domingo, 3 de septiembre de 2023

UNA ESCAPADA A KUALA LUMPUR

 



A mitad de nuestra estancia de diez días en Singapur, teníamos reservada una escapada a Malasia, queríamos darnos una impresión de un país típico en vías de desarrollo del Sudeste Asiático. Era un viaje organizado con guía en un minibús. 

Llegamos al lugar de la cita y resultó que el viaje éramos solo cinco personas: un ejecutivo tejano, Richard, que trabajaba en Singapur unos meses, nosotros cuatro y la guía, Dian. Fue curioso cuando la guía me presentó a Richard: "Francisco, is a famous bookwriter", supongo que lo buscó en google, claro, pero a partir de entonces me ganó para siempre.

Dian ponía todo su empeño en el viaje y Richard era encantador, pero el problema de Malasia es que si entras desde Singapur sus carencias resaltan hasta el infinito. Para más inri del crucificado, Singapur, cuando se independizó del Reino Unido en 1963 solicitó unirse a Malasia y fue una de sus regiones hasta dos años más tarde en 1965, año en que los malayos echaron de su nación a aquel puerto de pescadores sin futuro que creían que era Singapur.

Ahora, sesenta años más tarde, el choque en limpieza, higiene, educación, nivel económico y civismo es abismal. Aunque Malasia no está mal, su problema es que tiene al lado al chico superdotado de la clase.

Es uno de los principales países musulmanes del mundo, con una renta sobre PIB de 11.000 dólares, al nivel de Turquía y México por ejemplo, pero claro, frente a los 75000 de Singapur hay un abismo. Tiene problemas también raciales y de religión, con minorías chinas e indias importantes, en el lado positivo es uno de los países punteros en la floreciente industria de componentes informáticos.

Tienen un buda gigantesco de centenares de metros en Selayang con un revestimiento de oro importante, pero su gran reclamo son las Torres Petronas en Kuala Lumpur, sede de la principal compañía de petróleo y gas del país. Ahí echaron el resto. Son impresionantes, colosales, enormes, y, en sus bajos, hay un mundo entero de centros comerciales, cines y restaurantes.

Fue el edificio más alto del mundo durante unos años, entre finales del siglo pasado y principios de este y todavía son las torres gemelas más elevadas que existen hoy en el planeta. Tienen 88 pisos y unos 450 metros de altura.

Nosotros subimos en uno de sus ochenta ascensores. La primera parada es en el piso 41 y es la que más impresiona y con mucho. Hay una pasarela de cristal que une ambas torres, que denominan el "Sky Walker". A mí a mitad del paseo me dio un vértigo enorme, a pesar de su no muy elevada altura, mucho más que en el piso 88, que tienes unas vistas tan altas que simulan a las de un avión.

Fuimos luego a ver la principal mezquita del país y ahí Dian se marcó un punto, nos llevaba preparado el hábito que piden para entrar en el interior. En caso de los hombres un faldón hasta los tobillos y descalzos.

Lo que vimos de Kuala Lumpur me gustó, una ciudad absolutamente tropical, llena de plantas altas y verdes, con una humedad de récord, su nombre significa "confluencia fangosa" entre los ríos Gombak y Klang. El problema era cuando entrábamos a comer e ibas a los servicios, sucios, descuidados y antiguos a más no poder, yo creía que ya no existían aquellos váteres de agujero negro y suelas de zapato.

El tráfico es infernal, ruidoso y conducen a lo loco. En el viaje de vuelta, abandonamos el minibús y nos enrolamos en un autobús grande de dos plantas y asientos de lujo que iba directamente a Singapur. Para que no nos olvidáramos de Malasia empezó a diluviar como yo nunca había visto envueltos en unos truenos y relámpagos como si fuera el fin del mundo.

Dian nos dijo que de vez en cuando los aduaneros de Singapur se ponían estrictos con los malayos que entraban en su país y eran muy minuciosos y que todo indicaba que aquella noche podía ser una de ellas.

Yo, con aquel panorama, y con el asunto de Daniel Sancho preso en Tailandia que estaba en su auge, me temía lo peor, máxime cuando en la aduana todo se ralentizó y los autobuses formábamos una cola enorme. Todavía me mosqueé más cuando uno de los dos conductores abandonó el autobús a pie y nos deseó suerte con una extraña sonrisa. Pernoctar en Malasia lo temía como a un nublado.

Por fin salimos y encaramos las filas de la aduana. Dian se puso la última para cuidarnos por si ocurría algo, pero otro cola se quedó más corta y un guardia la desplazó a ella. Pasaron Richard, Dian, y mis hijos. A mi mujer la desplazaron a otra cola y yo permanecí en la que iba más lenta, ambos quedamos rezagados.

Vi que mi mujer no pasaba el control y me empezó a preocupar, su nivel de inglés no es muy alto y, además, allí lo que hablan ni se le parece. Llegué yo también al control, con un ojo en la cola de mi esposa.  Me dijo el guardia que mi formulario de entrada no aparecía en el ordenador (un formulario que hay que remitir horas antes de llegar a la aduana). Me acordé que lo había enviado mi hijo y nos había remitido copia por mail. Todo nervioso saqué el teléfono  y casi preso del pánico lo localicé, con el número que se indicaba en el mail el guardia lo encontró en su ordenador. Le pedí que se lo comunicara al guardia que ya se llevaba a mi mujer fuera de la aduana, este tenía un aspecto rígido y autoritario como pocos. Hablaron entre los dos guardias y por fin el mío convenció al de mi mujer, no sin esfuerzos. 

Nos entregaron nuestros pasaportes, nos pidieron disculpas y nos animaron a disfrutar de Singapur.

Llevábamos pocos días allí, pero ya lo considerábamos como nuestra casa. Un verdadero placer regresar a ella.

Cuando nos despedimos de Richard y Dian, ella nos preguntó que si nos había gustado su país. Hasta entonces no nos había dicho cuál era. Tampoco quisimos saberlo. Le dijimos que muchísimo, claro. Y ella se fue tan feliz.

Una de las cosas más famosas que tiene Malasia es lo que se denomina "la gota malaya" (en realidad era "bota malaya" pero ha acabado siendo más conocida que esta), una tortura de origen chino que consiste en que te tienen inmovilizado y te va cayendo una gota de agua en la frente con precisión de metrónomo. Creo que te vuelves loco, no pudiendo librarte de ese machaconeo de la gota. Es lo que les debe pasar a los propios malayos, cuando van a Singapur y se encuentran con el superdotado de la clase al que ellos hace sesenta años trataron por tonto.


ALGUNAS FOTOS MÁS:

En Malasia:





En Singapur:











Si te gusta el suspense, lee EL ASTRÓNOMO: b.gy/voydrg