Los Años Nuevos siempre presuponen una voluntad de cambio, de mejora, de superación sobre los años que acaban de terminar. Sin olvidar que lo más importante es vivirlos, experimentar sus alegrías y tristezas, subir a sus colinas y bajar a sus valles, vivirlos, como digo, que es mucho más importante que existir en ellos.
No es un secreto, he escrito varias veces de ello, que a mí me encanta la parte más bella de las plantas, ya de mayor le pregunté a una abuela, que me cuidaba en El Sauce Curvo de niño cuando no estaba mi madre, que cómo era yo de pequeño. “Te chiflaban las flores”, me dijo. Cuando llega la primavera, siempre planto petunias y begonias en una terraza grande que tengo. Para mí una flor es la mayor obra de arte que conozco. Y el arte es belleza y trascendencia, que son las únicas emociones que conmueven de verdad a nuestra alma.
Yo las riego, hablo con ellas y, sobre todo, las miro. ¿Hay algún sitio mejor dónde mirar? Cuando estoy inmerso en el proceso de creación literaria es cuando más las siento cerca. Y combato así la soledad introspectiva a la que te lleva tu empeño de sacar de ti lo mejor de lo que llevas dentro.
Pienso que ser capaz de ver algo bello entre la podredumbre y la fealdad que a veces nos rodea en el exterior o dentro de nosotros mismos es como resolver el intríngulis del misterio de la vida. Pedalear cuesta abajo y con el viento a favor no tiene mérito, ascender por la serpenteante carretera que se pierde buscando lo alto de la colina, con el viento en contra y lloviendo a mares es otro cantar.
Mi padre, una de las personas más sabias que he conocido, y que mejor me conocía, valga la redundancia, me decía en mis malos días: “¡Paco, eres encantador casi siempre y da gusto estar contigo, pero cuando se te cruza el cable, se te cruza, en esos momentos, como ahora, no conoces ni a Dios!”.
Tengo un mal perder o simplemente me agarra la tormenta, el pesimismo o el lado oscuro de la vida, qué sé yo, no muy a menudo pero, sí de tarde en tarde. Luego, me arrepiento, aunque me cuesta muchísimo pedir perdón, compenso y reparo, eso sí, a mi manera y con creces los destrozos causados. ¡Como para ver la belleza de las flores, si es que las hubiera, en esos momentos!
Pero, ¡también las hay! Este año, por vez primera, he plantado unos cyclámenes y unas prímulas en mi terraza en pleno invierno, hace exactamente un par de días. Me conmueven hasta las lágrimas sus pétalos enhiestos, de unos colores brillantes que emocionan, cuando cae la tarde y bajan las temperaturas casi a cero. En esos malos momentos, cuando todo tiembla de frío y se te encoge el alma, ellas se revisten de mayor alegría, de mejor humor si cabe y me recuerdan que es posible la belleza, el buen corazón y los buenos sentimientos en los momentos aciagos donde todo parece irse a pique.
¡Benditas sean estas flores de invierno! ¡Y esos corazones que aguantan firmes en medio de la tempestad! Hago un resumen de este año y veo muchísimas flores en su estación, pero no soy capaz de ver tantas en invierno, que cuenta con muchos días y varios meses.
Por ello, me alegro sobremanera de poder observar mientras escribo en mi despacho esa alegría que desprenden mis nuevas vecinas. ¡Va por ellas! ¡Y va por mí! ¡Gracias 2025, por enseñarme tanto!
P.D. Repaso mi canal de you tube y observo cuáles han sido los vídeos más vistos, con más de 2000 visitas cada uno en 2025, en realidad en los seis últimos meses. No está mal: mi pueblo (y su trilogía) y mi chica brillan en ellos, esas flores que están en mi corazón durante todo el año.
https://youtu.be/zgDVnjYkWt8
https://youtu.be/zFtLLvoWfiA
¡Que paséis una gran noche y encaréis el nuevo año con la fuerza, la belleza y la ilusión de los cyclámenes y de las prímulas! ¡Porque así sea!
FOTO: con mi hijo, que tuvo el detalle de acompañarme en la plantación de las flores de invierno. Solo se ve una pequeña parte de todas ellas.

