I
Lo que podía ocurrir, lo que era probable que ocurriera, ha sucedido
esta mañana. He encontrado a mi mujer fría e inmóvil en la cama. ¿Desde cuándo
llevaba muerta? No lo sé, creo que
desde hace no mucho, no es que yo
entienda nada de esto, pero me da ese pálpito. El doctor nos lo advirtió: “Tiene el corazón muy débil. Cualquier
emoción intensa la matará”.
Sí, ha debido de ser eso. La emoción intensa de un sueño. Porque el de
esta noche habrá sido especial. Y premonitorio. El último sueño. ¡Dios mío, ha
muerto como ella quería! Porque ella era una mujer soñadora, le gustaba soñar
dormida pero, también y, aún más, despierta.
- Lo que llamamos realidad, Julio, es algo muy limitado – me decía a
menudo - Y, a veces, aborrecible,
estúpido y, sobre todo, aburrido.
Yo me defendía desde la posición contraria, no porque estuviera en
desacuerdo con ella, nunca he sido un hombre de profundas convicciones ni de
intensos debates, era solo que me dolía
ese comentario, por cuanto yo formaba parte de esa realidad que era tan poca
cosa para ella.
- Escucha, Ángela, no estoy de acuerdo, yo creo que…
Pero ella, con una fluidez verbal mucho mayor que la mía, se daba cuenta
de que me hería y me cortaba con una sonrisa…
- Si no fuera por ti, Julio, no
me levantaría de la cama jamás. Estaría durmiendo y soñando todo el día. Gracias que te tengo a ti para iluminar
nuestras vidas, con ese resplandor que tú sabes encender en mí… - y se
acercaba, y me daba un beso y yo me quedaba con la palabra en la boca, pero
contento de verla feliz o, al menos, casi dichosa a mi lado.
A lo mejor por eso tenía el corazón tan débil, por llenar la vida de
tantas emociones que ésta, por sí sola, no produce. Se lo decía yo muchas veces
pero ella no hacía caso.
- De algo hay que morir, y qué mejor que se te vaya la mano en lo que te
gusta - me contestaba.
Por eso esta mañana cuando me he levantado y me he dado cuenta, lo
primero que he pensado es que había muerto como ella quería. A lo mejor todo lo
que pasa está más sincronizado de lo que
parece. Y cuerpo y alma son como las dos caras de la misma moneda, que gira
sobre su eje y baila sobre el tablero mientras dura el juego del peso y
contrapeso de sus dos rostros.
¿Y qué será entonces esa inercia, esa energía que produce el movimiento
de cuerpo y alma, uno detrás del otro, persiguiéndose sin descanso, hasta que
se acaba la pila de la vida?
Yo no lo sé. Como tampoco
comprendo el eterno girar de los millones de astros, con sus luces y sus
sombras, que nos sobrevuelan, que son como un decorado misterioso e inexplicable,
como unos vigías luminosos que alumbran nuestra fragilidad y nuestra
inconsistencia. Y nuestra enorme soledad.
Pero, seguro, que todo tiene su lógica. Y su armonía. Y su profunda
razón de ser. Y nada pasa sin que afecte
al resto del conjunto.
Pienso, fugazmente, todo esto mientras la contemplo. Mientras miro cómo
su moneda ha dejado ya de girar. Y me ofrece esa extrema quietud. Pero llena de
intimidad y de simbolismo.
(Capítulo I del ESTREMECIMIENTO I, del libro de reciente aparición CINCO ESTREMECIMIENTOS, "La vida dura lo que nuestros estremecimientos", Emil Cioran. Para los lectores que buscan SUSPENSE, ROMANCE Y ORIGINALIDAD).
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