Para el escritor en estos días solo hay un proyecto que domina su mente: terminar su novela. O eso cree él al menos. La verdad es que las esclusas que antaño levantaba para aislarse en su creación literaria cada vez son más unas débiles barricadas que la vida que le asedia y le rodea, como a cada cual, salta con facilidad.
Otro dos días sin escribir una palabra. Ha ido a su pueblo porque el césped y un montón de cosas más le reclamaban. Han sido cuarenta y ocho horas intensas a más no poder. ¡Por fin ha conseguido dominar al artilugio programador del riego automático, el pasado año lo hizo su hijo, pero, cada vez se da más cuenta, que le conviene ser autónomo porque si no va listo. Se acuerda de lo que le decía su padre, cuando él entonces ejercía de hijo: "Siempre que te pido algo, nunca estás. Y, cuando estás, tardas tanto en atenderme que ya me le hecho yo".¡Pues eso!
El escritor tiene una mente bulliciosa y se mete en mil proyectos. Tiene muy buena voluntad pero los trabajos manuales nunca se le dieron bien. De joven, ahora es una medianía, era un chico muy listo: sacaba todo matrículas, menos gimnasia y trabajos manuales, que le aprobaban porque en ellas no suspendían a nadie. Sí, era muy inteligente o, quizás, solo pasaba que si le quitaban la beca se acababan los estudios para él.
Se ha propuesto montar un serie de baldas para ordenar sus varios trasteros, nunca tira nada así que guarda cosas inverosímiles: desde los apuntes de la carrera, hasta sus primeros poemas casi de niño, las dos guitarras que intentó tocar y dejó a medias, un caballete de pintor con una caja de óleos y un maletín, para un curso que hizo por correspondencia, las botas de la mili, una piedra volcánica que se trajo de Canarias y en este plan. Lo de montar las baldas y luego clavarlas en la pared, le lleva horas y horas, y, aunque no ha terminado, se siente más orgulloso que si hubiera escalado el Everest. Se ha hecho también un especialista en desbrozadoras, segadoras, así que no para. También tiene que atender a su mujer, claro y, aunque es un hombre discreto, poco dado a las ínfulas y alharacas tiene que hacer una mínima vida social.
En una de estas le metieron a empujones en la Asociación de Vecinos, y ahora le piden que haga algo para el pueblo en el terreno cultural. Le contesta al presidente que es esclavo de su novela, pero, como a veces es un blandito, acaba comprometiéndose con un tema que ya veremos cómo sale. Si es que sale. Otra piedra que se cuelga al cuello.
En estas, se le ocurre que ahora que tiene casa en el pueblo un poco más grande, después de la ampliación que le ha llevado tiempo y esfuerzos mil, desearía hacer una especie de museo en un pequeño inmueble auxiliar que tiene, a fin de colocar en él casetes, vídeos, radiocasetes, tomavistas, máquinas de escribir, ordenadores primitivos, etc. En fin, también quiere retomar el piano eléctrico, el cine amenaza con llamarlo de nuevo y el hombre tiene además la friolera de cuatro bodas este año. Todo se conjura para que su literatura del alma se quede con las migajas de su tiempo.
Eso le pasa, porque no le gusta una cosa o la otra, sino una cosa y la otra, como le repite cada dos por tres su mujer, y tiene más sueños que el mismísimo Platón, menos mal que ella es práctica por los dos y, al final, pone orden en esta cola de proyectos que amenaza con estrangularlo.
Y, además, la literatura siempre gana. Le afloja la soga unas horas, o días, para que respire un poco y luego vuelve a lo suyo. Faltan diez minutos para que termine el día de hoy, los únicos que tiene para divagar sobre estos proyectos vitales tan agradables. Mañana entrará de hoz y coz de nuevo en su novela y todo se postergará hasta nuevo aviso. Le quedan tres capítulos y tiene que rematarlos en esta semana sí o sí.
Volviendo a Madrid esta tarde escuchó en el coche una canción que hacía mucho que no oía y que le gustaba mucho. Inspirándose en ella escribió este artículo para Iberoeconomía, que apareció luego en su libro Mil palabras para la felicidad. Al escritor le gusta todo y todo le hace pensar. Y lo comparte con sus lectores, por supuesto, en este diario literario y personal. Ahí va:
¿LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS? ¿ALGO MÁS QUE MATERIALISMO?
Un modo, quizás nada sofisticado pero sí bastante preciso e identificativo del sentir general de la gente, particularmente del de la juventud, es auscultar el latido del corazón de cualquier canción popular y representativa del momento. A mí me sorprendieron hoy, y me dieron qué pensar, estos sencillos versos que canta, envueltos en una musiquilla dulzona y pegadiza, María Artés y que yo escuché en la radio, mientras resbalaban por los cristales del coche las cataratas de una lluvia consistente y melodiosa, “Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, decía la canción ¿Qué opinan ustedes?
Ya el hecho de hacernos esta pregunta, cuando comenzamos a estar asustadísimos por la nueva crisis que llega, la incertidumbre del resultado de las enésimas elecciones, los vaivenes de la bolsa, la guerra comercial interminable de Donald Trump o el no menos interminable y tedioso proceso del Brexit, tiene su mérito. Parece ser que todavía hay tiempo para algo más que el materialismo rampante que nos rodea, también por doquier, como el invierno.
Porque si a algo se ha dedicado la humanidad en los últimos doscientos años, y con un éxito incuestionable, es a proveernos de cobertura material para nuestras crecientes e insatisfechas necesidades. Y esto es así, sin duda alguna. Aunque este éxito no oculte ni justifique desequilibrios, desigualdades y errores mil en el proceso. Veamos algunos datos sobre ello: en 1900 el PIB mundial se situaba en 1000 millones de dólares, hoy alcanza los 80 billones de dólares, un crecimiento de 30 veces en términos reales (3000 por cien).
Ello ha permitido hacer frente al incremento de la población mundial que ha pasado de los 1500 millones de personas en 1900 a los 7400 millones de individuos que hay actualmente. Y, al mismo tiempo, multiplicar por ocho la renta per cápita desde los 2000 dólares de media en 1900 a los más de 16000 dólares actuales. Esto se podría resumir en que una persona de clase media hoy, vive mejor que lo hacía por ejemplo el emperador Napoleón: mejor higiene, mayores comodidades, mejores servicios, mucha más longevidad etc.
Todo esto está muy bien y hay que continuar en esta dirección y, a la vez, incrementando de paso la justicia social. Pero, ¿no estaremos muriendo también del éxito del materialismo? Hoy todo triunfo que no se vea referido al dinero, en general no se considera verdadero éxito. ¿Ustedes creen que nuestro nivel de felicidad también se ha multiplicado treinta veces sobre el de nuestros recientes antepasados? Yo, solo comparando los tiempo de mi niñez y los actuales, me la jugaría sin dudarlo manifestando que a nivel de felicidad (que incluye no solamente el componente material de nuestra esencia, sino también el espiritual), las cosas puede que hayan mejorado, yo soy de los optimistas que creen que en términos generales el mundo siempre avanza, pero en todo caso muy, pero que muy por debajo, de lo que lo ha hecho el nivel material. ¿Será por eso que los románticos han muerto, como se preguntaba nuestra cancioncilla pop? ¿No nos estaremos pasando la vida adorando al becerro de oro o, inclusive, al oro del becerro, apartando de nuestro camino todo lo demás?
Un genial humorista de nuestro tiempo, el gran Woddy Allen, lo dice muy claro: “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”. ¿Seremos capaces todavía de reaccionar a la inmensa ironía que destila esta reflexión? ¿O, simplemente, estamos ya tan contaminados, tan obsesionados con el metal amarillo, que aceptaríamos sin rechistar lo que decía otro gran genio del humor como Groucho Marx?: “¡Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero! Pero…¡cuestan tanto!”.
Quizá por ello el número de suicidios en España, y en todo el mundo, no deja de crecer paulatinamente. Ya es la primera causa de muerte violenta o externa en nuestro país. Parece que no estamos demasiado contentos con nosotros mismos. ¿Y con los demás? Las relaciones de pareja tampoco pasan por su mejor momento, con un gran y creciente número de rupturas y conflictividad, muchas veces violenta, entre sus miembros. Y con una falta de compromiso a largo plazo muy evidente. Tampoco queda tiempo para los hijos, que son algo caro y que supone mucha dedicación, por lo que a mayores rentas menor descendencia; y las personas mayores se ven abocadas en su gran mayoría a una soledad a menudo olvidada y desatendida, aunque sea bien cubierta en sus aspectos materiales.
¿Qué está pasando? ¿Nos estamos acostumbrando a vivir, de forma individual, cada uno encerrado en nuestra propia burbuja económica? ¿Manejando como podemos la gran frustración de no poder obtener todo lo que nos rodea y, sobre todo, de no poderlo alcanzar ya mismo? ¡Parece que lo que no sea satisfacción inmediata es frustración y fracaso! Esta es la gran creencia de nuestros tiempos, el resto de las mismas: religiones, filosofías, pensamientos críticos, etc., están bajo mínimos. Un amigo mío lo tiene muy claro: “¡Vamos a ver, el dinero a lo mejor no es Dios, pero como mínimo es la Virgen, ¿no te digo?”.
¿Cómo no se van a estar muriendo los románticos? El romanticismo quiere decir sentimientos, amor a la naturaleza frente a la civilización, como reflejo de lo puro y genuino. Sentido de la transcendencia del hombre frente a la inmediatez del corto plazo. ¡Idealismo! Solo algunas causas solidarias, el cambio climático y desarrollo sostenible, las medidas de conciliación y los horarios razonables, algunos brotes verdes en cuanto al resurgimiento de la familia, las actitudes libertarias y a contracorriente de unos pocos, parecen insuflar algo de ilusión para pelear contra toda la fuerza del metal amarillo, tan necesario por otra parte, ¡ojo!, pero en sus debidos términos.
Ya nos lo dijo el gran Alejandro Dumas, hace casi 300 años: “No estimes el dinero ni en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”. Y dos mil años antes que Dumas, ya nos aconsejó Menandro de Atenas: “Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último”. O, quizás, sea todo inclusive más sencillo, como nos recordaba hace no tanto Jackson Pollock: “La felicidad es una estación de parada entre lo poco y lo demasiado”.
“Dicen que los románticos han muerto, pero yo no sé si eso es del todo cierto”, habla la canción, que luego continúa: “Dicen que los poetas sin fortuna, ya no cantan a la luz de la luna”. Un gran filósofo como Ervin Lazslo lo decía así: “La manera en que los jóvenes viven la lucha por la supervivencia material tiene como resultado la frustración y el resentimiento”. Y uno de nuestros más afamados psiquiatras, Enrique Rojas, ponía definitivamente el dedo en la llaga: “En estos momentos, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual”.
Quizá por ello los jóvenes no se sienten totalmente felices. Y piden más. O, quizás, otra cosa:
“Dame una rosa que no se marchite”, pide la canción de los románticos que se mueren.
En estos momentos, de esas ya casi no nos quedan.
www.franciscorodrigueztejedor.com
Contento y orgulloso, detrás de mí pueden verse los dos primeros aspersores. Todos los días a partir de ahora mi césped recibirá una ducha generosa para que pueda permanecer joven y bello durante todo el verano.