domingo, 14 de septiembre de 2025

¡ENHORABUENA, CAMPEÓN!

 


¡ENHORABUENA A NUESTRO HIJO LONDINENSE!




Tras una semana de sufrimiento sin comunicación alguna con él, recibimos esta foto en la cima del Kilimanjaro. ¡Enhorabuena, Guille, campeón! Y, aunque estés molido para varios días, ¡siempre lo recordarás!

miércoles, 10 de septiembre de 2025

EMPIEZA NUEVO CURSO

 


    Para mí los años empiezan como para los estudiantes: en septiembre. Así que hemos aprovechado el verano hasta donde hemos podido. Tras la última semana de agosto, muy intensa: visita de nuestro hijo londinense, dos cenas de cumpleaños, una boda y primera revisión de mi novela, nos hemos fugado, mi musa y yo, unos días a nuestra cabaña de Alicante. A darnos el último baño, despedirnos del verano y prepararnos para el presente curso. Unas fotos de recuerdo para este diario literario y personal:



De boda. Nos falta la cuarta de este año, en octubre.




Mi musa leyendo el borrador de mi novela, ya cayendo la anochecida en la playa.




Invitando a cenar a mi musa, en agradecimiento, en un restaurante de Altea.



Paseando frente al mar por el Albir.



    Aterrizados en Madrid, me pongo al día en redes y me meto de hoz y coz con la revisión de mi novela y, sobre todo, seguimos en vilo el paso de los días, deseando que llegue el domingo. Hasta entonces, no sabremos nada de nuestro hijo, apagón informativo total, en su subida al Kilimanjaro, eso es ser joven, tenemos que asumir, enfrentarse a lo desconocido.

    Entre tanto, me reconforto con los buenos ratos que hemos pasado este verano, tanto en nuestra visita a Londres, como en la suya a Madrid.




En la sepertina de Hyde Park.


Mostrando las oficinas de Fiera Infraestructure a sus padres en Londres.


Preparado para subir al Kilimanjaro:


Con mi musa en el Puente de Londres.




    Sí, se pasa otro verano, y nos deja su música. Esa que formará parte de la partitura de nuestra vida. Sí, nos quedará, muy dentro, esa música inolvidable, como en este relato que yo escribí hace ya algunos veranos. Ahí va:


QUEDARÁ LA MÚSICA

Después de cenar íbamos a dar un paseo cuando nos embargó el sonido de la música. Nos llegó reverberando entre las columnas, los espejos, el murmullo de la gente deambulando por el lobby del hotel.
Era una música en vivo y, mientras saboreábamos un par de combinados, tú observabas a las parejas que bailaban. En esa noche de alegría, de despreocupación, de vacaciones. Y me apretabas el brazo, como sé que lo haces cuando estás contenta.
    La orquesta, quién sabe por qué, me recordó de golpe a la del Titanic. Dentro de no muchos años no quedaría nadie de los que allí estábamos. Dónde iría toda aquella alegría, la complicidad de los cuerpos, las caricias y los besos de todas aquellas parejas, que continuarían, luego, mucho más apasionadas, sin duda, al otro lado de las puertas de las habitaciones. Todo aquel barco se estaba yendo ya a pique, escorándose lentamente hacia el abismo. Los únicos cuerdos debían ser los músicos de la orquesta que tocaban «El último vals» y nunca abandonarían la nave. Estoicos y escépticos, mientras les llegaba el agua a la rodilla.
    Sí, sólo quedaría la música de aquella noche en el recuerdo submarino de todos nosotros, pasadas unas décadas. En el silencio eterno que sólo recorren los peces.
    Tal vez porque me viste triste, me apretaste el brazo un poco más: «Venga, vamos a bailar».
    Sí, al final sólo quedaría la música de aquella noche. La fragancia de tu cuerpo entre mis brazos. Y el susurro de tu aliento en mi oído: «Sabes que te querré eternamente».
    Entonces me pareció que el músico del violín sonreía. Yo ya lo había visto antes. Aunque dónde, cuándo.
    A veces, pienso que ya he estado en los sitios, que todo es una repetición de algo ya vivido. Por eso me acerqué al músico del violín: «¿Qué es todo esto?».
    Él me sonrió de nuevo y se acercó al micrófono: «Y como despedida, esta balada de Celine Lion: “Mi corazón seguirá”».
    Sí, al final del final sólo quedará la música.
Y las estrofas que un día llenaron nuestro pecho bailarán entonces en las ondas que producen los peces: «El amor puede tocarnos una vez. Y durar toda una vida. Pase lo que pase, mi corazón seguirá…»


    A veces, no sabes por qué, ves a tu pareja, o te ven a ti, llorar de una forma extraña. En una noche llena de alegría, de despreocupación. De vacaciones.


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jueves, 4 de septiembre de 2025

ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

 




ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

        Yo al Reino Unido he viajado mucho. Probablemente, al país que más. Estuve, de joven, dos veranos en Oxford y Canterbury estudiando inglés y otro verano hice un viaje inenarrable por todo el país, un tour solo para jóvenes internacionales con nuestra mochila y nuestra tienda de campaña, algo loco, rebelde y libertario.
        Después, por motivos profesionales, he viajado muchas veces a la capital, inclusive tuve durante algunos años un pequeño equipo que me reportaba en la sucursal que mi empresa tenía allí. Es un país al que le tengo mucho cariño, inclusive a los ingleses, esos fieros leones de antaño que solo son, ahora, apenas unos domésticos gatitos.
      Hacía quince años que no iba a Londres y, tal vez por ello, me ha impactado su decadencia sobremanera. Que es la decadencia de toda Europa, ¡y la nuestra!, vamos todos en el mismo barco que ellos.Ya en Londres solo es valioso lo que fue, esa gran capital del último imperio europeo. Desde entonces, no se ha hecho nada, se nota la falta de inversión en el metro, en los aeropuertos, inclusive en el mítico Heathrow que ahora está muy detrás del de Barajas. Y, sobre todo, no han invertido en ellos mismos. Londres hoy parece Islamabad, o Nueva Delhi, apenas ve uno aquellos mozos rubios y altos, aquellos hijos de la Gran Bretaña.
    Nos recoge un coche en el aeropuerto de Gatwick, que está, efectivamente, a tomar por Gatwick: casi dos horas para llegar a la capital dentro de un tráfico infernal. El chófer es pakistaní, como casi todos allí, mi mujer y mi hija, muy inteligentes, me dejan delante con él. Así que me paso esas dos horas hablando con Yasuf, mientras ellas disfrutan el paisaje. Pero, al final, han sido muy interesantes y productivas.
    Hablamos de la emigración, claro. “Nosotros no queremos venir aquí, estamos mejor en nuestra tierra y con nuestra gente, es muy duro dejar a tus padres y hermanos, aprender un nuevo idioma, nuevas costumbres, ¡saber conllevar este tiempo!”. El tiempo da mucho juego en las conversaciones, así que le pregunto: “¿Y cómo definirías el tiempo inglés?”. Yasuf se rasca la perilla y me habla: “A lo mejor ya lo han dicho otros, pero a mí me recuerda el carácter de las mujeres, aquí pasamos del sol a las nubes como ellas pasan de la alegría al enfado, en fin, hay que surfearlo”.
    Volvemos al tema de la emigración: “Venimos porque nos necesitan. Es mentira que quieran ayudarnos, si quisieran hacerlo de verdad nos ayudarían en nuestro propio país. Todo son facilidades para venir, porque sin nosotros este país se iba a la mierda”. No le digo nada, pero me acuerdo de nuestra España, donde si no vienen cada año 500.000 emigrantes se va también a la ídem. Así que Yasuf continúa: “Esta relación de dependencia máxima que tienen con nosotros, acabará en una relación tóxica, como todas de las de esta naturaleza, acabaremos controlando este país y dominando a su gente, que serán nuestros subordinados, y su cultura desaparecerá. Ya se están dando cuenta de la situación, de ahí esos movimientos políticos contra la emigración. Pero el problema no somos nosotros, sino vosotros, que no podéis dejar de ser dependientes nuestros”.
    Me sorprende la perspicacia de Yasuf, que es capaz de ver el fondo del asunto entre las neblinas que tejen nuestros políticos, a los que solo les preocupa el tiempo que falta hasta las próximas elecciones. Y el fondo del asunto es un tema de estado que requiere un tiempo largo de gestación, pero, como digo, no hay políticos de largo plazo sino solo del titular del periódico de mañana.
    Todos los que hemos viajado mucho, lo tenemos muy claro. Europa es un barco que se hunde desde hace muchos años, solo es valioso lo que fue, como en Londres: esos monumentos y antigüedades de nuestros tiempos de gloria de las que ahora disfrutan, pagando, claro, (es de lo que nosotros vivimos), todos los turistas que nos visitan y que son los que ahora pitan, lideran, en este mundo nuevo.
    A los imperios no los derriban, se desmoronan ellos solos: Europa no apuesta ni por sus hijos, ni por su cultura. Los traemos ambos de fuera y dentro de no mucho, ya no seremos capaces ni de reconocernos.
    Y los emigrantes no tienen ninguna culpa, ojo. La tienen nuestra desidia, abulia, falta de ilusión, ensimismamiento, falta de amor al trabajo y al esfuerzo y un proyecto ilusionante y compartido.
    Como me decía un amigo al que estimo: llevamos muchos años los europeos, y Occidente en general, viviendo del cuento, trabajando poco y, lo que es peor, pareciéndonos todavía mucho. E inventando señuelos, que engañan momentáneamente, para seguir manteniendo esta ficción
    Sí, hace unos años descubrimos el señuelo de la globalización que, entre otras cosas, significa: en vez de producir, de trabajar nosotros, que lo hagan otros países, como China, India, etc., donde hay unos salarios de mierda, luego nosotros se los compramos a precio de la ídem y así podemos consumir mucho más sin trabajar.
    Vino el Covid, se cerraron las fronteras y nos dimos cuenta de que nosotros no producíamos nada, ni siquiera mascarillas: solo éramos unos gigantes con pies de barro.
    Pero, hemos descubierto otro señuelo: si la globalización es peligrosa, traigamos esos trabajadores con salarios de mierda a nuestro propio país, para hacer trabajos de la ídem que nosotros no queremos. Otra forma de vivir a costa de otros. Pero, claro, todo tiene un coste: menor cohesión social, problemas de integración, incógnitas sobre el futuro. Por lo que ya estamos pensando en lo siguiente: emigración, sí, pero, no descontrolada, quiere decirse que ahora deberá estar totalmente subordinada a nuestros intereses.
    Nadie parece preocuparse del tema de fondo: esa ilusión individual y colectiva que nos mueva de nuevo a dedicar todas nuestras fuerzas por construir por nosotros mismos un presente y un futuro mejor para nuestros hijos. ¿Quién dijo hijos? Ahí está otro de los grandes problemas.
    Miro lo que me gusta de Londres: esos parques, esas praderas verdes de Hyde Park, de Regents Park que la gente disfruta y ama, ese Parlamento bellísimo donde un día, hace ya mucho, se inventó la democracia, como también se inventó el fútbol y ese idioma que ya es de todos. Y veo también lo que están haciendo ahora y no me gusta: el London Eye, que me parece una horterada de cuidado, tanto como esos especie de bicitaxis chinos al descubierto, con música a todo volumen y colores chillones que ofrecen a los turistas, y que convierten al centro de la capital en una especie de Benidorm. ¡Qué pena! ¡Y lo que nos queda por ver!
    Vuelvo de Londres, donde he pasado unos días soleados y a nivel personal muy felices, con las palabras de Yasuf en mi cabeza, quizás ya estaban antes, y con la pena por esta Europa cada vez más irrelevante en el mundo –Trump, Putin, Xi, nos están sacando los colores todos los días– y, sobre todo, con el dolor por la falta de un liderazgo que nos haga salir de este charco en el que chapoteamos alelados, mientras otros brillan y a nosotros cada vez nos queda menos agua.
Sí, vuelvo de Londres, esa ciudad soñada un día, que fue un faro para mí. Siento por ella, ya no admiración, sino solo ternura. Como por esos hijos de la Gran Bretaña, cada vez más escasos, en los que nos hemos ido convirtiendo todos.


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lunes, 25 de agosto de 2025

¿PUEBLOS O CIUDADES?

 


Lo primero, agradecer a todos los espectadores la magnífica audiencia que han otorgado al vídeo homenaje a mi pueblo, https://www.youtube.com/watch?v=zgDVnjYkWt8 que anda ya en su primera semana por más de 1200 visitas en you tube, varias veces la población del mismo. 

Al hilo de su realización  escribí este artículo, seguro que los que habéis visto el vídeo lo entenderéis muy bien:

     ¿PUEBLOS O CIUDADES?

Si analizáramos los principales indicadores relativos a la población o a la economía de un país desarrollado, veríamos que las ciudades ganan a los pueblos por goleada, en un proceso de absorción que parece que no tiene fin.
Sin embargo, hay algunos brotes verdes que indican que algo está cambiando. La gente empieza a preguntarse cosas. No es oro todo lo que reluce en la gran ciudad: la gente huye de los pueblos porque dicen que no quieren estar solos, pero, ¿será cierto esto que afirmaba ya en el siglo XIX el escritor Henry David Thorau: “La ciudad es un lugar donde miles de personas están solas juntas”? ¿Y qué opinan de aquello que dijo el premio Cervantes Octavio Paz: “Las ciudades modernas solo son desiertos de gente”? Esos desiertos que solo producen soledad e incomunicación, llenos de grandes bloques donde no se vive “al lado de” sino unos encima de otros, como ya nos avisaba Eduardo Galeano: “Las ciudades se han convertido en jaulas verticales”.
Algún fan urbanita podría argumentar que, en los pueblos, aparte de que no hay gente, no hay nada para disfrutar de la vida. Pero, cada vez más ciudadanos se preguntan si no será que “las ciudades solo hacen que crear necesidades artificiales que solo llevan a angustias innecesarias”, como afirmaba el filósofo Jean Jacques Rousseau o que “producen un ruido tan alto que ahoga el alma de los individuos”, como resaltaba Fernando Pessoa.
Cada vez más gente piensa en este dilema: ¿Pueblos o ciudades? Y, más ahora, donde los precios inmobiliarios están no en las nubes, sino casi en las estrellas. Y se rascan la cabeza enfrentando las ventajas e inconvenientes de los pueblos:
Ventajas:
Tranquilidad: la ausencia de ruido, tráfico y estrés convierte a los pueblos pequeños, en auténticos refugios de paz.
Naturaleza: el contacto diario con el entorno natural favorece la salud física y mental.
Comunidad: aunque pequeña, la vida social en ellos es más estrecha y cercana que en las ciudades.
Coste de vida: en general, los gastos de vivienda y alimentación son menores que en zonas urbanas.

Desventajas:
Falta de servicios: muchos pueblos carecen de médico, escuela, farmacia o incluso tienda de alimentos.
Aislamiento digital: aunque mejora poco a poco, la cobertura móvil o de internet es deficiente en muchas áreas.
Escasas oportunidades laborales: salvo en sectores agrícolas o turísticos, el empleo es muy limitado.
Envejecimiento: la mayoría de la población supera los 65 años, lo que afecta al dinamismo y sostenibilidad local.

Y el escritor de este artículo, que respeta más que nadie el libre albedrío de la gente, deja que cada cual vaya sacando sus propias conclusiones para tratar de ser lo más feliz posible, que es lo que importa. Aunque él lo tiene muy claro desde hace tiempo: él se siente como uno de los privilegiados que tiene pueblo y ciudad, que nació en una comunidad pequeña, como Sacecorbo, donde todo el mundo se conocía y tenía a toda su familia alrededor, y aprendió a vivir de la austeridad, que solo significa como todo el mundo conoce: saber disfrutar mucho más de aquello que logras alcanzar, y guardar algo también para cuando las nóminas mengüen, esto sí que es desarrollo sostenible, que está tan de moda ahora. Y aprendió también a conocer y deleitarse con la naturaleza, ¡y tantas otras cosas!
Luego, aprendió a amar a una ciudad como Madrid, abierta a todo el que llega, competitiva pero llena de meritocracia, de oportunidades, de progreso, de grandes empresas, de formación y de mucho futuro. ¡Ay, pero que también sufre de las incomodidades, contaminación, ruido, estrés y mil puñales más que se te clavan en tu interior y que pueden amargarte la vida!
Cuando eso le ocurre, él tiene su remedio, piensa el escritor, su particular farmacia, su médico de cabecera, que es coger su coche y en un pispás acercarse a su pueblo. A Sacecorbo. Asomar por el cementerio y saludar a sus padres que yacen, solo dormidos cree él, rodeados de toda esa comunidad de personas que el escritor conoció y acompañó a su último destino, de niño, siendo monaguillo, y que todavía recuerda en qué casa vivió cada una y qué circunstancias la rodearon. Esa comunidad de los que se fueron, pero que siguen ahí, esperándonos, en ese barrio que es uno más del pueblo. Ahí nos reuniremos todos los que vivimos un día juntos, que es algo que jamás te podrá ofrecer la gran ciudad.
O tomarte un café sin prisas en el bar y charlar de cosas de hace cincuenta o sesenta años con un viejo compañero de escuela con el que te une más autenticidad y verdad que con cualquiera.
Recorrer los caminos, los senderos que llevan a la Barbarija, a Monseco o al Barranco de la Hoz, que es como recorrer toda tu vida de nuevo, ligero de equipaje, respirando un aire más puro que ninguno y una luz que ya quisieran en la Puerta del Sol.
O gastar unos días en las Fiestas de San Bartolomé, o “con el hombre orquesta”, de la Asociación de vecinos y jubilados, bailando esas canciones que llevan tu corazón y tu cabeza a aquellas primeras historias de amor que te han conducido a lo que ahora eres.
Sí, el escritor, cada semana, tiene que ir a segar, a regar el césped, como otros plantan tomates y cebollas que, en realidad, son solo la excusa para ir a nuestro pueblo, para escapar de lo que tiene de cárcel la gran ciudad y reencontrarte con tu esencia, con la inocencia y la ilusión de cuando eras un niño.
Por todo esto, el escritor piensa que quienes más pueden hacer por sus pueblos, –y esto no es eximir a nuestros gobernantes en absoluto que tienen que convertir la España vaciada de oportunidades en la España llena de esperanza–, somos los que nacimos allí, los que sabemos la bondad de sus vitaminas, de sus cielos abiertos, del tiempo que va más despacio y que hace más larga la vida. Y quién sabe si más feliz.
Seguro que ese contagio llega a otros que ya se están preguntando cosas. A otros, que nunca tuvieron pueblo, y sienten, cuando nos miran, la envidia de tenerlo.
Porque regresar a los pueblos, en mayor o menor medida, es algo que no nos podemos perder. Regresar es “volver – como dice el tango– con la frente marchita/ las nieves del tiempo/ platearon mi sien/. Sentir/ que es un soplo la vida/ que veinte años no es nada/ que febril la mirada/ errante en las sombras/ te busca y te nombra. / Vivir con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo…
Disfrutemos pues de nuestro pueblo a tope, los afortunados que lo tenemos, aunque vivamos lejos, y acérquense a ratos, si pueden, a las ciudades los que viven en él. El escritor, que ya tiene sus años, ha aprendido que en esta vida no debe quererse una cosa o la otra sino, precisamente, una cosa y la otra.
Tal vez, porque se acuerda de aquello que dijo el sabio: “el secreto de la vida feliz es tener muchas pasiones, pero ninguna dependencia”.
Así que, vivamos donde vivamos, no nos olvidemos nunca de gritar alto y fuerte, para que todo el mundo nos oiga, ¡que viva siempre también nuestro pueblo!
Porque así sea.

No dejéis de leer la trilogía de "El Sauce Curvo", cuyo primer tomo es "Memorias del Sauce Curvo" ambientada en mi pueblo de Sacecorbo, la disfrutaréis recordando vuestra niñez y juventud: https://shorturl.at/NTWHH,





domingo, 24 de agosto de 2025

TODOS L0S BESOS. FELIZ DÍA DE REGRESO

 


Hace unos meses preparé un vídeo con imágenes que me habían enviado algunos de los asistentes a la boda de mi hija, como un regalo a su regreso de su viaje de novios.

Hoy vuelve de nuevo, tras una segunda parte del mismo, solo por tantas vacaciones valdría la pena casarse y más si es con la persona de tu vida.

¡FELIZ REGRESO! ¡TODOS LOS BESOS Y TODOS LOS BUENOS DESEOS PARA VOSOTROS QUE ESTÁIS INICIANDO VUESTRO CAMINO!

Ahí va el vídeo con lo que escribí aquel día:

Todas las emociones. El tiempo, las estaciones, solo son una suma de emociones, de momentos pegados a los sentidos, alguien dijo, ahora no me acuerdo quién, que los sentidos son las ventanas del alma. Y el alma es esa incandescencia, ese rescoldo íntimo, que da calor, luz y energía a todo lo que somos.

Todos los besos. Besos de luz, de música, en la caída de la tarde. Hace tres semanas se casó mi hija. A ciento cincuenta metros de nuestra casa. La casó el mismo cura que a sus padres y ella llevaba la misma diadema de flores que su madre. El tiempo pasa pero no se va. Se queda prendido en las emociones de una tarde.

Hoy vuelve mi hija de viaje de novios y he querido regalarle a ella y a su marido este manojillo de imágenes, de luces, de besos y de emociones, de cuando salieron de la iglesia.  Han sido, no sé, seis o siete móviles diferentes, cuyos dueños han sido tan amables de enviarme las imágenes que grabaron de forma espontánea.  Mezclarlo todo ha sido un reto. Y un disfrute. El recuerdo es abrir de nuevo la caja de las emociones. Yo soy solo un artesano de lo que vi, de lo que sentí. Y me siento muy afortunado.

Ahí va, para este diario literario y personal, celebrando este día de regreso:TODOS LOS BESOS PARA ESTA JOVEN PAREJA:  https://youtu.be/82QexMZMJwU

Lo veo una última vez y me acuerdo de otro regalo que le hice poco antes de su boda. Sí, el tiempo no pasa. Solo es la misma emoción que gira sobre su eje, como hace la tierra todos los días. Pero, el tiempo sí nos da la oportunidad de intentar cumplir nuestros sueños.  Y yo le deseo que cumpla los suyos en él: 

https://youtu.be/Odmi8bXXbSQ?si=ebxLFwHuxsFVx5vP


sábado, 23 de agosto de 2025

¡BIENVENIDO A CASA!

 

Ya solo faltan unas horas para darte un fuerte abrazo, campeón. ¡Qué ganas!

Aunque solo sean unos días, y nada más llegar te vayas con tu amigo a San Sebastián en esa agenda frenética que siempre llevas contigo, como joven dinámico y emprendedor que eres. Disfrutaremos a tope estos momentos, mañana llega desde Francia tu hermana con Rubén y podremos juntarnos todos de nuevo. Por esto merece la pena dejar este año a San Bartolo solo en su pueblo, ya habrá otros años. 

Te ayudaremos con toda la logística y los preparativos para ese gran reto que te has impuesto: nada más y nada menos que subir al Kilimanjaro en la lejana Tanzania. Lo conseguirás, como guinda a este primer año de MBA, donde te has curtido tanto y has tenido tantas experiencias profesionales y personales. Disfruta de este minipermiso ¡y vamos a por el segundo año! Para nosotros será un placer estar a tu lado y celebrar el cumple de mamá a tu vuelta de San Sebastián todos juntos.

Cuando viniste las primeras vacaciones a Madrid las pasadas Navidades, escribí este post para este diario literario y personal. No puedo más que repetirlas, con el mismo videoclip de homenaje: ¡Bienvenido a casa, campeón!


¡BIENVENIDO A CASA, CAMPEÓN!

Vuelves como los antiguos expedicionarios, aquellos que iban en barco a descubrir nuevos mares. Sobre uno de ellos, escribirte tú un relato literario, ¿recuerdas? Vuelves en Navidad como los que emigran a abrir nuevos caminos, más amplios y de más recorrido, por los que luego transitar. Vuelves también para tomar un respiro y cargar las pilas para esa pelea por conseguir tu reto.

Y, nosotros, felices de verte de nuevo, aunque estemos en contacto a diario, podemos tocarte, abrazarte, estar juntos y pasar buenos ratos, lo mejor posible.

Así que, ¡bienvenido, campeón!

He preparado con el iMovie que tú me enseñaste a manejar, rebuscando en el desorden de cintas y fotos que tenemos, este homenaje para ti. ¡Ya apuntabas maneras entonces!

La digitalización que nos hicieron de las cintas no es muy buena, y el blog me permite poco peso, pero, aun así, brillas con todo tu esplendor. ¡Bienvenido a casa de nuevo! ¡Te queremos!

Ahí va, beautiful boy:



jueves, 21 de agosto de 2025

HOMENAJE: QUIEN HAYA NACIDO EN UN PUEBLO LO SENTIRÁ COMO PROPIO.

 

Un placer rendir homenaje a mi pueblo de nacimiento, Sacecorbo, el famoso Sauce Curvo de algunas de mis novelas, y, sobre todo, a sus gentes. Como a las de esta foto, que asistíamos a la misa que fue retransmitida a toda España el pasado septiembre.
Ahí va este videoclip que hice gustoso para su Asociación de Vecinos y que está recibiendo mucha atención. Quien haya nacido en un pueblo lo sentirá como propio. No me cabe duda.



Y esta otra foto en el restaurante La hoz:



Y hoy acabo de recibir una foto que me ha conmovido sobremanera: mi tío abuelo, hermano de mi abuela materna, se llamaba Gabriel Ortiz Palafox y ejerció una gran influencia en mí, desde luego, literaria pero, también, de vida. Yo he tratado de reconocérselo durante todos estos años: mi primer seudónimo literario cuando empecé a aparecer en redes era precisamente Gabriel Palafox, hay también muchas cosas de él en el personaje del tío Ezequiel de Memorias del Sauce Curvo y el protagonista absoluto de la trilogía del mismo nombre, se llama casi como él: Germán Palafox. Nunca lo olvidaré.

Aquí está más joven que cuando yo lo trataba en los años sesenta y primeros setenta. Pero, me han vuelto a impactar esos ojos apasionados, vívidos e inteligentes, de cuando conversábamos durante horas caminando por el campo o en su sastrería de Sacecorbo, mientras cortaba las telas con aquellas tijeras enormes que tenía. Él me hizo mi traje de comunión a medida, ¡y tantas otras cosas más!

Guardaré esta imagen en lo más profundo de mi corazón.







viernes, 15 de agosto de 2025

EL CIELO

Hace unas semanas, me hicieron una entrevista en profundidad para la revista DE SUR A SUR EDICIONES:

Y me pidieron un relato para publicar en la misma. Ahí va, el cielo, tan importante en estos días:

                                                             EL CIELO

Cuando éramos pequeños nos tumbábamos en la hierba, o en suelo de la plaza, y mirábamos el cielo. Cómo pasaban las nubes o, en el atardecer, volaban, llenos de vivacidad, los vencejos. Y, entonces, nosotros cerrábamos los ojos y, luego, después de un rato, los abríamos a ver cuánto había cambiado el mundo. Dónde estaba aquella nube regordeta, que era como una vaca con unas tetas enormes, o si el sol había doblado ya la esquina del campanario y quedaba, en aquel instante, partido en dos, sacando aquellos brillos misteriosos e incandescentes de la campana. Y del reloj de la torre.

 

Aunque no lo sabíamos entonces, debía ser ya el destino, incierto, caprichoso, imprevisible, que nos sobrevolaba a todos nosotros, diminutas hormigas indefensas y confiadas, mirando al cielo. Destino, muchas veces alegre, juguetón, risueño. O, a veces, doloroso. Como aquel día.

 

Se acercó tu primo pequeño.

 

«Terele —como así te llamábamos—, vete a casa, tu madre está muy mal».

 

 Y nosotros te observamos un momento cómo te levantabas. Y, luego, continuamos soñando con las nubes de algodón y misterio. Y con los vencejos, esos bullebulles alados, que eran tan veloces como nuestra imaginación de entonces.

 

Y, luego, todo pasó tan deprisa. Aquel sonido de campanas: ding, dong, con una pausa grande en el medio, llena de lutos, de suspiros y de lágrimas.

 

Tardaste en venir con nosotros. A tumbarte y ver el cielo. Tal vez era ya otra estación. Te pusiste a mi lado. Y me di cuenta que no cerraste nunca los ojos. Torpemente, te pregunté:

 

«¿Es que ya no confías en el cielo?».

 

 Ojalá me hubieras dicho que no. Que ya no confiabas. Solo me miraste como una chica mayor, como si estuvieras ya mucho más lejos.

 

Te fuiste como quien se aburre de un entretenimiento infantil y caduco. Y, quién sabe por qué, poco a poco, todos dejamos de jugar a aquel juego. Yo fui el último. De hecho, todavía lo hago. Y no es porque me hayan dado menos palos que al resto.

 

Simplemente, me gusta mirar el cielo. Como otros juegan a las cartas o ven la televisión. Mientras, la vida también pasa. Yo la veo mirando las nubes, o a los hijos de los hijos de los hijos de aquellos vencejos, que siguen volando tan rápido como entonces, tan lejos como mi imaginación pueda llegar.







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jueves, 7 de agosto de 2025

VERANO

 Muy ocupado estos días, con mil temas menores, pero que tenía abandonados desde no sé ni cuándo. Terminé mi novela, ahora está en periodo de reposo, como mi dedo, que no mejora tanto como quisiera porque sigo escribiendo, aunque sea a la pata, digo al dedo, cojo.

Lo  que sí he hecho es regalarme mi premio, nuestro premio, porque mi musa y yo vamos en el mismo barco en esto. En septiembre, nos iremos ocho días a un país europeo, de los pocos que no conozco.  
Tenía la ilusión de conocer también las cataratas del Iguazú y recordar Buenos Aires, pero, al final, tendrá que ser al año que viene. Bien apuntado queda.

Tengo pendiente escribir sobre mi reciente viaje a Londres, a veces pienso en reunir mis artículos para un libro: "Viajes de un escritor". A ver si así tiro de mí. Muy aleccionador ha sido, per se, y sobre los problemas de la emigración. A ver si tengo tiempo, y dedo, un día de estos.

Unas cuantas fotos de recuerdo y para que no se me olvide.

En la London Business School




Junto al parlamento:



Tengo la sensación de que se nos pasa el verano, buscando en mis archivos, uno tiene ya tanta obra que puede encontrar en ella casi todo lo que se le ocurra, he encontrado este post que me viene como anillo al dedo. Ahí va, con mis más sinceros deseos de que disfrutéis de lo que queda del verano. 



VERANO

No sé lo que tienen las estaciones. Esa compartimentación del año que, en España, tenemos la suerte de que se muestre tan acusada. Que invitan a parar, levantar la cabeza, y hacer un alto. Antes de seguir pedaleando, claro. Que eso es la vida: un verdadero tour de estaciones. De vivencias, quiere uno decir.
Llega el verano, y uno no sabe por qué, pero lo siente, que es la manera más intuitiva y rápida de saber: ha llegado la época, el momento de disfrutar. Y de descansar, claro.
Porque los años, los estudiantes lo saben bien, no terminan en diciembre, sino en julio. Dicen que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso y se les empezó a aplicar la fórmula: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, empezaron los años que ahora nosotros conocemos.
Y uno se arrastra como puede, hasta llegar a las empinadas cuestas de junio, suspirando por llegar a la cima. Desde la cual comenzará un periodo lánguido de dulce descenso. Mientras el sol dora tus contornos y la brisa te acaricia con su música reconfortadora.
Probablemente viajes a otro sitio. Donde la memoria no te recuerde tu encadenamiento a la maquinaria de la producción y de la supervivencia, encima ahora, para más inri, tan selectiva. A algún otro sitio que te permita volar de nuevo, elevarte sobre tu cutre realidad. Soñar con muchachas medio desnudas que nadan parsimoniosamente en calas doradas por el sol. Recargar las pilas de tu ilusión, de tus nuevos proyectos. Pero sin estresarte, sobre todo sin estresarte.


Porque el verano es época de lamerse las heridas. De vivir, por una vez al año, con ese hedonismo reparador y dulcificador de la existencia. Es época de sentir. De despertar los sentidos, tan atrofiados durante el resto del año, y descubrirse uno con todas sus potencialidades. Pero no para trabajar, ni para uncirse a ningún yugo. Sino para saborear lo bueno de estar vivo: El disfrute de la naturaleza, de la gente que te rodea, de tus sentidos que son la ventana que te comunica con el mundo. Pero, sobre todo, contigo mismo.
¡Bendito verano y benditas vacaciones! Que llegan, puntualmente, una vez más. Aunque sea con más cicatrices y con menos euros en la cuenta. Qué más da. Eso quedará para septiembre.
Ahora es el momento de disfrutar. De vaguear. De descubrir que alguna vez fuimos dioses. Como antes de que existieran las estaciones. Como antes de aquel terrible: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Como cuando todo el año era solo un largo, larguísimo e interminable verano.
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viernes, 1 de agosto de 2025

PRIMER ANIVERSARIO

 




Hoy, justo hace un año, nuestros hijos nos llevaron a Las Vegas a recasarnos tras 35.
La verdad es que tiene su gracia verse otra vez de recién casados en nuestro primer aniversario. La ilusión mueve montañas. Y una buena excusa para volver a celebrado todos en Londres donde vive uno de nuestros hijos. ¡Porque haya muchos más!
Yo lo recordaré también porque he acabado, justo hoy, la primera versión de mi nueva novela. Bastante satisfecho. Ahora queda lo más importante. Ya os contaré.
UN PEQUEÑO RECUERDO DE LA BODA DE LAS VEGAS: https://www.youtube.com/watch?v=OOm0bGouuYI



Tras un esguince que me hice en Sace,tengo inmovilizado un dedo. El trauma me tiene prohibido escribir, salvo lo indispensable, así que me dedicaré a leer estos días.

Recobro para vosotros este post que escribí hace algún tiempo sobre este mes que empezamos hoy:

EL REY SOL: AGOSTO, AGOSTO...

Recuerdo, de niño, cuando salía al campo de La Alcarria. En el tiempo de la siega. Que doraba los campos de un oro y amarillo furiosos,  infinitos. 
  Y, a veces, me tropezaba con las chicas y las mujeres por los caminos polvorientos. Eran como momias egipcias, vendadas de arriba a abajo, cubiertas de blanco, excepto los ojos, misteriosos y oscuros. Como  pozos hondos en el interminable horizonte quemado, abrasado por el sol.
    Entonces a las mujeres les gustaba la blancura en agosto. Como a las japonesas en todo el año. Quizá sabían, o intuían,  lo que una vez dijo el maestro: Una mujer blanca y sin ropa, está doblemente desnuda.
    Hoy me atorro, como todos, en una playa del Levante. La verdad es que el solazo frente al vaivén de las olas tiene su encanto. Esa dejadez, esa laxitud compartida, ese dominio absoluto del rey sol casan a la perfección con ese estado de ánimo que nos ofrecen los largos agostos aburridos y divertidos a un tiempo.  Aburridos por el día  y por la noche, ¿quién sabrá?
   Y las chicas se doran, se fríen al sol, vuelta y vuelta. Desconociendo, o tal vez no, que lo mejor siempre será ese espacio blanco y doblemente desnudo entre tanto marrón de quemazones y potingues.


  Pero uno aprendió hace tiempo que no se pueden, ni se deben, imponer los paisajes. Ni exteriores, ni interiores.
   Sino adaptarse a ellos. Formar parte de los mismos como una pieza más del puzzle  en el que agosto nos engulle a todos.
  Porque es el tiempo del rey sol. En el que todo quisqui claudica, excepto que esté a la sombra o  enchufe el “Air conditioning”.
  Y piensa entonces, fresquito, cuánto calor debían pasar mis paisanas de La Alcarria, o las japonesas, entre otras, por lucir blanquitas. Por renunciar a inclinar la cabeza ante el rey sol.
  Y yo me meto y salgo del agua, cada dos por tres.  Y luego vuelvo a la sombrilla. Porque soy de los falsos morenos a los que el sol les sienta mal. Y no se doran ni aunque los lleven a la hoguera de la Santa Inquisición.
   Como mucho se van poniendo rojos como un tomate. Quizá es que a uno no le gusta arrodillarse. Ni ante el rey sol. Ni ante la madre que lo parió. Agosto, agosto…
  Había una canción que no sé si recuerdan: Cuando llegue septiembre, todo será maravilloso… Pues eso.

Y, para el que no lo haya leído, no os perdáis EL DONANTE,  seleccionado por Amazon como uno de LOS LIBROS DEL MES.

jueves, 24 de julio de 2025

ME VOY DE VIAJE


Ahora que estoy haciendo la maleta para un viaje, de solo unos días, a Londres, pienso en que todo viaje tiene una ilusión, me acuerdo de esto que escribí con motivo de algún otro.
Lo importante, cuando te vas, es dejar en tu lugar de residencia las cosas en orden, para abandonarte y disfrutar entonces a tope. Y yo me voy contento: he cumplido con lo que me piden para la Revista Cultural de mi pueblo y le he dado un empujón casi definitivo al primer borrador de mi novela. Así que a disfrutar al lado del Támesis.
LA ILUSIÓN DE LOS VIAJES
“Invertir en viajar es invertir en uno mismo”
Matthew Karsten
Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.
Sí, miras por la ventanilla y encuentras el mundo al revés: con las nubes a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.
Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...
Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.
Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.
Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.
Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.
Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo.
La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina.
Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...
Y la mejor novela para leer mientras viajas, también habla de otro viaje: REGRESO AL SAUCE CURVO: https://t.ly/05tJH. Disfrutarás.
Fotos: en las torres Petronas de Malasia y en Marina Bay, Singapur en el verano de 2023.