miércoles, 19 de octubre de 2022

BREVES APUNTES SOBRE RUSIA

 


       Yo empecé a viajar a Rusia a finales de los 80. Durante el proceso de la famosa Perestroika ("Reconstrucción"), impulsada por el recientemente fallecido presidente Gorbachov. El primer viaje lo hice, como especialista financiero, junto con un grupo hotelero español que iba a construir un hotel en Moscú al 50% con el Ministerio de Deportes Soviético aprovechando la reciente apertura a la coinversión extranjera. De aquel viaje recuerdo las siguientes cosas: lo fea que puede ser la nieve y el hielo en las ciudades cuando se embarran y persisten (como ocurrió en Madrid con Filomena), el altísimo nivel de corrupción, de alcoholismo y desmoralización entre los jóvenes; la ineficiencia del sistema productivo: coches averiados cada dos por tres en las calles y carreteras, hoteles atrasados y mal construidos, en mi habitación (que pagaba el Ministerio en cuestión), había hasta un cristal de la ventana roto (¡en enero!), que luego malarreglaron, ¡un desastre!

      Pero, sobre todo, recuerdo lo que me dijo una guía ruso-cubana que nos habían puesto como traductora, que tenía entonces unos cincuenta largos o sesenta: "Ahora con la perestroika, nos dicen que todo aquello en lo que creíamos, a lo que hemos dedicado toda nuestra vida, era falso, que ya no sirve. ¿Y entonces, yo me pregunto, qué ha sido mi vida entera, una mentira?". El nivel de desmoralización confusión y depresión de los mayores era inenarrable, ante la quiebra de un sistema económico y político fallido.

         Desde entonces he ido a Rusia más de media docena de veces, casi todas por temas profesionales. La salida de la quiebra del comunismo y del desmembramiento de la Unión Soviética, a mi juicio ha sido también en falso: con la privatización, las grandes compañías rusas, cuyos principales activos son los inmensos recursos naturales del país (gas, petróleo, minerales...), fueron a caer en manos de los gerifaltes políticos del anterior sistema comunista, apoyándose unos a otros con su influencia política y, sobre todo, en el inmenso poder de todo el entramado de seguridad/servicios secretos, hijo de los cuales es el actual presidente Putin.

       Recuerdo en uno de los viajes prospectivos de negocio que hicimos ya en la primera década del SXXI, en el que entrevistamos a ejecutivos de los principales bancos y empresas del país. Cuando les preguntabas por el número de empleados de su compañía, esta era la respuesta, más o menos general: dos mil empleados, digamos, y con los servicios de seguridad, ¡tres mil! Era muy frecuente en Moscú, divisar en las principales avenidas los desplazamientos de los grandes capos económicos con diez coches delante y diez coches detrás protegiéndolos. La liberalización del sistema económico y el nivel de democracia política siguen dejando mucho que desear.

     Y, a mi juicio, estas son las sencillas premisas que explican en gran parte lo que está ocurriendo. Un país que no acaba de funcionar aunque haya mejorado en algunas cosas, sobre todo en Moscú, con la población frustrada y añorando la imagen de superpotencia pretérita, que los actuales dirigentes quieren recuperar.

      Pero la realidad es tozuda, algo no cuadra: no es posible que una economía de un tamaño similar a la española, posea el segundo ejército más potente del mundo. Salvo que esta última afirmación, por más que se repita una y mil veces más, no sea cierta. El campo de batalla lo está demostrando.

    Sólo queda la amenaza del apocalipsis nuclear. Y la esperanza de Putin de que Occidente al final les regale alguna prebenda para no llegar a la locura. Aunque sea a costa de que el sufrido pueblo ruso siga soportando la arquitectura de un sistema caciquil e ineficiente respaldado por el inmenso poder subterráneo de los servicios de inteligencia.


      En la Plaza Roja, muy barbado, con uno de los compañeros de trabajo de entonces.