Pronto navegará por tus venas
el corrosivo óxido que aniquila
todo lo que encuentra.
Ese día morirán también algunas flores
como brotes de sangre
roja en el verde del jardín.
Y algunos pájaros se desplomarán
en pleno vuelo
como estallan en el aire
las pompas de jabón.
Quedará todo lo que tú hiciste
esparcido sin pudor sobre la mesa,
hasta que lo recoja el plumero del tiempo,
que llena de cosas inservibles
los contenedores de tu calle.
Y, en unos años, serás
la tumba sin nombre,
el rincón olvidado
que nadie visita.
¿Qué quedará de ti?
¿Solo la fugacidad de la fragancia de la
rosa,
o el escorzo, brevísimo, de un ave alegre
que cruza el cielo
en
un instante de luminosa eternidad?
Serás,
más bien, esa brizna seca
que arrastra la lluvia,
por las sinuosas laderas,
que llegan hasta el río en el que flotan
los troncos de esos árboles caídos
a los que carcomió el reloj
del tiempo y de la vida.
Formarás parte pequeñísima
de ese légamo, entrañable e infinito,
que abonará las fértiles riberas,
donde crecerán de nuevo
la alegría
y
la belleza de las flores.
Donde asentarán sus raíces
los nuevos y
esbeltos árboles,
en los que anidarán los gráciles
y
cantarines pájaros,
que harán alzar la vista
a los curiosos niños,
revestidos de
inocencia
y de futuro.
Que
jugarán llenos de contento
con ese breve instante
de
tiempo y de luz,
que
iluminarán tu silueta
de nuevo otra vez
Como
cuando observabas los brotes
rojos en el verde del jardín.
Y un vencejo cruzaba,
raudo,
por
los confines
del
ancho cielo.
DE POEMAS DEL ÚLTIMO CAMINO Y DE LAS ÚLTIMAS FLORES.