Encenderán las luces,
subirán hasta ellas
como globos henchidos de aliento
tus sonrisas de niño y trapo.
Despertarán en el arca del desván
de su sueño largo
tus juguetes de inocencia, y de ilusión.
Tus figuras de loza y barro.
Volarán por la ventana
en la noche oscura
hasta los nidos de luz
más allá de los tejados,
o se resguardarán en el suelo,
bajo ese calor de los belenes
luminosos
de lumbre y paño.
Tu gato y tu cordero,
tu manzano y tu rosal,
tu almohada de colores,
la sonrisa de tu madre,
brillarán de nuevo,
en el cielo oscuro
y azul,
estrellado.
Y eterno.
La energía de tu padre,
la paz de tus abuelos,
ascenderán por la hiedra de destellos,
que es esa escalera de luz
que llega hasta el firmamento.
Otro año más volverá la magia,
el gozo y el dolor,
la alegría y la tristeza
del dulce recuerdo.
Sí, encenderán las luces,
y se apagará otro año,
amargo, dulce,
acabado.
Paseas por las aceras.
Ha llovido, el suelo está mojado,
el cielo, lleno de estrellas,
adornado.
Y desfilan ante ti
todos los años que vendrán:
concretos, intensos,
escasos.
Solo deseas convertirte ya en luz.
Enamorar desde arriba
a los de abajo,
que pasearán un día como tú,
con el alma rota, iluminada,
bajo el brazo.
Transformarte ya en esa magia de verdad,
que hoy te envuelve con su halo.
Y te hechiza.
Convertirte en estrella
no solo los días de Navidad.
Sino ya siempre,
solo luz,
todo el año.