sábado, 27 de octubre de 2018

EL SECRETO DE LOS VIAJES









“Los viajes son en la juventud una parte de la educación y, en la vejez, una parte de la experiencia”


Francis Bacon


  ¿Tú sabes por qué se recuerdan tanto los viajes? — me pregunto cuando acabo de volver de uno —. Yo creo que es —me contesto yo mismo—  porque al final te das cuenta de que en un viaje está, concentrada, toda la vida.
La vida es como un viaje, con un origen y un destino, a veces, desconocidos y, entre medias, cosas que hacer, objetivos que alcanzar, ilusiones que cumplir. Cada uno se busca las suyas: hablas contigo mismo mientras miras sereno el paisaje y descubres nuevos colores que te acarician el terciopelo de tu alma o, tal vez, degustas la gastronomía por donde pasas y pones en pie los sentidos que se desperezan por todos los rincones de tu cuerpo o, quizá, compartes parte del trayecto con alguien a quien amas y sientes entonces la alegría de la hiedra que crece por la pared blanca, o te miras en el espejo del río y ves cómo el tiempo avanza por tus sienes, hasta que, al final, llegas a tu destino.
Porque siempre hay un destino final, donde el viaje se agota, donde la vida se termina.
Lo que pasa con los viajes es que son solo como un ensayo de la vida. La vida solamente tiene un disparo, mientras que tú puedes pertrecharte con una cartuchera llena de viajes. Por eso pienso yo que los recordamos tanto.
     Los viajes son como los juegos de los niños, en los que ellos aprenden, practican la gimnasia de la vida. Sí, por eso se recuerdan tanto los viajes, como los niños recuerdan lo felices que eran jugando.

Extraído del libro: "Mil palabras para el optimismo"
Foto: Alicia Rodríguez Tejedor, coautora del libro "Soñadores".

lunes, 15 de octubre de 2018

LA MARAVILLOSA CADENA DE ENSEÑAR Y DE APRENDER UNOS DE OTROS








     















Decía Maurice Debesse: “La educación no crea al hombre, le ayuda a crearse a sí mismo”. Y Sócrates, el gran sabio griego: “No puedo enseñar a nadie, solo hacerles pensar”. Y, por último, y con lo que me quedo hoy, es en lo que creía el gran Nelson Mandela: “Enseñar a otros cómo conseguir sus sueños es el arma más poderosa que puedes utilizar para cambiar el mundo”.
     Ojalá uno fuera la mitad de sabio, o la cuarta parte de buen maestro, que estos grandes hombres, pero la experiencia de enseñar siempre me gustó. Y de aprender y rodearme de gente joven.
      El otro día nos invitaron a Fundación Tomillo, esa gran ONG que cuenta ya con 700 profesionales y cooperantes y que están haciendo una grandísima labor en la formación y en la empleabilidad de jóvenes, y no tan jóvenes.
     Tienen un curso de Emprendimiento que se llama ïtaca, como la tierra de promisión de Ulises,  y todos sus alumnos de este año, habrá tres o cuatro sesiones más, van a contar como regalo un ejemplar de nuestro libro Soñadores, patrocinado por algunos protagonistas reales del libro y también por los autores.
       Fue una auténtica experiencia docente y discente y también compartir presentación con mis hijos, con los que no siempre estoy de acuerdo, ni mucho menos, y, además, mucho más cercanos en edad a la mayoría de asistentes. Es decir, por el mismo precio uno enseña y a la vez aprende.
        Fue en la calle Serrano de Madrid, en un precioso chalet, que luego nos enteramos que era la casa familiar de la familia Lantero, los precursores de Fundación Tomillo hace ya más de 30 años y a la que donaron este elegante y valioso inmueble. Eso son donaciones y lo demás tonterías.
         Volveremos a Tomillo en otras sesiones presentando a emprendedores y maestros visionarios protagonistas del libro. Y también a aprender de personas que ese  día hacen de alumnos pero que también son maestros en mostrar y  compartir sus sueños.

        NOVELA “SOÑADORES”: primeros capítulos en:

lunes, 8 de octubre de 2018

EL OPTIMISMO DE UN BELLÍSIMO DÍA DE SEPTIEMBRE












“Contra el optimismo no hay vacuna”
Mario Benedetti

“El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos desgraciados”
Voltaire

LA VIDA INTERMINABLE

                   A veces pienso que el destino juega con nosotros. Somos como la hojarasca que alfombra las calles a la que el viento lleva de un sitio a otro a capricho, a su voluntad.  Y entonces nos llenamos de temores, de ese miedo tan íntimo e importante que nos produce nuestra pequeñez, nuestra fragilidad.
                  Yo recuerdo que, de niño, me refugiaba en mis recuerdos, de cuando mi familia era feliz antes de que la golpeara el destino. Y así, lograba sobrevivir. Con la esperanza de que, otra vez, las cosas volvieran a ser como antes.
                  A lo mejor, de mayor, hago exactamente lo mismo. Y por eso busco a veces la felicidad entre mis recuerdos, al escribir este diario. Como si encontrara en ellos la fuerza para enfrentarme al capricho y, también quizá, a la dureza de mi destino, que vendrá en todo caso al final de mis días. Porque a veces no sé muy bien qué es lo que me pasa y por qué me pongo de vez en cuando tan triste. Ni por qué vivo como ausente, como si no quisiera mirar de frente al futuro que me espera. ¿Por qué será que me niego a aceptarlo? Mi final, nuestro final, el de todos nosotros, digo.
                   Y entonces me rebelo y trato de vivir lo más intensamente que puedo este trozo de vida que me resta. Y darlo todo a las personas que me rodean, a las que quiero.
                   Mientras, en algún rincón íntimo de mi corazón alumbra la llamita de que esto no se termina aquí.  Que todo será como cuando termina el verano. Este verano que ya declina. Que habrá otro al año que viene. Tal vez en otro sitio, de otra forma. Porque si no… Y entonces me reconforta la idea de que otros muchos piensan como yo. Siento el calor de esta fraternidad de huérfanos que somos la humanidad.
                   E incluso siento también la sombra, lejana, casi ausente, de ese padre eterno que debió organizar todo esto, de una forma que él solo entiende. Y también decido pensar, creer, quién me lo impide, que al final, debe ser un padre bueno. Porque si no…
                   Sí, se está mejor en la lado de la luz, del optimismo. No porque tenga uno las cosas claras, sino porque se vive mejor. Y a eso me apunto hoy. Que es un día bellísimo de septiembre, el mes que a mí más me gusta del año.


De: "Mil palabras para el optimismo - Diario de un escritor optimista" .Primeros capítulos en: goo.gl/8Nsd2m