domingo, 14 de enero de 2024

UN DÍA FRÍO DE ENERO EN "EL SAUCE CURVO"

 


Mientras su novela "Lejos del Sauce Curvo" sigue cosechando una muy cálida acogida por parte de los lectores, y solo se acaban de cumplir tres meses desde su lanzamiento, el escritor va, precisamente, a su pueblo a arreglar unas cosas de su casa en un frío día de enero.

Tiene que rematar, además, en su  cabeza el final de su próxima novela "Regreso al Sauce Curvo", que empezará a escribir en breve.

Sí, el escritor piensa y repiensa su novela, dándole vueltas en su mente, antes de escribir una línea. Tiene ya unos buenos cimientos de su obra: el título, el principio y el final (aunque de este no se encuentra totalmente satisfecho, digamos que solo a un 80 %, y él necesita estar convencido al 100 %, si no el proyecto no despegará).

Así que espera encontrar esa inspiración adicional en estos paisajes puros de El Sauce, ahora encogidos bajo un cielo denso y gris, y tiritando, asechados por las heladas y los fríos aguaceros.

El escritor ha quedado con un pintor y con un calefactor, ambos de la tierra. Está terminando de acondicionar su casa, que ha ampliado recientemente, para que sea una casa familiar que acoja con comodidad a toda su familia natural y política cuando se tercie disfrutar de un tiempo en ella.

El escritor mientras departe con estos profesionales no deja de pensar en su novela, les deja hablar y hablar sobre sus sugerencias, como música de fondo del bulle bulle que recorre su mente. El escritor, muchas veces, no necesita concentrarse en su soledad, sino dejarse llevar por la vida que fluye a su alrededor.

Luego, come con su hija, que hoy lo ha acompañado. Su hija se lee todos sus libros, más que nada porque le gusta corregirlos con esa vis de auditora profesional que tiene y que a él le aplica con humor y bondad. También es una lectora joven y con unos gustos que él conoce bien. Así que se anima y le cuenta el argumento de su novela.

A su hija le encanta la historia pero no le gusta el final. Le sugiere otro. Esta discusión la han tenido muchas veces. A su hija le emocionan los finales bonitos y románticos. El escritor, que tal vez sea un romántico empedernido, aprecia, sin embargo, los finales realistas, no demasiado edulcorados.

Como no se ponen de acuerdo, hablan de cómo decorar una pared del salón principal de la casa que les queda pendiente. Es una pared familiar, con cuadros de imágenes de toda la familia, desde los abuelos hasta ahora. También aquí cada uno tiene sus gustos, pero acaban haciendo unos bocetos muy clarividentes que resumen la conclusión común a un par de matices pendientes de acordar.

Su hija, satisfecha, sin duda, por este reblandecimiento de su padre, se anima a contarle sus propios proyectos decorativos que ella y su novio están preparando para su nueva casa, que están reformando. El escritor la escucha como oye caer la lluvia que tanto le gusta, empapándose de sus palabras, e inundándole  de nuevo el tiempo aquel en que él y su madre también hablaban de lo mismo.  La vida es una experiencia circular, piensa. Y hete aquí que, de repente, se da cuenta de que ahí está la clave de su novela, una novela intergeneracional, sin duda. 

El escritor no le dice nada, aunque, contento,  la anima a que salgan los dos a la terraza a ver los campos blancos de escarcha por sus hondonadas y los chopos desnudos de hojas. La vida es cíclica como las estaciones, piensa el escritor, mientras se hacen unas fotos de recuerdo. En unos meses llegará la primavera y todo se recubrirá de verdor, de flores y de alegría.

Llegan de vuelta a Madrid y, ya con su mujer que tenía hoy un compromiso,  se van los tres a cenar. Madre e hija hablan sin parar de la reforma, de los viajes que van a hacer este año y del otro hijo que se encuentra hoy por Andorra esquiando. El escritor solo piensa en cómo redondear su novela. Cree estar ya al 95% de lo que quiere.

Por la mañana se levanta con ganas. Ha soñado con su ,libro. Con el final de la historia. Cree haber encontrado en sueños ese 5% que le faltaba. Así que, en cuanto pueda, procederá a escribirlo.

Todavía le quedará madurar el contenido del texto, la parte central que está entre el principio y el final. Ahora toca documentarse, pensar a fondo los personajes. Llenar de ingredientes esa morcilla que, según Cela, era una novela. Para que adquiera ese punto de sabor, de aroma, que el escritor busca. Para ofrecérselo a los lectores. Para que estos se sientan atraídos, como las abejas por las flores, para entrar en ese mundo literario que el escritor ha construido durante tantos meses para ellos. Para que disfruten, o  se entretengan, o reflexionen y, por un momento, se dejen enriquecer por esa vida soñada que está más allá de la realidad en la que viven. Que es vivir otra vida diferente, sin duda, mientras se pasan las hojas de un libro, cómodamente sentado en su sillón.

Para eso todavía falta. Y el escritor también tiene su vida, su familia, sus necesidades, que lo reclaman. Y el cine que, como todos los eneros, llama a su puerta. El productor y director Manuel Serrano le ha llamado para hablar con él uno de estos días. El escritor cree que este año será un año cinematográfico tranquilo, no cree que la producción de  El donante se aborde en este curso. En cualquier caso, este germen de Regreso a El Sauce Curvo ya ha calado hondo en el escritor y, tarde o temprano, acabará viendo la luz.

Porque así sea.