A LA
ÚNICA PERSONA ÚNICA EN EL MUNDO
Algún
día, quizá cuando me sienta tan bueno como el mejor escritor del planeta pero,
sobre todo, cuando reúna las fuerzas
suficientes para vencer este íntimo rubor
que protege todo ese universo que nos unió y nos une, te haré un libro
entero solo para ti , el libro más hermoso del mundo.
Allí
explicaré, si aprendo a hacerlo, todas
esas cosas precisamente inexplicables, recónditas, profundas y
trascendentales que unen a un hijo con
su madre: la única persona única en el universo.
El
otro día cuando fui a verte, a ti y a papá, te encontré algo triste. Y no es
porque no sientas cerca la presencia de tus hijos, mi hermana y yo, que estamos
todos los días con vosotros. Sino porque
supongo que piensas en cosas.
-¿Cómo
te sientes, mamá?
-Bien,
pero todo se acaba, se tiene que acabar… y es algo triste – me respondiste con
una gran tranquilidad.
-Pero si tienes que estar muy contenta –traté de animarte yo, de forma quizás no
muy inteligente- Me han dicho que en
estos momentos eres la mujer más mayor de tu pueblo, tienes casi 94 años. Y
papá es el segundo hombre…
- Por eso, por eso… Anda, vamos a coger unas
flores.
De tu pueblo, y el mío, El Sauce Curvo,
escribí yo un libro que está dedicado a mucha gente, entre otros a mí mismo y a
mi infancia. Es una novela de ficción, pero nunca me atreví a poner nombres a
los padres del niño protagonista, los únicos personajes que no lo tienen, por
ese rubor del que hablo y porque quería recordaros siempre sin ningún
intermediario.
Allí cuento, sin apenas artificios
literarios, un poco de aquel año especial que pasamos los dos juntos, y solos, durmiendo en la
misma cama, cuando nuestra familia se rompió como tantas otras en la época de la emigración, hasta que nos reunimos todos
de nuevo, ya en Madrid.
De aquella unión tan fuerte entre los dos
y en momentos tan difíciles, nos quedó a ambos una sensibilidad extrema, que
está en la base de mi vocación literaria, y una resistencia sin límites ante
cualquier adversidad…
Así
que nos levantamos los dos y cortamos
unas rosas de otoño, algunas hortensias medio marchitas y unos tallos de
lavanda. A ti siempre te gustaron mucho
las flores y la libertad de los espacios abiertos.
- Ya es suficiente. Ponlas en un jarrón – me dijiste.
Luego, mientras me las dabas me miraste. Y las miraste.
- Me estoy apagando, como lo harán ellas…
Se me hizo un nudo en la garganta.
-Pero quedará todo lo que has hecho, tus
recuerdos…
-Sí, recuerdos, y luego nada, se los
llevará el viento… - ahí encontré la raíz de tu tristeza.
Y por ello, porque quiero rebelarme contra
eso que dijiste, y por muchas cosas más, sé que escribiré un día un libro
entero sobre ti, el libro más hermoso del mundo. Aunque no lo publique.
Solo será para que
permanezca para siempre .
Y recoja todo lo
nuestro.
Y de
todas aquellas personas que te quieren.