El otro día
estuvimos visionando en la gran pantalla de la sede del EGEDA la primera copia,
todavía en bruto y necesitada de retoques en el montaje, sonido y mezclas, de
nuestra película, el largometraje “Semillas de alegría”.
Una película
rodada en Angola, Colombia y España, gracias a la ilusión de mucha gente, al
apoyo del Gobierno de España a través del ICAA y de la Comunidad de Madrid y al
empuje de sus promotores: Manuel Serrano y Cristina Olivares de “Tus Ojos”.
Somos media docena de productores (yo tengo el 12,5%) que probablemente se
ampliarán a más para afrontar la distribución y el marketing del estreno,
previsto para octubre, como muy tarde.
Al analizar los
proyectos que tengo para este año, mientras visionaba de nuevo una copia de la
peli en mi ordenador, se me ha ocurrido la idea de escribir un libro basado,
como una adaptación muy libre, en el argumento de la misma.
Volver a la infancia, que ya traté en mi novela “Memorias del Sauce
Curvo”, me apetece en estos momentos muchísimo, y más en lugares tan especiales
como Cartagena de Indias, Aranjuez o los alrededores de la angoleña Lubango.
Será un libro
breve y hermoso, de lenguaje sencillo y claro, como la mirada de un niño y de
buenos sentimientos. Mi novela de género negro, “El astrónomo” que ya iba por
la mitad, tendrá que esperar. El mundo lóbrego y oscuro de los bajos fondos y
las complicaciones y los dramas de los adultos se pospone para después. Todo
tiene su tiempo.
Y una alegría
verme en la pantalla como actor ocasional, en un pequeño cameo, haciendo de
arquitecto, que recoge la foto.
“Semillas de
alegría”, buenas semillas de cine, casi fruto granado ya, que también tendrán su expresión literaria
próximamente, antes del estreno si Dios quiere.
ARRANQUE DE LA NOVELA "SEMILLAS DE ALEGRÍA"
1
Me llamo John. Como John Lenon, o como John Boham, el mejor baterista de
todos los tiempos. Aunque yo no sé una
palabra de inglés. En mi país ahora está de moda poner a los niños nombres
ingleses, mejor dicho americanos, quizás porque el vecino país del norte, al
otro lado del Mar Caribe en cuyas orillas yo nací, es muy importante. Y muy
rico: los Estados Unidos de América.
Pero, en mi caso, me pusieron John
por otros motivos. Hace trescientos años
mi tatatarabuelo, que se llamaba Mazanu Ndabingui, llegó desde Angola como
esclavo a estas tierras. Y lo vendieron a un terrateniente de origen irlandés que
se llamaba John. Cuando mi tatatarabuelo tuvo su primer hijo, su dueño John el
irlandés, tuvo el capricho de llamarlo con su nombre. De ahí, generación tras
generación, a los hombres de mi familia como primer o segundo nombre nos llaman
John.
Así que a mí me pusieron John César
Maldonado. John, para que no olvide nunca mis orígenes, ni los de mi raza
africana, que ahora ya es aquí mestiza. Y César, supongo que para que llegue
lejos y sea muy importante. Ese es el deseo de muchos padres. Tan importante
como aquel emperador romano que llegó a dominar el mundo. Aunque yo, como mis
progenitores, no lo tendré fácil, como ahora veréis, cuando conozcáis mi
historia.
Tengo doce años y todavía no he
viajado a ningún sitio. Pero, a pesar de ello,
me siento tan orgulloso de donde nací que podría jurar que es el lugar más
bonito del mundo. Porque lo es.
Hoy he ido a pescar con mi padre a
la laguna. Y la puesta del sol que entra, ya muy bajo, por los manglares y
reverbera en las aguas que ya se disponen a dormir, es un espectáculo que te
llena de belleza. Que te conmueve por dentro. Es más, te hace sentir más bueno,
mejor persona, tener mejores sentimientos y luchar por un mundo mejor. Más
brillante y tranquilo. Con esa paz y esa armonía que tienen las puestas de sol
de la Laguna de Tesca, o de la Virgen, como también la llaman.
El problema es que, como otros días,
no hemos pescado a penas nada. Antes la
laguna era el paraíso de los meros, de los pargos, de los chivos grandes, de
las mojarras , de las tisas y de los róbalos. Hoy en día hay pocos peces y son
de pequeño tamaño. La laguna ha perdido la mitad de su profundidad, antes era
de dos metros y ahora de poco más de
uno.
Mi padre recoge las redes con un
rictus amargo, cansado, derrotado. Yo lo veo y se me encoge el alma. Apenas
podemos subsistir con lo que pescamos. Y no nos queda nada que podamos vender
en el mercado. Y comprar con ello gasolina y redes nuevas. Y, mucho menos,
adquirir una barca más potente que nos permita salir a mar abierto donde están
los pescados más grandes.
Él me ha dicho, mientras caía la
noche sobre el lago y sobre nuestros corazones.
-John, no podemos seguir así.
- ¿Y qué podemos hacer, papá?
Pero él ya no me ha contestado. A lo
mejor no lo sabe. O a lo mejor sí, pero él piensa que lo que me diría a mí no
me gustaría nada. Nada en absoluto. Y por eso permanece en silencio. ¡Qué pena,
Dios mío!
Pero, antes de irme a dormir, alejo
la pena de mí. Y pienso en La Boquilla que, como decía, es el lugar más hermoso
del mundo. La Boquilla se halla en el
distrito de Corregimientos, un barrio de la ciudad de Cartagena de Indias, que
está en Colombia, entre la laguna de Tesca y el Mar Caribe. Una ciudad de una
belleza inusual, llena de monumentos, murallas e historia. Rodeada de agua por
todas partes y de una vegetación exuberante.
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: ¡por algo será, digo yo!
Sí, yo me encuentro muy orgulloso de Cartagena
y de mi barrio de La Boquilla, con sus famosas playas de kilómetros de arena y
mar cálido. Pero, sobre todo, me encuentro muy orgulloso de sus gentes,
sencillas y cercanas, y, sobre todo, de
mi pequeña familia.
Lo que pasa es que no puedo evitar
un último pensamiento, antes de cerrar los ojos en mi camita y soñar con
pescados grandes y platos gigantescos y llenos.
- ¿Qué se propondrá hacer mi padre?
Su gesto era de una gran
determinación. Pero también de un dolor muy grande. O eso me pareció a mí.