Anoche estuve en el
Teatro Amaya viendo al gran Arturo Fernández y su “Alta Seducción”. Arturo Fernández hace siempre el mismo
personaje, porque ha llegado donde lo logran muy pocos: a ser él mismo su
propio papel. Ese seductor chulesco y, en el fondo, romántico y entrañable que
llega al corazón de todas las edades.
La obra es una comedia romántica excelente y divertida, pero
lo que realmente emociona de esta función es observar al gran Arturo de play boy nacional con casi
89 años en el que, quizá, sea ya su último papel, que es su papel de siempre, con el que
ha enamorado a tantas generaciones.
Quizá sea un último homenaje
a él mismo y a toda su carrera. Y, por supuesto también, un homenaje a todos nosotros que lo admiramos,
demostrándonos una vez más que la edad
no importa, o no debe importar tanto, y que uno puede enamorar a quien
pretenda, yo lo extendería a conseguir cualquier otra cosa, solo con dedicarse a fondo y con pasión. Con soñar con ello, en definitiva.
El público respondió al final de la obra con un aplauso
interminable que, supongo, quedará grabado en la mente del galán para siempre.
Porque el teatro es fugaz: pasa y no deja huella en ningún soporte (el cine
deja las películas y la literatura los libros), solo queda en el recuerdo único
e inolvidable de los que compartimos una velada en ese concreto momento y
lugar. Y recibimos la gran lección de que todos podemos ser galanes hasta casi
los 90 años de edad.
Aproveché también para
saludar al gran Pedro Ruiz, que estaba en el teatro donde asimismo tiene
función, sólo los sábados por la noche: la obra se llama Confidencial y, según
me dijo, se desnudará en ella ante su público como nunca antes lo había hecho.
A mí Pedro Ruiz me parece uno de los cómicos más inteligentes, mordaces y hasta
corrosivos del país. Y su precio paga por ello: “¿Por qué no se te ve
últimamente por televisión?” , le pregunto. “Pregúntaselo a ellos, llevo vetado
catorce años”. Yo lo vi la primera vez
en “Historias de un Ruiz-Señor”, durante la transición. Una obra donde la
gente, y yo mismo, se caía literalmente
de las butacas de la risa, mientras destrozaba a los políticos de turno con
unas imitaciones que arrasaban. Nunca he
visto en mi vida nada igual.
A mí por aquella
época me gustaba mucho el teatro. Y cómo no podía pagármelo iba con un amigo a
lo que se denominaba “la clac”, es decir y hablando en plata, de aplaudidor
contratado para animar la función a cambio de entrada gratuita.En las funciones de Pedro Ruiz, hacíamos huelga de palmas. No
hacía ninguna falta y nos dedicábamos a
ejercitar la mandíbula de tanto como nos reíamos. Por entonces aprendí que es más fácil hacer
llorar que reír. Para esto último hace falta una gran inteligencia. Como la que
tiene Pedro Ruiz.
Rindo homenaje
hoy a estos dos grandes cómicos. Con todo mi agradecimiento por todos los
buenos ratos que nos han hecho pasar y que quedaron grabados en nuestra memoria
para siempre. Como espero que queden en la de ellos nuestros aplausos, para que
vivan de ellos y gocen de nuestro entusiasta reconocimiento cuando se baje el
telón.
FRT/ Escrito para blog y redes.
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