martes, 22 de febrero de 2022

LITERATURA CLANDESTINA (I)

 





LITERATURA CLANDESTINA (I)

El otro día buscando una cosa en el trastero, me encontré con otra. Suele pasar. Unos cuadernos viejos a más no poder aparecieron a mi vista, entre agendas y papeles de hace muchos años.

Ya no me acordaba de ellos, la memoria es frágil y tendenciosa. Ahora estoy en otras cosas, pero sentí un aldabonazo tan especial que me he propuesto reparar mi olvido. Al fin y al cabo son trozos de mi vida, de mi vida literaria, tan importantes como cualesquiera otros. Sería muy doloroso, e injusto, que retornaran estos cuadernos de nuevo al pozo del húmedo olvido. Ni se lo merecen ni yo quiero.

Lo que deseo es hacerles un hueco en mi devenir actual, en este diario literario, porque todo lo que yo soy proviene, en cierto modo, de aquellos balbuceos, de aquella literatura clandestina que luchaba por hacerse un hueco en mi corazón y en mi cabeza, ocupados entonces en otras más perentorias obligaciones.

A veces son solo frases, ideas, que se me ocurrían. Otras, esbozos de algo que luego ha vuelto a aparecer más desarrollado en alguno de mis libros. Las más, retazos de un ayer que quedaron prendidos en aquel calendario que hoy quiero recordar con gozo y con cariño, quizás para que no duela tanto el tiempo que ya pasó y que no volverá.

Vamos a ello, comencemos con esta literatura clandestina, quitemos las telarañas de aquel tiempo y demos la luz en el desván.


ESCRITOR

Hoy el joven escritor juega con su hijo en los sofás y en la alfombra del salón. Está contento hoy el joven escritor. Ha sacado unos minutos y ha garabateado un poema y unas ideas para esa primera novela con la que sueña. Las cuartillas duermen en una esquina de la mesita baja, las tiene que ordenar con otras que tiene por otros sitios, por otros cajones de la casa. Un día que tenga tiempo. Ese día que espera que algún año llegue.

Pero ahora se lo está pasando en grande con su hijo. Un hijo es el mejor poema. Un niño de dos años es un loco de atar. A él le gusta estar con él, sumergirse en ese mundo sin reglas racionales, en ese mundo de descubrimientos y locuras.

Le llaman por teléfono. De su empresa. Él pide responsabilidades y luego no debe quejarse de que se las den. Aunque hoy sea sábado por la tarde, casi por la noche ya. Su mente se dirige a la realidad perentoria de los problemas que le plantean. Cree que consigue solucionar lo que su interlocutor le inquiere. Cuelga y vuelve con su hijo.

Este, probablemente aburrido, ha reparado mientras tanto en ese par de hojas que él había garabateado y las había depositado en la mesita baja del salón. Las ha cogido, las ha estrujado, las ha doblado y desdoblado de mil maneras, como si tratara de encontrar en ellas el motivo del porqué su padre pasa de él. E incluso se las ha llevado a la boca para probar a lo que sabe el papel, no deben haberle gustado y las ha roto furibundo.

El joven escritor observa el desastre. Tampoco será hoy ese día en el que él ponga algún ladrillo en esa obra con la que sueña. Ahora llega la hora de las cenas, de los baños, de prepararse para ir a dormir. Como tantas otras veces.

Por fin se queda solo cuando en la casa se esparce el silencio. Su mujer se acerca. Le pone una mano en el hombro: “Te espero”, le dice suavemente.

“Sí, reina. Un momento”, le responde, mirando las cuartillas arrugadas y medio rotas.

No quiere que se pierda en el limbo del olvido ese pequeño poema que le ha brotado como un regato de la pureza de la nieve blanca. Ni esas ideas primigenias para alumbrar un día esa novela con la que sueña.

Trabaja copiando en otro, con limpieza y aplicación, el manuscrito que el niño destrozó. Luego lo mira, tiene que guardarlo bien y reunir también todos esos fragmentos que deben estar en varios cajones de los muebles de la cocina y del salón. Otro día lo hará. En estos momentos detecta que la inspiración se sienta a su lado y le impele a continuar vertiéndose en el papel.

Escribe como deben deslizarse sobre el agua los surfistas, si él supiera surfear, claro, pero se lo imagina. Cuando te coge en volandas la inspiración todo es un patinar sobre el hielo blanco. Recorrer el blanco de la página, quiere uno decir, sin aburrirte ni cansarte jamás.

Ha escrito otras dos cuartillas. Las relee satisfecho. Estas las guardará en su mesilla para que no se pierdan.

Con ellas en la mano se dirige a su dormitorio. Su mujer le había mirado de una forma especial antes de irse a dormir. “Te espero”, le había dicho. La única que espera encendida ahora es la lámpara de su mesilla, su mujer duerme dulcemente.

Apaga la luz y se dirige, con la difusa y plomiza claridad que apenas entra por el visillo de la ventana, al otro lado de la cama. Abre el cajón de su mesilla y coloca en él sus cuatro cuartillas con el mismo mimo y delicadeza que cuando deposita a su hijo dormido en su cuna.

Luego, sin hacer ruido, abre la cama y se desliza en ella. Se siente bien, respira hondo y sueña un momento poniéndose ambos brazos bajo su cabeza. Mañana encontrará otro rato para poner el siguiente ladrillo en su obra.

Mira a su mujer. Tiene una bella esposa. Y muy joven todavía. Los dos son muy jóvenes. Su cuerpo le atrae en la oscuridad.

Se acerca y la abraza suavemente. Ella apenas murmura: “Estoy dormida”. Él la besa el pelo, la atrae contra sí. Un momento nada más.

Luego se retira. No le parece justo despertarla. Se consuela pensando que ha escrito un bello poema y unas frases hondas y originales, muy literarias, en sus cuatro cuartillas.

Le hubiera gustado hacer el amor esta noche, más incluso que otras noches. Pero tendrá que ser mañana, si los niños y todos los astros del firmamento se ponen en línea, como se habían puesto hoy…

A veces la literatura le atrapa y le roba otras cosas. Como una pequeña venganza por todas las traiciones que él le asesta día a día.

Mientras trata de dormirse, se jura que mañana sin falta ordenará de una vez todos sus papeles.