viernes, 20 de junio de 2025

LA TERCERA PARTE

 





    Lo primero que hago todos los días nada más levantarme es regar las petunias que pueblan mi terraza. Siempre he dicho que no hay obra de arte que iguale a una flor. Y yo tengo centenares. En todo su esplendor. El arte es belleza y yo me dejo inundar por ella, buscando hacer un día bello también.
    Los que vamos para viejos, si no lo somos ya, vivimos como los niños, el día a día, el puro presente. Pienso en ello. Me digo: es porque no tenemos futuro. Nuestros planes son ya solo sobrevivir lo mejor posible y disfrutar del momento. Hasta que se acaben los mismos. Ojalá todavía tarden.



    Los niños tampoco tienen futuro. Me refiero a los niños por debajo de los siete años, antes de que les venga eso que antaño se denominaba uso de razón y, ahora, es por una parte la horma para meterlos en el zapato de la vida y, por otra, planificarles todas las cosas que tienen que aprender, adquirir, para vestir luego un buen calzado de mayores, su futuro es querer hacerse adultos, para por fin controlar el mundo para el que los han preparado. Pero, los niños niños, son como los viejos, se saben inermes y fuera de toda obligación, solo se columpian en un rayo de luz, aprenden a hablar sin darse cuenta, a andar porque les gusta ir más allá, buscan el abrazo de su madre, solo para sentir el calor y el cobijo protector y, por la noche, solo quieren que les cuenten cuentos de un mundo mágico que no existe. Para ellos también el tiempo es lo que están viviendo. Quizás, por eso, los viejos y los niños se llevan tan bien.
Termino la reflexión. Y el riego de las petunias. Y encaro este nuevo día.
Leo un mensaje de mi hijo desde Londres. Está feliz porque ha conseguido unas prácticas en un sector que le gusta, en las finanzas de élite: el Private Equity. Donde se trabaja mucho, es cierto, pero te lo premian muy bien. Me da un subidón, porque sé cuánto lo deseaba y lo que ha tenido que luchar. Él está lleno de futuro. Es lo que le corresponde, me digo, aportar valor a la sociedad que le ha tocado vivir. Y construir.
Recibo también un mensaje de mi librería de Guadalajara. La Diputación Provincial va a adquirir 60 libros míos para distribuir en sus bibliotecas. Quince por cada título seleccionado. Tres muy comerciales, lógico, me digo. Me conmueven, sin embargo, esos quince ejemplares de “Treinta y cinco gramos de oro”. Me considero un escritor de minorías. Soñar con una chica enamorada que, un día lluvioso, ve tu libro de canto en la biblioteca y le apetece leer unos cuantos poemas de él. ¡Qué se puede pedir más!



Con estas dos ilusiones, me lanzo a por este caluroso día de junio. Hoy tengo que llegar a las treinta mil palabras, la tercera parte de mi novela. Es un trabajo arduo aunque ya tengo mucho oficio. A veces, se me olvida este y me conmueven mis personajes hasta las lágrimas. Vivir estos momentos de creación igualan a los vividos junto a las petunias. Solo por ellos merece la pena vivir, me digo.
Y, cuando me canso, me como un helado de chocolate doble, el Double Chocolate de Magnum, como si fuera droga dura, y voy a ver la reserva que tengo hecha para el día 25 en que viajaré a la linde entre Málaga y Cádiz. Allí hay un apartamento con unas de las mejores vistas que yo he conocido. O tal vez solo son mis ojos que lo ven así. Lo compramos hace más de quince años, qué jóvenes éramos entonces, como inversión que gestiona una importante compañía hotelera que lleva todo el complejo, pero, todos los años, sin dejar ni uno, vamos una semana por allí y pedimos ocupar nuestra casa, aunque en realidad no lo sea. Y, tal vez por ello, disfrutar más de esa breve fugacidad de lo bello.
Vuelvo a sentarme de nuevo ante este diario literario y personal después del mega esfuerzo que he hecho. Hoy he cumplido: 29871 palabras. Tendré que llevar a mi mujer a cenar y al cine, que se está fresquito. Vivir al lado de un escritor, uno de los oficios más solitarios del mundo, no debe ser fácil, y hay que compensarlo.
Sí, mañana será otro día y habrá que buscarle también un sentido, entre la ficción y la realidad.
        Las petunias, como cada mañana, me esperan para ayudarme.