Llega tu
cumpleaños.
Y quiero
escribirte,
recordarte,
todavía más.
Ya no me cabe
dentro tu grandeza
que crece como
una escultura inmensa
de ti mismo
y de todo lo que
hiciste por mí.
¿De dónde
sacaste tanta fuerza,
tanta previsión,
tanto orgullo?
Añoro tu cabeza
de ingeniero,
tu incansable tesón,
tu inteligencia,
tu fortaleza.
El hueco de lo
que fuiste
no deja de
agrandarse.
Y de lo que yo
fui para ti,
tampoco. Ahora
lo comprendo todo.
Sí, me dejaste
todo lo que me diste,
que crece y
crece en mí,
cada día,
como una yedra verde que escala
las más bellas y
esbeltas paredes.
Me va a faltar
tiempo
para aprovechar
tanta simiente,
tanta enjundia,
cuya abundancia
revienta ya
el cobertizo de
mi memoria.
Otra vida larga hubiera precisado,
esa es mi pena,
para alcanzar
como hijo,
la altura
de tu amor de padre.
Así que tengo
que seguir queriéndote.
Pero, para lo
que no necesito
ningún tiempo
adicional de los relojes,
es para estar repleto,
por dentro, del mayor orgullo:
que es sentirme
profundamente amado
por alguien tan
valioso, y tan querido, como tú.
Escrito en el día de tu cumpleaños.