miércoles, 27 de diciembre de 2023

DÍAS DICHOSOS EN ALICANTE (1)

 


Cuando el escritor se dispone a plasmar en literatura estos días navideños, al sol de las playas de Alicante, para este blog literario y personal, se acuerda del libro de memorias del gran Umbral: "Días felices en Argüelles".  Lo que pasa es que el escritor no se atreve a titularlos así, aunque así los sienta. La felicidad es una liebre asustadiza que, de vez en cuando, corre a nuestro lado y, en un tris, desaparece tras los arbustos. Él no quisiera que estos días desaparecieran de su recuerdo y, mucho menos, que se asustaran por el uso de ese adjetivo tan rotundo de "felices" y tardaran en volver a aparecer. 

El escritor viaja en coche con su mujer y sus hijos, ya mayores, que tienen, desde hace tiempo, sus propias parejas, pero que, por diversas carambolas del destino, quieren pasar unos días de estas navidades  con sus padres.  Y, ellos, encantados, claro, mientras quieran estar con sus papis y estos no interfieran en las vidas de sus hijos. El escritor sigue un viejo consejo que alguien sabio le dio una vez: "Para llevarte bien con tus hijos, tú, boquita cerrada, y cartera abierta". Y él añadiría: "Y que se sientan protagonistas".

El padre del escritor, muy sabio en casi todo, no llevaba bien, sin embargo, eso de ir en el asiento de atrás del coche. "Cuando te relegan al asiento de atrás, malo" le decía. Al escritor, por contra, no solamente no le importa, sino que lo prefiere. Ir él y su mujer relajados en la parte de atrás del auto, contemplando el paisaje, que es como ver pasar la vida, se dice, mientras piensa que envejecer es cada vez más mirar, reflexionar, recordar, aconsejar, dejando la acción para los más jóvenes, los protagonistas del futuro. Así que él hace una parte del trayecto y el resto se lo reparten sus dos hijos, encantados, además. 

El escritor tiene un coche grande, muy aparente, un todoterreno negro de alta gama y marca de élite. En su época de financiero se lo prestaba su empresa como vehículo de representación, él, un chico ahorrador y de pueblo, nunca hubiera hecho ese dispendio. Cuando llegó su jubilación llegó a un acuerdo muy favorable con su empresa y ahora se pasea en él y, sobre todo, contempla, orgulloso, cómo disfrutan sus hijos, domándolo, y disfrutando de un vehículo más completo que sus utilitarios. Tal vez eso les incentive, piensa él, a pencar y pencar, para perseguir sueños y ambiciones que conllevan, también, sus correspondientes zanahorias. Como él hizo.

Alejarse de Madrid es alejarse de los problemas cotidianos. Y una persona sin problemas desarrolla buen carácter y un sentido del humor reconfortante y agudo. Así que todo son bromas y buen rollo dentro del coche. De vez en cuando, los jóvenes ponen música de ahora y los padres se dan cuenta que es maravilloso estar cerca de los jóvenes, el problema es que los jóvenes quieran estar cerca de los viejos,  claro. Pero estos días están de suerte.

Al escritor le gusta pararse a comer en carretera y dejarse llevar por la improvisación. No tiene sitios predeterminados, eso que viaja con frecuencia por la A-3. Viajar es incentivar lo inesperado, lo sorprendente. Ello te sacude de la modorra de tu vida rutinaria en la gran ciudad, despierta tus sentidos y te hace rejuvenecer.

En la comida, el escritor y su mujer se interesan por los planes de sus hijos para el año próximo. No hay nada que les guste más a los hijos que hablar de lo que quieren hacer y que sus padres les escuchen, a ser posible sin opinar con esos juicios, que los hijos ya se saben de sobra. El escritor se piensa a sí mismo de joven, cuando tenía una edad parecida. Sí, envejecer es vivir dos veces.

Llegan al mar. El mar, piensa el escritor, nos recoge como afluentes suyos. Como ríos que vierten sus problemas en él, y nos despoja de todos los caparazones con que nos hemos ido vistiendo en la gran ciudad. Al escritor, ni muy playero, ni tampoco deportista del agua, bueno, ni de la tierra tampoco, lo que le gusta es mirarlo, pasear por su cinta de espuma que choca con la arena de la playa, con los pies refrescándose en él, sorprenderse con  los rayos de la luna surfeando de noche en sus rizadas aguas y dejarse llevar por su inmensidad, por la inmensidad de su belleza, quiere uno decir.

Así que nada más llegar y dejar las maletas, se van al Paseo de El Albir, por esa primera estampa del mar, atardeciendo ya, hubiera merecido la pena este viaje, piensa. Con el paso de los días, sin embargo, el mar llega a ser también rutinario y anodino. Pasa como cuando compras un cuadro hermoso que te gusta, los primeros días no haces más que mirarlo, luego, quizás, ya ni reparas en él. Por eso él ama esos viajes cortos, de unos pocos días, como este, donde el embrujo del mar no pierde efecto.

                                                                                                                    Continuará...

 (para el proyecto "Envejecer")


Algunas fotos de recuerdo, para este diario literario y personal: