UNIVERSO FEMENINO
“Mirar a los ojos a una mujer, me dices mientras esparces tu mirada por el cielo estrellado de este verano, es como asomarte al brocal de un pozo. Tiemblas de miedo ante la profundidad y la intimidad de tan reducido espacio. Qué pasaría si perdieras el control. Y cayeras a lo hondo. Allí donde no hay posibilidad de recorrer sino las distancias cortas”.La atracción, y por tanto, el miedo a lo femenino no tiene límites. Eso ha sido así desde siempre. Y, quizá, por ello, ese ansia histórica de dominio de la mujer. Que no es sino un escudo defensivo para vencer el miedo. El vértigo a la intimidad, a la comunión con lo diferente, a dejarse apresar por los lazos del abrazo.El hombre se defiende, sin embargo, tendiendo al chapuzón ligero, en lago plano, sin riesgo, y cada vez en aguas diferentes, buscando ese estremecimiento momentáneo del contacto con el agua fresca.Tal vez para no enfrentarse a su destino: La profundidad de las aguas que empiezan a cinco metros del brocal del pozo y no terminan nunca, si miras hacia adentro.Yo miro el cielo estrellado y me encuentro inerme ante él. Como ante los ojos de una mujer. De una mujer que te gusta y te atrae, claro. El eterno femenino. Cosas que no cambian, ni cambiarán.Como este verano. Que es igual que todos los veranos. Que nos ofrece, de nuevo, un cielo estrellado, lleno de profundidad y de misterio.Bajo su capa dos amigos hablan de lo que no saben. Aunque les gustaría saberlo. Mientras descorchan una botella de vino que les calienta la sangre. E incrementa la hermandad masculina, que es como una alianza de hierro. que les protege o, eso piensan, de la atracción del pozo. De ese mundo subterráneo y profundo que espera cuando la botella se termina.Aunque, mientras se acaba, solo existen los lagos de postales suizas. De esas aguas transparentes y calmas, donde es imposible ahogarse de pie.
MAS ALLA DE LA REALIDAD
Atender la realidad está muy bien. Para eso nos pagan, como diría alguien que yo me sé. Como al dependiente cuando atiende, solícito, a sus clientes en la tienda.
Y uno se va, después de un duro día de trabajo peleando con la exigente realidad, tranquilo a dormir. Con la sensación del deber cumplido. Con la impresión de habernos ganado la soldada. De haber justificado ese día de nuestra vida que alguien nos regaló.
No se puede pedir más. Otros se quedan por debajo. Me diría otro alguien que yo me sé.
Pero uno, a veces, no sabe a ciencia cierta cómo y por qué, alcanza días superproductivos. Días en los que más que correr para atender a la realidad perentoria de cada día, parece como si uno levantara del suelo y, desafiando las leyes de la gravedad sin esfuerzo alguno, se elevara por momentos y, después, extendiera las alas como un pájaro y volara cerca de esos soñados horizontes que están más allá.
Debe ser oficio de investigadores, de exploradores, de santos o de poetas. Que ven cosas, cada día, que otros no vemos. Que ven más allá. Y persiguen sueños, no para hoy. Ni para mañana. Sino tal vez para después. Para siempre.
A lo mejor es que ven más allá de nuestras propias narices. De nosotros mismos. De nuestro propio interés y orgullo. Como diría otro alguien que también yo me sé.
Y yo no sé nada.
Solo sé que cuando atisbo uno de esos días que tienen un plus. Que me llevan en volandas con más fuerzas que las que tengo. Y más lejos. Donde nunca había soñado llegar. Me pongo muy contento. Con esa alegría honda y difusa, que recordaré siempre. Y con esas sensaciones por las que merece la pena vivir.
Esos días los busco muchas veces. Aunque, como los tréboles de cuatro hojas, a veces tardan en aparecer.
Pero existir existen. Que yo los he visto.
Tal vez cuando uno se convierte en explorador. O, por momentos, en santo. O, tal vez, solo en poeta. A esos días me refiero.
https://www.youtube.com/watch?v=pMT1cCD5EHs
Atender la realidad está muy bien. Para eso nos pagan, como diría alguien que yo me sé. Como al dependiente cuando atiende, solícito, a sus clientes en la tienda.
Y uno se va, después de un duro día de trabajo peleando con la exigente realidad, tranquilo a dormir. Con la sensación del deber cumplido. Con la impresión de habernos ganado la soldada. De haber justificado ese día de nuestra vida que alguien nos regaló.
No se puede pedir más. Otros se quedan por debajo. Me diría otro alguien que yo me sé.
Pero uno, a veces, no sabe a ciencia cierta cómo y por qué, alcanza días superproductivos. Días en los que más que correr para atender a la realidad perentoria de cada día, parece como si uno levantara del suelo y, desafiando las leyes de la gravedad sin esfuerzo alguno, se elevara por momentos y, después, extendiera las alas como un pájaro y volara cerca de esos soñados horizontes que están más allá.
Debe ser oficio de investigadores, de exploradores, de santos o de poetas. Que ven cosas, cada día, que otros no vemos. Que ven más allá. Y persiguen sueños, no para hoy. Ni para mañana. Sino tal vez para después. Para siempre.
A lo mejor es que ven más allá de nuestras propias narices. De nosotros mismos. De nuestro propio interés y orgullo. Como diría otro alguien que también yo me sé.
Y yo no sé nada.
Solo sé que cuando atisbo uno de esos días que tienen un plus. Que me llevan en volandas con más fuerzas que las que tengo. Y más lejos. Donde nunca había soñado llegar. Me pongo muy contento. Con esa alegría honda y difusa, que recordaré siempre. Y con esas sensaciones por las que merece la pena vivir.
Esos días los busco muchas veces. Aunque, como los tréboles de cuatro hojas, a veces tardan en aparecer.
Pero existir existen. Que yo los he visto.
Tal vez cuando uno se convierte en explorador. O, por momentos, en santo. O, tal vez, solo en poeta. A esos días me refiero.
https://www.youtube.com/watch?v=pMT1cCD5EHs