BERLIN, BERLIN… (1)
Yo nunca había estado en
Berlín. La verdad es que siempre se me había quedado un poco a trasmano en mis
recorridos por Europa. O, quizá, es que en mi subconsciente, yo la tildaba como
una ciudad ininteresante para mí.
Con el tiempo he
aprendido que, cuando viajas, en realidad no buscas encontrar los sitios más
interesantes, sino encontrarte, a ti mismo, interesante e interesado en los
sitios que visitas. Y Berlín me ha aportado mucho de ambas cosas.
Una ciudad que fue
destruida de forma muy mayoritaria por una guerra tan devastadora, ofrece en
carne viva, las huellas y las cicatrices de su historia y del nazismo que la
sometió durante años. Pero, también, las ganas de vivir, de rehabilitarse, de
mostrarse diferente y única, para encontrar su propio sitio dentro de las
grandes ciudades europeas.
Impresiona su Isla de
los Museos, junto al río Spree, con 5 imponentes y excelsos almacenes de arte
de primerísimo nivel. Lo que ocurre es que la gente tiende al reduccionismo y a
la simplificación: grandes aglomeraciones para ver el busto de la reina Nefertiti y el Altar de
Pérgamo y decenas y decenas de salas, absolutamente vacías.
Sorprendía ver las
esculturas y los cuadros sin espectador alguno y las terrazas de los bulevares
de bote en bote. Exactamente como aquí. Se estaba poniendo el sol cuando salí y
reparé en una frase en latín esculpida en las piedras centenarias de uno de los
museos: “El arte nunca debe ser ignorado”.
Ahora sé que no la vi.
Sólo retumbaron en mis oídos sus gritos mudos hechos de granito y de abandono.
Berlín, Berlín…