Acabo de llegar a Madrid, tras unos días de cura, de sanación, de descanso, de paz, de renacimiento y de siembra de futuro, que todas esas cosas y más es para mí el mar. Yo soy de los que piensan que, sin romanticismo, sin idealización, sin sublimación y sin trascendencia, la vida sería un montón de actos repetitivos y aburridos. Quizás como el mar. Como el fru-frú de sus olas y su movimiento de voy y vengo eterno, pero sin moverse del sitio. Un día tras otro, una noche tras otra. Siempre o casi siempre igual.
Yo sé que el mar es solo todo lo que yo le pongo sobre sus olas cansinas y bajo sus fondos peligrosos y oscuros. Pero, es la foto que a mi alma conmueve. Remansa, dulcifica, también rejuvenece, estimula, la llena de vida y, por fin, que es lo importante, la inunda de futuro.
Debe ser el secreto de las aguas, la vida nació hace miles de millones de años en el mar y nuestra conexión con él permanece. Yo he escrito del mar muchas veces. De cuando lo vi por primera vez, aquella deflagración que fue como cuando me tropecé con el primer amor. Lo cuento en Lejos del Sauce Curvo, con las palabras de Germán, su protagonista. Es muy breve, pero resume todo aquello que sentí al verlo, cuando me despertó en el tren su grandiosidad, su luz y los latidos de su oleaje que son, mismamente, como los de nuestro propio corazón: vida.
“Llegó diciembre y yo no había cogido vacaciones en el banco, excepto aquellos dos días en agosto, por aquel medio año que llevaba trabajando, así que me dieron los trece días restantes que me correspondían. No en Navidad, claro, sino del uno al trece, para que no se me olvidara que yo allí era el último, por edad y por antigüedad.
Ya he dicho antes que, casi a mis dieciocho años, yo no había visto todavía el mar, casi me da vergüenza decirlo. Hoy, un chico a esa edad, del mar lo conoce todo salvo el fondo donde está el Titanic.
Eran otros tiempos, a mí me hizo una ilusión tremenda coger el tren Costa Brava, ¡qué nombre tan bonito y exótico, por Dios, me decía, ilusionado! Salía de Atocha a las nueve de la noche y llegaba a Barcelona a las nueve de la mañana del día siguiente, donde mi padre tenía unas tías que me enseñarían Barcelona y sus alrededores.
Nunca olvidaré cuando, al amanecer, descubrí la luz del mar, y sus olas, de un azul dorado, casi salpicaban el Costa Brava que circulaba, paralelo al agua, por el litoral de Tarragona. Fueron unos momentos mágicos e inolvidables. Dignos de haberlos vivido. ¡Solo por ellos merecía la pena haber cogido todos los días el metro para ir al banco y a la universidad!”
En “El día que fuimos dioses” hablo de todo lo que el mar iría significando luego para mí. Álvaro Artola, una vida fracasada, la indemnización del seguro es lo más valioso que puede regalar a las personas que ama, intenta quitarse la misma frente a él, sumergiéndose en su inmensidad. Aunque éste no está dispuesto a permitírselo…
* * * * *
—¿Desde cuándo existe el mar? —se pregunta Álvaro Artola, ahora que ya conoce el secreto de la muerte de Florián y, quizá, también, el secreto de su propia vida, el secreto de todas las vidas—. ¿Desde cuándo el río que nace en la montaña, de la pureza de la roca o del blanco deshielo, va descendiendo y enturbiándose con el légamo pestilente y la basura inmunda hasta llegar, corrupto y podrido ya, al mar purificante? ¿Alguna vez el mar dejará de absorber, de lavar y limpiar tanta podredumbre?
Álvaro Artola mira al cielo. Sabe que las aguas del mar, cuando se evaporan, forman grandes nubes que se condensan en las montañas, donde luego nacen los ríos de las más puras y cristalinas aguas y todo vuelve a empezar de nuevo.
—Ah, el secreto de las aguas, de las que todos estamos hechos.
Álvaro Artola se inclina sobre la balaustrada del Sea and Sky Dreamer y mira al mar.
—¿Por qué no aquí y ahora? Estas aguas fueron navegadas y dominadas durante muchos años por los venecianos. ¡Venecia! Ah, Venecia, Venecia... Anegada siempre en agua. La cuna del Renacimiento.
Se queda con esta última palabra que coincide con lo que él lleva dentro.
—Para que algo renazca, primero tiene que morir y dónde mejor que en el mar, cuando empieza el día. El mar, que un día lejano nos alumbró, nos va recogiendo ahora, a todos sus hijos, que regresamos vencidos y, tal vez, fecundos. Como a Fio Yaram, como a mí mismo.
Abrázame, padre eterno / que ya no puedo con mi estrella. / Abrázame, padre bueno / y quítame el alma, que me pesa. / Déjame que repose, otra vez, en tu sueño. / Déjame que me duerma, otra vez, contento...
Entonces, Álvaro se sube a la barandilla de cubierta, cierra los ojos y se deja caer al vacío con los brazos abiertos, como un pájaro. Algún día fuimos aves o, solo peces voladores que, luego, más tarde, conquistaron la tierra firme.
Cuando Álvaro entra en el agua, fría pero estimulante, siente que regresa a un mundo que ya conoce. Abre los ojos mientras desciende y la luz se va apagando lentamente, allá arriba. Pronto, en la oscuridad más absoluta, él se dormirá en el regazo marino para descansar de su intenso viaje. Luego, se irá deshilachando en pequeñas briznas de vida, cada vez más diminutas, hasta disolverse enteramente en la corriente de energía que navega entre las aguas.
—¿Recordará algún niño la luz de mi sonrisa / cuando me haya ido? / ¿O, tal vez, susurrará mi nombre la brisa / cuando mueva los geranios, hasta alcanzar tu oído? ¿Notará alguien en su corazón / como un latido extraño / un lejano eco / un poco de vacío? ...
Cuando por fin, reducido a casi nada, ascienda Álvaro de nuevo a la superficie con la evaporación del agua, habrán pasado ya muchos años, solo unos pocos minutos marinos. Y, tal vez, diluido en unas nubecillas de vapor, será, entonces, arrastrado muy lejos por el viento. Quizá hasta las altas cumbres de la Sierra de Navacerrada, donde su familia suele esquiar en invierno.
—Eso es posible, ¿por qué no? Ver corretear, hecho nieve, a tus nietos y abrazarlos mientras resbalan en el blanco suelo.
O, tal vez, será empujado hacia oriente, en medio de las altas corrientes que chocan contra los Himalayas. Un poco más al sur los monzones riegan los valles del Yom y del Ping donde una joven huérfana, ingeniero agrónomo, de nombre Tashmina, quizá estudiará, con ahínco, cómo fertilizar más adecuadamente aquellas lejanas tierras.
Incluso le parece ver mientras desciende, a través de la neblina de las aguas, a Fio Yaram, a su querido Florián, que se acerca sonriente. Alguna vez pensó que todos los tailandeses parecen iguales, pero eso debió ser, piensa ahora, hace muchísimo tiempo.
—Sí, es sin duda Fio Yaram, qué alegría.
Se detiene por un momento en su descenso y es entonces cuando siente el abrazo fuerte y fraternal de Fio y él definitivamente cierra los ojos y se abandona. Se deja anegar por el agua que tanto le fascina y abre todas sus puertas para que lo posea, lo purifique y, ya limpio, lo haga suyo para siempre...
Acaba de amanecer un nuevo día y las aguas de los mares se desperezan estirando sus olas y el sol empieza, otra vez, a mostrar su paleta de colores en un estremecedor silencio. Pero hoy es un día especial y la sirena del Sea and Sky Dreamer silba con toda su potencia mientras los limpiadores de cubierta, que han acudido a su trabajo, animan con grandes gritos a Lee Tao que acaba de lanzarse al rescate de su amigo Artola, al que ha visto tirarse al agua.
Algunos dicen que lo conseguirá, es un gran nadador. Allá abajo nada se oye, solo dos sombras abrazadas se mueven en el mar dormido, en la profundidad de las aguas.
* * * * *
Muchas gracias, mar Mediterráneo, por abrazarme de nuevo y llenarme de calor y luz para afrontar el final de otro año y hacer, ilusionado y feliz, mis pequeños planes para el año próximo. Que nos sigamos viendo muchas veces tú y yo, uno frente a otro, hablando de nuestras cosas, como hemos hecho siempre.


