jueves, 15 de agosto de 2019

AGOSTO EN MADRID



Me pides que te escriba
desde la poesía.

Y yo lo hago cerrando
 las barras de los bares
y abriendo las puertas de las jaulas
para que salgan afuera 
todas las palomas.

Esas que están hondas, 
y que sabes
que me pican en el pecho.

Espero una madrugada blanda,
de las que convierten los sentimientos
en una capa de rocío
que brilla en el césped de los parques.
O en las escuetas y verdes camisetas
de las chicas de pecho leve
y sonrisa enigmática
que ya no me esperan.

Desayuno bajo el palio de los toldos
de esas cafeterías imposibles
llenas de camareros suplentes
y de clientes como momias
sobre los que se posan las moscas,
o tal vez los buitres gigantescos y sombríos
que se comen la tristeza.

Deambulo errático por las aceras
yendo de sombra en sombra,
como lo hacen los vencejos por el cielo
saltando de estrella en estrella
para que no los derrita este sol
implacable y fiero.

Y son la misma todas las esquinas
a las que me lleva este GPS
 desorientado y febril
que es Madrid en agosto.

Donde el asfalto se licúa a nuestro paso
y nos va convirtiendo en agua.

En este sudor inagotable
que solo es el llanto
por todos aquellos que nos duelen,
y que ya no están en este Madrid hostil y vacío,
poblado únicamente de ausencias.

Esas que nos arden por todos 
los rincones de nuestro corazón,
que es el sitio
desde el que te escribo,
en este banco solitario.

No sé si desde la poesía
o  desde la poca tinta que me queda,
cuando se acerca  de nuevo la noche
           y otro día se despide por fin.

De POEMAS DEL ÚLTIMO CAMINO Y DE LAS ÚLTIMAS FLORES.