Yo sé que, cuando llega la noche, a veces te
sientes un mentiroso. Lleno de una falsedad hiriente que te llena de congoja. Y
le echas la culpa, tanto como a ti mismo,
al mundo entero que, tal vez, también sea así.
Quizá lo que pasa, es
que piensas que, en realidad, todo es como una baratija de mercadillo: una
verdadera basura, sin valor alguno, solo groseramente embadurnada con una fina
capa de pintura dorada, que tapa toda la costra de suciedad que hay debajo,
como la roña que tú crías, acumulando, día a día, tantas apariencias y tantos
miles de mentiras.
Sí, cuando llega la
noche, tú te vas a dormir y, a veces, piensas que morirás en sueños y nunca más
abrirás los ojos.
Y eso te duele. Y te
avergüenza la herencia que verán a tu alrededor los que vengan a despertarte.
¿En qué momento dejaste
de ser tú? ¿En qué cruce de caminos elegiste el del lago pestilente en que te
bañas? ¿Cuándo moriste sin darte cuenta y te convertiste en ese cínico autómata
y obediente que baila al compás de la música que alguien pone para amansar a
las fieras?
Sí, ya has descubierto
que nada es lo que parece. Que el mundo es un juego de espejos en el que todos
nos miramos y no podemos vernos.
Cuando llega la noche y
te cercan las tinieblas preferirías no haber nacido. Para poder hacerlo de
nuevo y empezar desde cero.
Sí, algunas noches,
solo algunas, ves las cosas con una claridad tan grande y te asustas tanto, que
vas corriendo a ponerte una película divertida en la tele, o llamas a alguien
gracioso para que te cuente el último chiste, o te pones un whisky doble, uno
detrás de otro quiero decir, hasta que se te cierran los ojos.
Y puedes dormirte,
entonces, tranquilo. Como si nada pasara.
Y sueñas, luego, o eso
crees, que una vez tuviste sueños. Y hasta fuerzas para llevarlos a cabo.
Quizá por ello te
levantas al día siguiente con una energía nueva. Con unos gramos de rebeldía.
Luego, todo ese montón
de reglas, que te vas encontrando a cada paso que das, te van ahormando otra
vez. Empequeñeciendo.
Y acabas como todos.
Como una hormiga más, anónima y gris, que se arrastra por el asfalto. Y por
todas esas superficies que tú sabes que no llevan a ninguna parte.
Francisco Rodríguez Tejedor, para el blog
www.eldiaquefuimosdioses.blogspot.com