jueves, 24 de julio de 2025

ME VOY DE VIAJE


Ahora que estoy haciendo la maleta para un viaje, de solo unos días, a Londres, pienso en que todo viaje tiene una ilusión, me acuerdo de esto que escribí con motivo de algún otro.
Lo importante, cuando te vas, es dejar en tu lugar de residencia las cosas en orden, para abandonarte y disfrutar entonces a tope. Y yo me voy contento: he cumplido con lo que me piden para la Revista Cultural de mi pueblo y le he dado un empujón casi definitivo al primer borrador de mi novela. Así que a disfrutar al lado del Támesis.
LA ILUSIÓN DE LOS VIAJES
“Invertir en viajar es invertir en uno mismo”
Matthew Karsten
Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.
Sí, miras por la ventanilla y encuentras el mundo al revés: con las nubes a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.
Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...
Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.
Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.
Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.
Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.
Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo.
La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina.
Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...
Y la mejor novela para leer mientras viajas, también habla de otro viaje: REGRESO AL SAUCE CURVO: https://t.ly/05tJH. Disfrutarás.
Fotos: en las torres Petronas de Malasia y en Marina Bay, Singapur en el verano de 2023.






sábado, 19 de julio de 2025

PEQUEÑOS PROYECTOS. GRANDES MOMENTOS VITALES.

 

Para el escritor en estos días solo hay un proyecto que domina su mente: terminar su novela. O eso cree él al menos. La verdad es que las esclusas que antaño levantaba para aislarse en su creación literaria cada vez son más unas débiles barricadas que la vida que le asedia y le rodea, como a cada cual, salta con facilidad.

Otro dos días sin escribir una palabra. Ha ido a su pueblo porque el césped y un montón de cosas más le reclamaban. Han sido cuarenta y ocho horas intensas a más no poder. ¡Por fin ha conseguido dominar al artilugio programador del riego automático, el pasado año lo hizo su hijo, pero, cada vez se da más cuenta, que le conviene ser autónomo porque si no va listo. Se acuerda de lo que le decía su padre, cuando él entonces ejercía de hijo: "Siempre que te pido algo, nunca estás. Y, cuando estás, tardas tanto en atenderme que ya me lo he hecho yo".¡Pues eso!

El escritor tiene una mente bulliciosa y se mete en mil proyectos. Tiene muy buena voluntad pero los trabajos manuales nunca se le dieron bien. De joven, ahora es una medianía,  era un chico muy listo: sacaba todo matrículas, menos gimnasia y trabajos manuales, que le aprobaban porque en ellas no suspendían a nadie. Sí, era muy inteligente o, quizás, solo pasaba que si le quitaban la beca se acababan los estudios para él.

Se ha propuesto montar un serie de baldas para ordenar sus varios trasteros, nunca tira nada así que guarda cosas inverosímiles: desde los apuntes de la carrera, hasta sus primeros poemas casi de niño, las dos guitarras que intentó tocar y dejó a medias, un caballete de pintor con una caja de óleos y un maletín, para un curso que hizo por correspondencia, las botas de la mili, una piedra volcánica que se trajo de Canarias y en este plan. Lo de montar las baldas y luego clavarlas en la pared, le lleva horas y horas, y, aunque no ha terminado, se siente más orgulloso que si hubiera escalado el Everest. Se ha hecho también un especialista en desbrozadoras, segadoras, así que no para. También tiene que atender a su mujer, claro y, aunque es un hombre discreto, poco dado a las ínfulas y alharacas tiene que hacer una mínima vida social.

En una de estas le metieron a empujones en la Asociación de Vecinos, y ahora le piden que haga algo para el pueblo en el terreno cultural.  Le contesta al presidente que es esclavo de su novela, pero, como  a veces es un blandito, acaba comprometiéndose con un tema que ya veremos cómo sale. Si es que sale. Otra piedra que se cuelga al cuello.

En estas, se le ocurre que ahora que tiene casa en el pueblo un poco más grande, después de la ampliación que le ha llevado tiempo y esfuerzos mil, desearía hacer una especie de museo en un pequeño inmueble auxiliar que tiene, a fin de colocar en él casetes, vídeos, radiocasetes, tomavistas, máquinas de escribir, ordenadores primitivos, etc. En fin, también quiere retomar el piano eléctrico, el cine amenaza con llamarlo de nuevo y el hombre tiene además la friolera de cuatro bodas este año. Todo se conjura para que su literatura del alma se quede con las migajas de su tiempo.

Eso le pasa, porque no le gusta una cosa o la otra, sino una cosa y la otra, como le repite cada dos por tres su mujer, y tiene más sueños que el mismísimo Platón, menos mal que ella es práctica por los dos y, al final, pone orden en esta cola de proyectos que amenaza con estrangularlo.

Y, además, la literatura siempre gana. Le afloja la soga unas horas, o días, para que respire un poco y luego vuelve a lo suyo. Faltan diez minutos para que termine el día de hoy, los únicos que tiene para divagar sobre estos proyectos vitales tan agradables. Mañana entrará de hoz y coz de nuevo en su novela y todo se postergará hasta nuevo aviso. Le quedan tres capítulos y tiene que rematarlos en esta semana sí o sí.

Volviendo a Madrid esta tarde escuchó en el coche una canción que hacía mucho que no oía y que le gustaba mucho. Inspirándose en ella escribió este artículo para Iberoeconomía, que apareció luego  en su libro Mil palabras para la felicidad.  Al escritor le gusta todo y todo le hace pensar. Y lo comparte con sus lectores, por supuesto, en este diario literario y personal. Ahí va:

¿LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS? ¿ALGO MÁS QUE MATERIALISMO?

Un modo, quizás nada sofisticado pero sí bastante preciso e identificativo del sentir general de la gente, particularmente del de la juventud, es auscultar el latido del corazón de cualquier canción popular y representativa del momento. A mí me sorprendieron hoy, y me dieron qué pensar, estos sencillos versos que canta, envueltos en una musiquilla dulzona y pegadiza, María Artés y que yo escuché en la radio, mientras resbalaban por los cristales del coche las cataratas de una lluvia consistente y melodiosa, “Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, decía la canción ¿Qué opinan ustedes?
Ya el hecho de hacernos esta pregunta, cuando comenzamos a estar asustadísimos por la nueva crisis que llega, la incertidumbre del resultado de las enésimas elecciones, los vaivenes de la bolsa, la guerra comercial interminable de Donald Trump o el no menos interminable y tedioso proceso del Brexit, tiene su mérito. Parece ser que todavía hay tiempo para algo más que el materialismo rampante que nos rodea, también por doquier, como el invierno.
Porque si a algo se ha dedicado la humanidad en los últimos doscientos años, y con un éxito incuestionable, es a proveernos de cobertura material para nuestras crecientes e insatisfechas necesidades. Y esto es así, sin duda alguna. Aunque este éxito no oculte ni justifique desequilibrios, desigualdades y errores mil en el proceso. Veamos algunos datos sobre ello: en 1900 el PIB mundial se situaba en 1000 millones de dólares, hoy alcanza los 80 billones de dólares, un crecimiento de 30 veces en términos reales (3000 por cien).
Ello ha permitido hacer frente al incremento de la población mundial que ha pasado de los 1500 millones de personas en 1900 a los 7400 millones de individuos que hay actualmente. Y, al mismo tiempo, multiplicar por ocho la renta per cápita desde los 2000 dólares de media en 1900 a los más de 16000 dólares actuales. Esto se podría resumir en que una persona de clase media hoy, vive mejor que lo hacía por ejemplo el emperador Napoleón: mejor higiene, mayores comodidades, mejores servicios, mucha más longevidad etc.
Todo esto está muy bien y hay que continuar en esta dirección y, a la vez, incrementando de paso la justicia social. Pero, ¿no estaremos muriendo también del éxito del materialismo? Hoy todo triunfo que no se vea referido al dinero, en general no se considera verdadero éxito. ¿Ustedes creen que nuestro nivel de felicidad también se ha multiplicado treinta veces sobre el de nuestros recientes antepasados? Yo, solo comparando los tiempo de mi niñez y los actuales, me la jugaría sin dudarlo manifestando que a nivel de felicidad (que incluye no solamente el componente material de nuestra esencia, sino también el espiritual), las cosas puede que hayan mejorado, yo soy de los optimistas que creen que en términos generales el mundo siempre avanza, pero en todo caso muy, pero que muy por debajo, de lo que lo ha hecho el nivel material. ¿Será por eso que los románticos han muerto, como se preguntaba nuestra cancioncilla pop? ¿No nos estaremos pasando la vida adorando al becerro de oro o, inclusive, al oro del becerro, apartando de nuestro camino todo lo demás?
Un genial humorista de nuestro tiempo, el gran Woddy Allen, lo dice muy claro: “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”. ¿Seremos capaces todavía de reaccionar a la inmensa ironía que destila esta reflexión? ¿O, simplemente, estamos ya tan contaminados, tan obsesionados con el metal amarillo, que aceptaríamos sin rechistar lo que decía otro gran genio del humor como Groucho Marx?: “¡Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero! Pero…¡cuestan tanto!”.
Quizá por ello el número de suicidios en España, y en todo el mundo, no deja de crecer paulatinamente. Ya es la primera causa de muerte violenta o externa en nuestro país. Parece que no estamos demasiado contentos con nosotros mismos. ¿Y con los demás? Las relaciones de pareja tampoco pasan por su mejor momento, con un gran y creciente número de rupturas y conflictividad, muchas veces violenta, entre sus miembros. Y con una falta de compromiso a largo plazo muy evidente. Tampoco queda tiempo para los hijos, que son algo caro y que supone mucha dedicación, por lo que a mayores rentas menor descendencia; y las personas mayores se ven abocadas en su gran mayoría a una soledad a menudo olvidada y desatendida, aunque sea bien cubierta en sus aspectos materiales.
¿Qué está pasando? ¿Nos estamos acostumbrando a vivir, de forma individual, cada uno encerrado en nuestra propia burbuja económica? ¿Manejando como podemos la gran frustración de no poder obtener todo lo que nos rodea y, sobre todo, de no poderlo alcanzar ya mismo? ¡Parece que lo que no sea satisfacción inmediata es frustración y fracaso! Esta es la gran creencia de nuestros tiempos, el resto de las mismas: religiones, filosofías, pensamientos críticos, etc., están bajo mínimos. Un amigo mío lo tiene muy claro: “¡Vamos a ver, el dinero a lo mejor no es Dios, pero como mínimo es la Virgen, ¿no te digo?”.
¿Cómo no se van a estar muriendo los románticos? El romanticismo quiere decir sentimientos, amor a la naturaleza frente a la civilización, como reflejo de lo puro y genuino. Sentido de la transcendencia del hombre frente a la inmediatez del corto plazo. ¡Idealismo! Solo algunas causas solidarias, el cambio climático y desarrollo sostenible, las medidas de conciliación y los horarios razonables, algunos brotes verdes en cuanto al resurgimiento de la familia, las actitudes libertarias y a contracorriente de unos pocos, parecen insuflar algo de ilusión para pelear contra toda la fuerza del metal amarillo, tan necesario por otra parte, ¡ojo!, pero en sus debidos términos.
Ya nos lo dijo el gran Alejandro Dumas, hace casi 300 años: “No estimes el dinero ni en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”. Y dos mil años antes que Dumas, ya nos aconsejó Menandro de Atenas: “Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último”. O, quizás, sea todo inclusive más sencillo, como nos recordaba hace no tanto Jackson Pollock: “La felicidad es una estación de parada entre lo poco y lo demasiado”.
“Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, habla la canción, que luego continúa: “Dicen que los poetas sin fortuna, ya no cantan a la luz de la luna”. Un gran filósofo como Ervin Lazslo lo decía así: “La manera en que los jóvenes viven la lucha por la supervivencia material tiene como resultado la frustración y el resentimiento”. Y uno de nuestros más afamados psiquiatras, Enrique Rojas, ponía definitivamente el dedo en la llaga: “En estos momentos, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual”.
Quizá por ello los jóvenes no se sienten totalmente felices. Y piden más. O, quizás, otra cosa:
“Dame una rosa que no se marchite”, pide la canción de los románticos que se mueren.
En estos momentos, de esas ya casi no nos quedan.

www.franciscorodrigueztejedor.com



 Contento y orgulloso, detrás de mí pueden verse los dos primeros aspersores. Todos los días a partir de ahora mi césped recibirá una ducha generosa para que pueda permanecer joven y bello durante todo el verano.

martes, 15 de julio de 2025

DÍAS FELICES

 


Hoy me toca escribir un capítulo muy duro de mi novela, arrastro los pies para no querer empezar. Ese volver la cabeza y echar una mirada a ese mundo oscuro, malévolo y cabrón no me apetece nada. Pero existir, existe, inclusive dentro de cada uno de nosotros. Me armo de valor para bajar al "Sótano" que es como se titula.

Pero, antes, trato de darme un chapuzón en momentos agradables, placenteros, de los que también existen, afortunadamente, en nuestro devenir. Tengo a la vista, la semana que viene un viaje familiar y me acuerdo de algún otro feliz en mi memoria. Lo busco y lo encuentro en este blog literario y personal:

Ahí va, como vitamina al mal trago que me espera hoy:


DÍAS DICHOSOS EN ALICANTE(1)

Cuando el escritor se dispone a plasmar en literatura estos días navideños, al sol de las playas de Alicante, para este blog literario y personal, se acuerda del libro de memorias del gran Umbral: "Días felices en Argüelles".  Lo que pasa es que el escritor no se atreve a titularlos así, aunque así los sienta. La felicidad es una liebre asustadiza que, de vez en cuando, corre a nuestro lado y, en un tris, desaparece tras los arbustos. Él no quisiera que estos días desaparecieran de su recuerdo y, mucho menos, que se asustaran por el uso de ese adjetivo tan rotundo de "felices" y tardaran en volver a aparecer. 

El escritor viaja en coche con su mujer y sus hijos, ya mayores, que tienen, desde hace tiempo, sus propias parejas, pero que, por diversas carambolas del destino, quieren pasar unos días de estas navidades  con sus padres.  Y, ellos, encantados, claro, mientras quieran estar con sus papis y estos no interfieran en las vidas de sus hijos. El escritor sigue un viejo consejo que alguien sabio le dio una vez: "Para llevarte bien con tus hijos, tú, boquita cerrada, y cartera abierta". Y él añadiría: "Y que se sientan protagonistas".

El padre del escritor, muy sabio en casi todo, no llevaba bien, sin embargo, eso de ir en el asiento de atrás del coche. "Cuando te relegan al asiento de atrás, malo" le decía. Al escritor, por contra, no solamente no le importa, sino que lo prefiere. Ir él y su mujer relajados en la parte de atrás del auto, contemplando el paisaje, que es como ver pasar la vida, se dice, mientras piensa que envejecer es cada vez más mirar, reflexionar, recordar, aconsejar, dejando la acción para los más jóvenes, los protagonistas del futuro. Así que él hace una parte del trayecto y el resto se lo reparten sus dos hijos, encantados, además. 

El escritor tiene un coche grande, muy aparente, un todoterreno negro de alta gama y marca de élite. En su época de financiero se lo prestaba su empresa como vehículo de representación, él, un chico ahorrador y de pueblo, nunca hubiera hecho ese dispendio. Cuando llegó su jubilación llegó a un acuerdo muy favorable con su empresa y ahora se pasea en él y, sobre todo, contempla, orgulloso, cómo disfrutan sus hijos, domándolo, y disfrutando de un vehículo más completo que sus utilitarios. Tal vez eso les incentive, piensa él, a pencar y pencar, para perseguir sueños y ambiciones que conllevan, también, sus correspondientes zanahorias. Como él hizo.

Alejarse de Madrid es alejarse de los problemas cotidianos. Y una persona sin problemas desarrolla buen carácter y un sentido del humor reconfortante y agudo. Así que todo son bromas y buen rollo dentro del coche. De vez en cuando, los jóvenes ponen música de ahora y los padres se dan cuenta que es maravilloso estar cerca de los jóvenes, el problema es que los jóvenes quieran estar cerca de los viejos,  claro. Pero estos días están de suerte.

Al escritor le gusta pararse a comer en carretera y dejarse llevar por la improvisación. No tiene sitios predeterminados, eso que viaja con frecuencia por la A-3. Viajar es incentivar lo inesperado, lo sorprendente. Ello te sacude de la modorra de tu vida rutinaria en la gran ciudad, despierta tus sentidos y te hace rejuvenecer.

En la comida, el escritor y su mujer se interesan por los planes de sus hijos para el año próximo. No hay nada que les guste más a los hijos que hablar de lo que quieren hacer y que sus padres les escuchen, a ser posible sin opinar con esos juicios, que los hijos ya se saben de sobra. El escritor se piensa a sí mismo de joven, cuando tenía una edad parecida. Sí, envejecer es vivir dos veces.

Llegan al mar. El mar, piensa el escritor, nos recoge como afluentes suyos. Como ríos que vierten sus problemas en él, y nos despoja de todos los caparazones con que nos hemos ido vistiendo en la gran ciudad. Al escritor, ni muy playero, ni tampoco deportista del agua, bueno, ni de la tierra tampoco, lo que le gusta es mirarlo, pasear por su cinta de espuma que choca con la arena de la playa, con los pies refrescándose en él, sorprenderse con  los rayos de la luna surfeando de noche en sus rizadas aguas y dejarse llevar por su inmensidad, por la inmensidad de su belleza, quiere uno decir.

Así que nada más llegar y dejar las maletas, se van al Paseo de El Albir, por esa primera estampa del mar, atardeciendo ya, hubiera merecido la pena este viaje, piensa. Con el paso de los días, sin embargo, el mar llega a ser también rutinario y anodino. Pasa como cuando compras un cuadro hermoso que te gusta, los primeros días no haces más que mirarlo, luego, quizás, ya ni reparas en él. Por eso él ama esos viajes cortos, de unos pocos días, como este, donde el embrujo del mar no pierde efecto.

                                                                                                                    Continuará...

 (para el proyecto "Envejecer")


Algunas fotos de recuerdo, para este diario literario y personal:

lunes, 14 de julio de 2025

LA LITERATURA Y LAS PLANTAS DE MI TERRAZA

 



Hoy,  mientras me conjuro para arremeter contra mi novela, que me está dando muchos quebraderos de cabeza, riego como siempre las plantas de mi terraza. Es un rito que tiene ya muchos años. De hecho, ellas son el punto de inflexión que, un día, me hizo descubrir la literatura dentro de mí. Escucho este Wide  Open de los Chemical Brothers, que tienen un vídeo que me gusta mucho y me viene al pelo: cómo llegar a tu esencia:  https://www.youtube.com/watch?v=BC2dRkm8ATU.

El cómo llegué yo a la literatura lo cuento en Regreso al Sauce Curvo, una novela que no es tan autobiográfica como parece, aunque sí que tenga retazos como este:

Salí a la terraza. A regar las plantas. Las plantas eran una cosa mía, yo las regaba cuando volvía todas las tardes, más bien noches, de trabajar en el banco. A mayor ascenso más trabajo. Román Letona, cada vez más workaholic, nos apretaba de lo lindo.

Pero a mí me relajaba regar las plantas. Llevaba en el bolsillo el papel que había escrito la noche anterior, después de regar. Me lo saqué y lo volví a leer. Decía así:

«EN LA TERRAZA

Las tardes, casi noches, después de regar, contemplo el cielo. Antes, las plantas me han mirado satisfechas, agradecidas. Me ofrecen la sencillez profunda de su belleza verde y amarilla. Aparentemente solo necesitan el agua que yo les doy, qué bien.

    Después, está el cielo infinito que me hermana con las plantas verdes, con esa bandada de vencejos zigzagueantes sobrevolando a la altiva urraca, que los mira sin pestañear desde la antena solitaria. Pero, sobre todo, me une a esa fila de hormigas, que caminan laboriosas y diligentes sobre la balaustrada, persiguiendo no sé qué fin.

Tarde a tarde, noche a noche, busco el cielo para refugiarme y consolarme, y también para compensarme, del fracaso penoso de cada día. ¡Tanta energía gastada en la dirección equivocada!

Alienado por el estrés, enajenado y engañado por todos los señuelos, por todas las trampas, por todas las obediencias que conscientemente asumo, solo en el cielo breve que acompaña mis últimas horas me congracio con la vida. Siento que me uno, gozoso, al latido íntimo que gobierna el corazón del universo, tranquilo, eterno y, sin embargo, tristemente fugaz».


Regué las plantas. Y maduré mi decisión. Me gustaba lo que había escrito. Había algo que faltaba en mi vida. Algo que estaba muy profundo, enterrado entre cien mil cascotes. Y yo ya había descubierto lo que era.

Sí, aquel día descubrí que a mí me gustaba escribir. Siempre me había gustado, de hecho, escribía de vez en cuando, en ratos perdidos: un poema, un relato, que guardaba, luego, por los cajones de la boiserie del salón, o en mi mesilla, y acababa extraviando más pronto que tarde.

Como escribí también aquellos diarios de adolescente, que tanto me ayudaron en mi adaptación a Madrid. Después, cuando mis padres, tratando de orientar mi futuro, me encaminaron hacia la banca, con ayuda de don Braulio, yo ya no tuve opción de hacer Filosofía y Letras, que era lo que en realidad me gustaba, sino lo que tocaba: Ciencias Económicas y Empresariales. Pero, aquel río subterráneo, siempre estuvo allí. Y, ahora, llegaba a mi Barbarija particular. Llamaba con fuerza a mi puerta aquel manantial subterráneo, que ya no quería serlo.

Aquel día, me juré que escribiría un libro entero y lo publicaría lo antes que pudiera. No sabía yo entonces lo duro que era escribir un libro, compaginarlo con un trabajo muy competitivo, y con una familia a la que adoraba, pero, que también, tenía sus problemas que había que gestionar. Me llevaría varios años escribirlo. Pero mereció la pena.


Lo mismo me digo con esta novela. Me cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero, merecerá la pena. De veintiún capítulos me faltan cuatro, ya casi voy arrastrándome en estas últimas estribaciones de la cima. ¡Antes de ir a Londres el próximo 25, le habré echado el cierre a este primerísimo borrador! Luego, empezará la parte más importante. ¡Vamos a por ello!


www.franciscorodrigueztejedor.com

martes, 8 de julio de 2025

EL HOMBRE DE LAS PETUNIAS

 

Mi novela sigue ascendiendo por las cumbres que llevan a la meta. Todavía distante. Llevo la mitad, más o menos. Tal vez por eso siento la atracción del abismo de dejarlo. A medias como se suele decir, como se dejan las cosas. 

Es capital que hoy incline la balanza, me digo. Me levanto pronto, con los mejores propósitos. Las petunias me esperan. Ellas son los primeros seres con los que hablo todas las mañanas. En ellas, en su belleza, en su sencillez y resignación, –no se quejan ni de la altura ni de la orientación que yo, ignorante total, les doy–, encuentro la fuerza para enfrentarme a mi destino de cada día.

Mientras nos hablamos yo les pongo música, que sé que les gusta. Hoy, esta canción de amor que se titula "Tú", que no va dirigida a ninguna mujer, sino a ellas, como digo. Y que ellas, halagadas, quiero decir bien regadas de agua ya y de confidencias, me devuelven y la redirigen hacia mí, para elevarme la moral, según me susurran, moviendo esos pétalos al viento que son una obra perfecta de la creación.

Pero, hete que a mí, tras escucharla bien, lo que menos me apetece es entrar en mi despacho y ponerme a aporrear las teclas y contar la vida de Elisa, la protagonista, a la que también quiero, pero, hoy, menos que a mí mismo.

Así que cojo y me voy a una cita que tengo todos los martes, a la que no siempre acudo, con unos viejos compañeros de trabajo como yo, y desayunar con ellos y contarnos nuestras vidas de viejos guerreros, perdón, no quería decir viejos, sino seniors.

Hoy la conversación ha sido muy interesante, tengo que reflexionarla con las petunias mañana, me digo. He vuelto caminando por la calle contento, cuarenta y cinco minutos, que no está nada mal. Pero, en vez de ponerme a escribir me he puesto unas cortecitas y unas patatitas fritas con un par de copas, o tres, no estoy seguro, de vino, apenas bebo, pero hoy me apetecía darme un pequeño homenaje. 

Como con mi mujer, me comenta que ya tenemos los billetes para ir a ver a nuestro hijo a Londres en dos semanas, eso sí que me pone, así que para celebrarlo me trajino un par de helados de chocolate doble, que me encantan y me echo media hora de siestecita.

Después de estos pequeños momentos hedonistas de escritor frente a la hoja en blanco, me dirijo a mi despacho, donde me espera mi ordenador con Elisa dentro, a quien me gustaría dar toda la vida que se merece. Pero, antes, para ejercitarme, escribo en un pispás estas líneas de un tirón y me pongo a mi misión. Creo que hoy inclinaré el fiel de la balanza y habrá novela. ¡Por Dios que la habrá! 

Las petunias me animan con su canción: "Eres tú". https://www.youtube.com/watch?v=5TwAyUCJbl8

¡Ahí vamos!

Ah, y para los que tenéis la suerte de iros de vacaciones, que seáis muy felices en ellas. Y, si sois lectores, descargaros un libro al que quiero mucho: "Mil palabras para la felicidad", seguro que seréis todavía más felices. Tanto como os merecéis.

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sábado, 5 de julio de 2025

MEMORIA






     A veces pienso que solo somos memoria.
Recuerdos, almacén de vida,
momentos que vivimos y se extinguieron.
Pero que hacemos que pervivan en nuestra mente.

            Quizás solo es un arma, una más, de supervivencia.
Una forma de seguir estando.
De no perder lo que un día fuimos,
mientras el implacable reloj recorta cada día
el horizonte de lo que nos queda por ser.

            Es un placer vivirse uno mismo
en su memoria.
Pasar una y mil veces la película
 de nuestros momentos más especiales.
Y descubrir cada vez un aroma nuevo en ello.

            Es, sin duda el placer de la vejez, del retiro,
de la madurez,
de no entretenerte
en lo que luego estorba.

            Rememorar la vida de los que te quisieron
Y por qué fuiste tan importante
para ellos.
Repensar a los que tú amas,
y qué sería de su vida sin ti.

            Revivir tus sueños,
que siempre han sido los mismos,
te alegra esta evidencia.
Disfrazados en amores platónicos al principio,
en idealismos etéreos después,
en dudas y remolinos luego
 que solo eran,
ahora lo sabes,
recovecos en donde respiraba el tiempo,
para darte un descanso,
para dejar secar el barro
con el que fraguabas tu escultura.

            Y todo se guarda en tu memoria.

También tus fracasos.
El lado oculto de la luna,
donde habita el vertedero
de todas las cosas que te avergüenzan.
Pero que son tan tuyas como las demás.

            Sí, memoria de vida.

Observas las petunias que florecen
adornadas de belleza, de alegría.
Por debajo sus raíces estrangulan
las de las hierbas más débiles
que comparten el mismo parterre
 que tú, indiferente, riegas.
La lucha por la vida,
de la que sabes tanto.

            Sí, memoria de vida.

     En la almohada solo quisieras pensar,
que tu paso por ella aportó un poco de inteligencia,
algo más de justicia,
o, quizás solo, que el amor rebosara un poco
por las exclusas del egoísmo
de que cada palo aguante su vela.

         Sí, solo te reconoces en tu memoria.
         Memoria de vida.

     Que no quisieras que se perdiera,
tal vez por eso no dejas de escribir,
como Sísifo no descansaba nunca
de arrastrar su piedra.

     Como la primavera no ceja
tras cada invierno,
en hacer brotar las más hermosas flores,
otro año más,
con la esperanza de que alguna no muera.

     De que alguna conmueva
al corazón, impasible,
del tiempo inmisericorde,
que es quien parece mandar
en nuestra escueta película.

            Sí, memoria de vida.
            Memoria del tiempo
que una vez fue nuestro
y que luego se irá,
con nosotros,
donde no sabemos.

Y PARA ESTOS DÍAS: MI NOVELA "EL CLAXON", EN SU NUEVA EDICIÓN, UN THRILLER TREPIDANTE, PERO QUE HABLA TAMBIÉN DE ESTO: https://www.youtube.com/watch?v=-9ZufTjGaao

viernes, 4 de julio de 2025

LUMINOSO DÍA

 




LUMINOSO DÍA

Amanece amarillo y azul,
tu pelo sobre
la almohada de sueños,
te beso y abres los ojos,
los cierras,
y, sin verme,
me sonríes.

Suena el despertador,
a destiempo,
como un chirrido
del mundo real
que nos espera.


Lo metes en el cajón de la mesilla,
como a un niño travieso y castigado,
me echas los brazos por el cuello,
te acercas,
solo me susurras:

Y, ahora, ámame,
como si
todavía
fuera
domingo.

De: "Treinta y cinco gramos de oro"

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martes, 1 de julio de 2025

UNOS DÍAS EN EL SUR

 




El escritor acaba de regresar de uno de los lugares más al sur de España, justo en la frontera entre Málaga y Cádiz, frente a Sotogrande, Gibraltar y África. Se acuerda de la película del maestro Erice, El sur, todo añoranza sobre esta tierra.

Desde hace mucho necesita ir todos los años allá, aunque sea unos días solo.  Recorrer los olivares de Jaén, el misterio de Granada, la luz de Málaga, la gracia de Cádiz... Todos estos lugares han tenido su sitio en su obra, la poesía del maestro sevillano Antonio Machado en El día que fuimos dioses, las callejas de Cádiz en El cazador de la Patagonia, esta frontera gaditano malagueña en ambas novelas...

Madrid tiene una luz bellísima, la luz de Velázquez, pero la de Marbella y Cádiz es inmensa. El escritor sale a la terraza de la que fue su casa de vacaciones un tiempo, ahora la gestiona un hotel, y él puede ir y nutrir su nostalgia en el mismo lugar donde fue más joven y dejarse inundar por los brillos del Estrecho que le llevan a África.



Puede bajar a la playa, una cala casi virgen, de pescadores, la llaman la cala de la Sardina, y pasar el día allí contando las olas y quién sabe si la vida. Respirar el aire y la sal, sentir el estremecimiento del agua, mirar la vida a su alrededor: ese padre, tal vez divorciado, que pasa las vacaciones con su hija de quince años que se le está yendo de las manos y no sabe qué hacer, solo le echa la bronca, esos abuelos rodeados de nietos: "Celia, quién te ha comprado ese bañador tan bonito", "Tú, abuelo",  y los dos abuelos se miran entre sí, orgullosos. Esa pareja británica, él un tiarrón, tal vez de Escocia, ella, una rubia blanca y delicada, tal vez de Oxford, o de Canterbury, en ambas ciudades el escritor aprendió inglés, hace tantos años que ya no quiere recordarlo, que se miran en silencio, son una pareja reciente, todavía no saben cómo administrar esos silencios que el tiempo mete de repente entre los dos, ella saca las cartas y hace un solitario, él tira piedrecitas al agua... ¡El escritor podría escribir una novela entera con lo que está viendo! Comer en el chiringuito, "¡para mí, calamares al espeto!, ¿y para ti, reina?", luego cenar en el pueblo de pescadores, marisco de la tierra, gambas, coquinas... pasear bajo las farolas, mientras los vecinos toman el fresco y los miran pasar. Regresar a casa, aunque sea un apartamento de hotel, y disfrutar de esa compañía de tantos años, cada vez más sedosa, como si el viento del tiempo hubiera suavizado sus aristas, y dejarse llevar por ese murmullo del mar, con su voy y vengo eterno... La felicidad es una cosa simple, llena de cosas sencillas... No sé quién lo dijo..., piensa,  a lo mejor no lo dijo nadie, se le ha ocurrido a él esta noche, mirando el mar nocturno del Estrecho.




Pero, hoy, el escritor ya solo pensaba en regresar. No ha escrito una sola línea estos días, solo vivido, se dice para compensar. Pero su obra le espera. El destino no es mirar el mar eternamente, sino cumplir con su misión. 

Así que llega a su casa de Madrid y, tras ayudar a su mujer con las maletas, acude a su ordenador, como si de un imán magnético se tratara, que le impulsa a sentarse frente a él y continuar con su libro
. Pero, antes, no puede evitar dejar grabado el recuerdo de estos días sencillos, y felices, cuyo aroma todavía le ronda en su cabeza. Y en su corazón. 




Mañana será otro día. Se levantará pronto y arremeterá con su novela que le espera, como la amante posesiva que ha sido postergada por su mayor enemiga, que es la realidad.



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