Buenos momentos este fin de semana con la visita de nuestro hijo londinense. Vino a renovar el pasaporte y a preparar visado para estancia en USA el próximo cuatrimestre en la Universidad de Wharton, el último tranco ya de su MBA. Y a visitar a su familia, claro.
Su familia tratamos de aprovechar todos estos breves instantes que el destino nos ofrece para estar con él, en el escaso espacio que le dejan libre sus obligaciones en España. Momentos de oro retomando nuestros paseos de siempre para ponernos al día, o cenando todos juntos en nuestro restaurante fetiche para estas ocasiones. Nos ha dejado ese aroma de alegría y empuje que desprende por donde va. Y de sana ambición. ¡Hasta la próxima! ¡Que no tarde!
Momentos dorados también viendo la sorprendente y magnífica película: Los domingos. Abordando un tema a total contracorriente de este mundo tan acelerado, tan materialista y tan dominado por la imagen, en el que nos ha tocado vivir. Una adolescente quiere ser monja. ¡Y encima de clausura! ¿Existe este tipo de fé? ¿Este tipo de vocación? Yo solo puedo decir que he conocido a varias personas así, con una fe en Dios que pesa toneladas y que produce una alegría indescriptible en el que la posee, una alegría que se desborda hacia los demás y que produce en ellos una sana motivación. O una terrible frustración y envidia maligna, como en esta peli. Sí, yo de lo que estoy seguro es de que es mejor creer en algo, por ejemplo la trascendencia del hombre, que no creer en nada, a lo que parece que nos aboca este mundo donde solo manda el presente.
Instantes, instantes, instantes que componen el tiempo, nuestro tiempo, tú escribiste de ellos... Sí, hoy te acuerdas de aquello que escribiste hace varios años ya, al recibir la visita de tu hijo...
INSTANTES
Nunca olvidarás el momento mágico de cuando descubriste el secreto del tiempo.
Un hombre dura, ¿cuánto? ¿Treinta, treinta y cinco mil días? Parecen muchos. Pero, comparados con qué.
Hay diez mil olas que baten la arena, cualquier jornada tranquila de vacaciones, en la playa donde vamos. Y millones de estrellas en el firmamento.
Por eso, porque no son muchos, siempre y, últimamente más, ha habido este ansia de exprimir el tiempo.
De sacarle su jugo. De exprimirlo como a una naranja. Hasta que no quede ni una gota. Eso es vivir. Eso es vivir bien, parecen decir.
Pero tú recuerdas aquel día. Aquel día mágico. Donde descubriste la unidad del tiempo: el instante es como una foto, el fotograma, en una película.
Y a eso dedicas tu atención, tu empeño. Un buen encuadre, una buena luz. Sin que te tiemble el pulso. Sin que te agobien las prisas.
Nadie sabe hasta cuándo durará su película. Y no se trata de meter en ella, por eso, mucho de todo: muchas aventuras, muchas amantes, muchos países, muchos amigos….muchas secuencias. Al final eso solo es posible como en las películas antiguas del cine mudo, y en las actuales y malas, yendo a trompicones y gastando poco metraje. Para que dure más.
Tú descubriste, por el contrario, que lo que te gusta es la cámara lenta que, a pesar de su engañoso nombre, supone aumentar la “velocidad “, quiere decirse, la “intensidad” del momento. Aumentar, en definitiva, el número de fotogramas por momento, y no la cantidad de estos últimos.
Y sientes el pálpito de la vida, así, mucho más. Porque ver nacer a un niño o morir a un hombre, lleva su tiempo. Como observar a una mujer bella. Lo descubriste aquel día.
Hoy el mundo, la gente, está en otra cosa. Llenan su mochila, su disco duro, de muchos flashes, de muchos impactos, de muchas noticias. Que, al final, no conforman nada: solo un vertiginoso y aburrido remolino.
Te diste cuenta cuando tuviste un hijo.
Todo un año para aprender a andar. Toda una vida para aprender a caminar.
En Las Vegas con mi padrino el pasado año.
Cena de bienvenida al londinense.
Buenos momentos!!!