jueves, 30 de octubre de 2025

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

 








La vida está llena de segundas oportunidades. Si fracasáramos por no lograr la primera, andábamos listos. Yo tengo varias novelas sobre las segundas opciones que aparecen tras no alcanzar la primera. El claxon, El astrónomo, de forma muy clara y, en varias otras más, aparece un trasfondo de este ciclo vital.

Todo esto para decir que mi nueva novela anda por los vericuetos, por las griferías, que circulan entre mi agente y las editoriales. Vete tú a saber, con lo lentas que son, cuándo me dirán algo. Así que, fíjate tú por cuánto, ha aparecido en mi horizonte, en el entretanto, un proyecto que me ilusiona sobremanera: se llamará “Destellos” y solo puedo decir que aunará texto e imagen. Se me ocurrió el otro día mientras me duchaba y en estos días me pondré a ello. Espero tenerlo listo antes de que pase el año.

¡Ah, las segundas oportunidades! Qué sería del mundo, de nosotros, sin ellas. Hace algún tiempo escribí este relato…

LAS VÍAS DEL TREN

La niña le dijo, sin hablar, adiós. Con aquellos ojos negros, profundos y misteriosos, que temblaban de pena.
Luego ella se dio la vuelta ante lo irremediable. Y le ofreció al chaval un último recuerdo con su melena, que era como una densa cortina con la que ocultar las lágrimas.
Acortarían la distancia con las cartas que se escribirían todas las semanas. Y, además, podrían sentirse, el uno al otro, inclusive a cientos de kilómetros, poniendo el oído en la vía del tren que unía sus dos lejanas ciudades.
Sin embargo, él solo recibió las dos primeras, aunque cada semana seguía enviando, puntualmente, la suya.
Así pasaron los meses, mientras una honda pena iba llenando el pozo de su amargura hasta el brocal.
Como cada día, aquella mañana se acercó a la vía. Puso su oído sobre el raíl. Había llorado tanto y se sentía tan deprimido que se quedó dormido allí mismo.
Vino el tren. Él no sabría explicar cómo lo vio sin despertarse. Y le segó la cabeza.
Sólo sintió cómo el agua de aquel pozo se teñía de rojo e inundaba los raíles como un inmenso lago.

Su mamá lo despertó para ir a la escuela. Y, sorprendido, se encontró descansado y alegre.
Cuando llegó a la vía, ya no en el sueño sino en la realidad, puso de nuevo su oído en ella. Aquel día sintió como un pálpito extraño.
Pero el cartero, como siempre, no tenía ninguna carta para él.
Abatido, entró en la escuela. Y, de repente, se topó con unos ojos azules, de cielos limpios y claros, que también lo miraron.
La hija de los nuevo ferroviarios acababa de llegar. Por muchas razones, nunca la olvidaría.