Ahora que estoy haciendo la maleta para un viaje, de solo unos días, a Londres, pienso en que todo viaje tiene una ilusión, me acuerdo de esto que escribí con motivo de algún otro.
Lo importante, cuando te vas, es dejar en tu lugar de residencia las cosas en orden, para abandonarte y disfrutar entonces a tope. Y yo me voy contento: he cumplido con lo que me piden para la Revista Cultural de mi pueblo y le he dado un empujón casi definitivo al primer borrador de mi novela. Así que a disfrutar al lado del Támesis.
LA ILUSIÓN DE LOS VIAJES
“Invertir en viajar es invertir en uno mismo”
Matthew Karsten
Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.
Sí, miras por la ventanilla y encuentras el mundo al revés: con las nubes a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.
Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...
Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.
Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.
Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.
Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.
Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo.
La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina.
Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...
Y la mejor novela para leer mientras viajas, también habla de otro viaje: REGRESO AL SAUCE CURVO: https://t.ly/05tJH. Disfrutarás.