenos de
amor, de belleza, de plenitud y de fuerza: chispazos de camaradería, de risas,
de diversión, De la paz sedosa entre las sábanas tras hacer el amor.
Y los puros de los
bautizos de sus hijos. Esos alumbramientos cegadores que llenaron su vida un
cuarto de siglo más. Hasta que volvió la soledad.
Y, luego, más tarde,
todas las caladas que vinieron para combatir y compensar la ansiedad de cada
día, y las frustraciones. Los engaños de los oropeles y de las zanahorias. El
consuelo ante tanto dolor.
Luego dejó de fumar.
Como de tantas otras cosas. Aunque no del todo. Como la vida se va yendo. Nos
va dejando. Aunque no del todo.
El sol se había
ocultado casi ya. Y, en un momento, no supo ni cómo, tuvo la certeza, estas
cosas dicen que se saben cuando llegan, de que aquel sería el último
cigarrillo. Tal vez fue aquel ligero vértigo en el horizonte, aquel remolino
del paisaje, que en realidad era el remolino de toda su vida.
Y sus ojos se quedaron,
luego, fijos en la lontananza. No llegaría a recordar ya si en los últimos
rayos luminosos del sol o en las penumbras oscuras de la umbría.
Y el cigarrillo siguió ardiendo entre sus
dedos. Borrando las huellas únicas de sus yemas. Quemando todos los rastros del
dolor.
Hasta que por fin se
apagó. Como se apaga toda luz. Cuando viene el último silencio.
Solo las volutas
siguieron ascendiendo por el firmamento. Cada vez más alto. Cada vez más
difusas.
Hasta más allá de las
estrellas. Esas luciérnagas luminosas,
que ahora él lo sabe, son los
rescoldos que quedan de todas las ilusiones, de todos los desvelos, de todos
los amores, que se han acumulado desde
que el mundo es mundo.
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