sábado, 5 de julio de 2025

MEMORIA






     A veces pienso que solo somos memoria.
Recuerdos, almacén de vida,
momentos que vivimos y se extinguieron.
Pero que hacemos que pervivan en nuestra mente.

            Quizás solo es un arma, una más, de supervivencia.
Una forma de seguir estando.
De no perder lo que un día fuimos,
mientras el implacable reloj recorta cada día
el horizonte de lo que nos queda por ser.

            Es un placer vivirse uno mismo
en su memoria.
Pasar una y mil veces la película
 de nuestros momentos más especiales.
Y descubrir cada vez un aroma nuevo en ello.

            Es, sin duda el placer de la vejez, del retiro,
de la madurez,
de no entretenerte
en lo que luego estorba.

            Rememorar la vida de los que te quisieron
Y por qué fuiste tan importante
para ellos.
Repensar a los que tú amas,
y qué sería de su vida sin ti.

            Revivir tus sueños,
que siempre han sido los mismos,
te alegra esta evidencia.
Disfrazados en amores platónicos al principio,
en idealismos etéreos después,
en dudas y remolinos luego
 que solo eran,
ahora lo sabes,
recovecos en donde respiraba el tiempo,
para darte un descanso,
para dejar secar el barro
con el que fraguabas tu escultura.

            Y todo se guarda en tu memoria.

También tus fracasos.
El lado oculto de la luna,
donde habita el vertedero
de todas las cosas que te avergüenzan.
Pero que son tan tuyas como las demás.

            Sí, memoria de vida.

Observas las petunias que florecen
adornadas de belleza, de alegría.
Por debajo sus raíces estrangulan
las de las hierbas más débiles
que comparten el mismo parterre
 que tú, indiferente, riegas.
La lucha por la vida,
de la que sabes tanto.

            Sí, memoria de vida.

     En la almohada solo quisieras pensar,
que tu paso por ella aportó un poco de inteligencia,
algo más de justicia,
o, quizás solo, que el amor rebosara un poco
por las exclusas del egoísmo
de que cada palo aguante su vela.

         Sí, solo te reconoces en tu memoria.
         Memoria de vida.

     Que no quisieras que se perdiera,
tal vez por eso no dejas de escribir,
como Sísifo no descansaba nunca
de arrastrar su piedra.

     Como la primavera no ceja
tras cada invierno,
en hacer brotar las más hermosas flores,
otro año más,
con la esperanza de que alguna no muera.

     De que alguna conmueva
al corazón, impasible,
del tiempo inmisericorde,
que es quien parece mandar
en nuestra escueta película.

            Sí, memoria de vida.
            Memoria del tiempo
que una vez fue nuestro
y que luego se irá,
con nosotros,
donde no sabemos.

Y PARA ESTOS DÍAS: MI NOVELA "EL CLAXON", EN SU NUEVA EDICIÓN, UN THRILLER TREPIDANTE, PERO QUE HABLA TAMBIÉN DE ESTO: https://www.youtube.com/watch?v=-9ZufTjGaao

viernes, 4 de julio de 2025

LUMINOSO DÍA

 




LUMINOSO DÍA

Amanece amarillo y azul,
tu pelo sobre
la almohada de sueños,
te beso y abres los ojos,
los cierras,
y, sin verme,
me sonríes.

Suena el despertador,
a destiempo,
como un chirrido
del mundo real
que nos espera.


Lo metes en el cajón de la mesilla,
como a un niño travieso y castigado,
me echas los brazos por el cuello,
te acercas,
solo me susurras:

Y, ahora, ámame,
como si
todavía
fuera
domingo.

De: "Treinta y cinco gramos de oro"

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martes, 1 de julio de 2025

UNOS DÍAS EN EL SUR

 




El escritor acaba de regresar de uno de los lugares más al sur de España, justo en la frontera entre Málaga y Cádiz, frente a Sotogrande, Gibraltar y África. Se acuerda de la película del maestro Erice, El sur, todo añoranza sobre esta tierra.

Desde hace mucho necesita ir todos los años allá, aunque sea unos días solo.  Recorrer los olivares de Jaén, el misterio de Granada, la luz de Málaga, la gracia de Cádiz... Todos estos lugares han tenido su sitio en su obra, la poesía del maestro sevillano Antonio Machado en El día que fuimos dioses, las callejas de Cádiz en El cazador de la Patagonia, esta frontera gaditano malagueña en ambas novelas...

Madrid tiene una luz bellísima, la luz de Velázquez, pero la de Marbella y Cádiz es inmensa. El escritor sale a la terraza de la que fue su casa de vacaciones un tiempo, ahora la gestiona un hotel, y él puede ir y nutrir su nostalgia en el mismo lugar donde fue más joven y dejarse inundar por los brillos del Estrecho que le llevan a África.



Puede bajar a la playa, una cala casi virgen, de pescadores, la llaman la cala de la Sardina, y pasar el día allí contando las olas y quién sabe si la vida. Respirar el aire y la sal, sentir el estremecimiento del agua, mirar la vida a su alrededor: ese padre, tal vez divorciado, que pasa las vacaciones con su hija de quince años que se le está yendo de las manos y no sabe qué hacer, solo le echa la bronca, esos abuelos rodeados de nietos: "Celia, quién te ha comprado ese bañador tan bonito", "Tú, abuelo",  y los dos abuelos se miran entre sí, orgullosos. Esa pareja británica, él un tiarrón, tal vez de Escocia, ella, una rubia blanca y delicada, tal vez de Oxford, o de Canterbury, en ambas ciudades el escritor aprendió inglés, hace tantos años que ya no quiere recordarlo, que se miran en silencio, son una pareja reciente, todavía no saben cómo administrar esos silencios que el tiempo mete de repente entre los dos, ella saca las cartas y hace un solitario, él tira piedrecitas al agua... ¡El escritor podría escribir una novela entera con lo que está viendo! Comer en el chiringuito, "¡para mí, calamares al espeto!, ¿y para ti, reina?", luego cenar en el pueblo de pescadores, marisco de la tierra, gambas, coquinas... pasear bajo las farolas, mientras los vecinos toman el fresco y los miran pasar. Regresar a casa, aunque sea un apartamento de hotel, y disfrutar de esa compañía de tantos años, cada vez más sedosa, como si el viento del tiempo hubiera suavizado sus aristas, y dejarse llevar por ese murmullo del mar, con su voy y vengo eterno... La felicidad es una cosa simple, llena de cosas sencillas... No sé quién lo dijo..., piensa,  a lo mejor no lo dijo nadie, se le ha ocurrido a él esta noche, mirando el mar nocturno del Estrecho.




Pero, hoy, el escritor ya solo pensaba en regresar. No ha escrito una sola línea estos días, solo vivido, se dice para compensar. Pero su obra le espera. El destino no es mirar el mar eternamente, sino cumplir con su misión. 

Así que llega a su casa de Madrid y, tras ayudar a su mujer con las maletas, acude a su ordenador, como si de un imán magnético se tratara, que le impulsa a sentarse frente a él y continuar con su libro
. Pero, antes, no puede evitar dejar grabado el recuerdo de estos días sencillos, y felices, cuyo aroma todavía le ronda en su cabeza. Y en su corazón. 




Mañana será otro día. Se levantará pronto y arremeterá con su novela que le espera, como la amante posesiva que ha sido postergada por su mayor enemiga, que es la realidad.



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martes, 24 de junio de 2025

LA ATRACCIÓN DE LO INUSUAL

 



Esta mañana, mientras riego las petunias, poco, porque a lo mejor hay lluvias por la tarde, pienso en los viajes. En esa atracción insondable que ejercen sobre nosotros, al menos sobre mí.

El domingo estuve en El Sauce, regando y cortando el césped, es una obligación como otra cualquiera para ir todas las semanas en verano por allí, aunque a veces sea en el día. Un compañero de escuela me decía: "Paco, idealizamos los viajes como lo hacíamos con aquellas chicas que vivían lejos o, simplemente, que se hacían las distantes e inaccesibles con nosotros, ¿recuerdas? Pero, si lo piensas bien los viajes no te ofrecen tanto, si los bajas a ras de tierra, como lo que te cobran por ellos".



Yo, mañana me voy de viaje, y no puedo estar más en desacuerdo con mi amigo. Idealizamos los viajes, sí, como a todas las cosas que nos merecen la pena, no siempre idealizábamos a las chicas distantes, solo, ojo,  a aquellas que nos gustaban, y que las hubiéramos idealizado igual, o adorado que quiere decir lo mismo,   si hubieran estado cerca. Pero, sí estoy de acuerdo en la atracción de lo inusual; más que de lo distante de lo distinto. Eso que nos hace cambiar el paso siquiera por unas jornadas.

Continuaba mi amigo: "A los cuatro días de estar allí, quieres volver: duermes mejor en tu cama, te sientan mejor tus comidas, estás más cerca de los tuyos. Los viajes son cosa de estudiantes y jóvenes inmaduros. Yo prefiero invertir en mi día a día".  Ahí, en las palabras de mi amigo es donde veo yo el segundo mayor aliciente de los viajes.

Viajas con la esperanza de romper con la rutina y la grisura que te rodea. Alejarte de los problemas que te ahogan, disfrutar del encanto de un nuevo sitio, idealizado, sí, pero qué más da, al final es la droga dura que necesitas para reinventarte.

Y, cuando el efecto de la droga se va pasando, es cuando añoras el volver, como decía mi amigo, pero con la idealización de tu hogar de nuevo. De la comodidad de tu casa, de tu cama, de la compañía de tus amigos de siempre, de recuperar tus costumbres. Y eso tiene un valor incalculable: volver con la pila cargada, con una mirada nueva sobre las cosas de siempre que te hará cuidarlas y valorarlas como nunca.

Con un viaje compras una doble ilusión: la de la ida y la de la vuelta. Y eso tiene un precio en tu bolsillo, claro. Como todo lo que compras. 

A mí me gusta trabajar, y ahorrar, para inyectarme esa doble ilusión de vez en cuando. Al final, me dicen las petunias a gritos con la belleza de sus flores, el secreto de la vida es  añadir ese colorido extra, ese enamoramiento idealizado que hace que cada día no solo sea un mero acercamiento a la muerte, sino que tenga el valor de ese chispazo de un rayo de sol cuando amanece,  que inaugura un nuevo día lleno de sueños.

NOVELA: para los lectores de mis obras, mi novela crece cada día, aunque menos rápido de lo que me gustaría, la vida me saca de mi soledad de escribiente de vez en cuando. Me la llevaré a este viaje al Sur, con la promesa a mi mujer de que solo escribiré durante una hora, antes de que se levante ella y desayunemos juntos.  Algo es algo.

CANAL DE YOU TUBE: Estoy reagrupando en mi canal cosas que tenía dispersas, particularmente booktrailers de mis novelas que estaban en otros cuentas y proyectos novedosos de cine.  Iré completando en las próximas semanas. https://www.youtube.com/channel/UCd5x7eYfToKKi-8IHT1NeNA

FOTOS: La terraza del apartamento al que voy, enfrente de Sotogrande (Cádiz) y orgulloso de mi césped en El Sauce, tras segarlo y regarlo, como se merece.

www.franciscorodrigueztejedor.com


viernes, 20 de junio de 2025

LA TERCERA PARTE

 





    Lo primero que hago todos los días nada más levantarme es regar las petunias que pueblan mi terraza. Siempre he dicho que no hay obra de arte que iguale a una flor. Y yo tengo centenares. En todo su esplendor. El arte es belleza y yo me dejo inundar por ella, buscando hacer un día bello también.
    Los que vamos para viejos, si no lo somos ya, vivimos como los niños, el día a día, el puro presente. Pienso en ello. Me digo: es porque no tenemos futuro. Nuestros planes son ya solo sobrevivir lo mejor posible y disfrutar del momento. Hasta que se acaben los mismos. Ojalá todavía tarden.



    Los niños tampoco tienen futuro. Me refiero a los niños por debajo de los siete años, antes de que les venga eso que antaño se denominaba uso de razón y, ahora, es por una parte la horma para meterlos en el zapato de la vida y, por otra, planificarles todas las cosas que tienen que aprender, adquirir, para vestir luego un buen calzado de mayores, su futuro es querer hacerse adultos, para por fin controlar el mundo para el que los han preparado. Pero, los niños niños, son como los viejos, se saben inermes y fuera de toda obligación, solo se columpian en un rayo de luz, aprenden a hablar sin darse cuenta, a andar porque les gusta ir más allá, buscan el abrazo de su madre, solo para sentir el calor y el cobijo protector y, por la noche, solo quieren que les cuenten cuentos de un mundo mágico que no existe. Para ellos también el tiempo es lo que están viviendo. Quizás, por eso, los viejos y los niños se llevan tan bien.
Termino la reflexión. Y el riego de las petunias. Y encaro este nuevo día.
Leo un mensaje de mi hijo desde Londres. Está feliz porque ha conseguido unas prácticas en un sector que le gusta, en las finanzas de élite: el Private Equity. Donde se trabaja mucho, es cierto, pero te lo premian muy bien. Me da un subidón, porque sé cuánto lo deseaba y lo que ha tenido que luchar. Él está lleno de futuro. Es lo que le corresponde, me digo, aportar valor a la sociedad que le ha tocado vivir. Y construir.
Recibo también un mensaje de mi librería de Guadalajara. La Diputación Provincial va a adquirir 60 libros míos para distribuir en sus bibliotecas. Quince por cada título seleccionado. Tres muy comerciales, lógico, me digo. Me conmueven, sin embargo, esos quince ejemplares de “Treinta y cinco gramos de oro”. Me considero un escritor de minorías. Soñar con una chica enamorada que, un día lluvioso, ve tu libro de canto en la biblioteca y le apetece leer unos cuantos poemas de él. ¡Qué se puede pedir más!



Con estas dos ilusiones, me lanzo a por este caluroso día de junio. Hoy tengo que llegar a las treinta mil palabras, la tercera parte de mi novela. Es un trabajo arduo aunque ya tengo mucho oficio. A veces, se me olvida este y me conmueven mis personajes hasta las lágrimas. Vivir estos momentos de creación igualan a los vividos junto a las petunias. Solo por ellos merece la pena vivir, me digo.
Y, cuando me canso, me como un helado de chocolate doble, el Double Chocolate de Magnum, como si fuera droga dura, y voy a ver la reserva que tengo hecha para el día 25 en que viajaré a la linde entre Málaga y Cádiz. Allí hay un apartamento con una de las mejores vistas que yo he conocido. O tal vez solo son mis ojos que lo ven así. Lo compramos hace más de quince años, qué jóvenes éramos entonces, como inversión que gestiona una importante compañía hotelera que lleva todo el complejo, pero, todos los años, sin dejar ni uno, vamos una semana por allí y pedimos ocupar nuestra casa, aunque en realidad no lo sea. Y, tal vez por ello, disfrutar más de esa breve fugacidad de lo bello.
Vuelvo a sentarme de nuevo ante este diario literario y personal después del mega esfuerzo que he hecho. Hoy he cumplido: 29871 palabras. Tendré que llevar a mi mujer a cenar y al cine, que se está fresquito. Vivir al lado de un escritor, uno de los oficios más solitarios del mundo, no debe ser fácil, y hay que compensarlo.
Sí, mañana será otro día y habrá que buscarle también un sentido, entre la ficción y la realidad.
        Las petunias, como cada mañana, me esperan para ayudarme.



domingo, 15 de junio de 2025

ESCRIBIENDO Y VIVIENDO

 




Una de las normas que me tengo impuesta cuando escribo el primer borrador es: escribir todos los días, sin dejar ni uno solo, para favorecer la inmersión en la historia.

En la novela que empecé a escribir el día 1 de junio, pero que lleva en mi cabeza varios años,  no lo estoy cumpliendo. A medida  que uno envejece, le cuesta más abandonar la vida y recluirse como un monje tibetano en sus mundos interiores, quiere decirse literarios. Tal vez, porque se es consciente de que le queda poco y quiere atesorar todos los instantes, especiales eso sí, los normales importan menos, que la vida le pone por delante. 

Así que echo la vista atrás y hay un ramillete de días que no he escrito ni una palabra pero, he vivido: la visita inesperada de mi hijo que relataba hace poco en este diario literario y personal, una boda marchosa, donde disfruté como un chaval hasta las seis de la mañana...¡en la disco!, ¡qué dura fue la resaca!, un par de visitas a El Sauce, el césped crece y hay que segarlo y regarlo, no acabo de configurar bien el riego automático, mi mujer me dice que todo es una excusa para visitar mi pueblo, la verdad es que me gusta pasar un día de vez en cuando en él, más no, porque me aburro, hablar con antiguos amigos de escuela y juventud, filosofar con ellos sobre la vida, sobre aquel pasado y sobre lo que nos queda, acordarme de mis padres y de los múltiples recuerdos de ellos que me rodean por doquier, respirar ese aire y ese sol tan limpios, tan puros..., pensar en mis personajes mientras siego el césped con la segadora,  conducir por aquellos caminos y carreteras que tanto significan para mí, etc...

Hoy hago el recuento de palabras y llevo unas veinte mil, en torno a un veinte por ciento. Uno es ya solo oficio, como dijo no sé quien que ahora no recuerdo.  Sí, cada vez escribe uno con más oficio, es cierto, se es más productivo con menos tiempo. O, quizás, me gusta pensar que uno es ya solo literatura: cuando escribe y cuando disfruta, y ya no necesita trazar ninguna línea divisoria en su vida. En fin, de alguna manera hay que ilusionarse para vivir este último tranco de la existencia. Yo hoy le doy a la tecla y, cuando me canso, pienso en el Sur, todos los años voy una semana por allí. En la frontera entre Málaga y Cádiz hay un apartamento con unas vistas sobre Gibraltar y África que me enamoran, una cala de pescadores donde pasear y darse un chapuzón, un restaurante de pescado fresco, de allí mismo, donde saborear unas coquinas, o unas almejas. Columpiarse en una rayo de luna que brinca del mar a tus ojos. Llenarte de la juventud de antes con tu pareja de siempre, sí, hay muchas cosas más allá de escribir... Iré a finales de junio, si nada se tuerce.

Y, para julio, estamos pergeñando un viaje toda la familia a Londres a ver a nuestro retoño. Sí, son respiros momentáneos, alejamientos de mis personajes literarios que necesitan mi aire para respirar y yo necesito renovarme fuera para traerles a ellos lo mejor de mí mismo.

www.franciscorodrigueztejedor.com

sábado, 7 de junio de 2025

DÍAS INESPERADOS

 

Cuando tienes un hijo viviendo en el extranjero hay una alegría doble para compensar su ausencia. Que se acuerde de ti y te llame por teléfono, ahora también puedes verte con el vídeo, o que te regale una visita inesperada, fuera de las vacaciones.

Yo no puedo quejarme de lo primero: hablo con él todos los días y varias veces. Sigo estando en su vida y él en la mía. Como yo digo, hablamos inclusive más que antes: cuando vivíamos bajo el mismo techo en Madrid, donde, a veces, cada uno estaba en su mundo y solo cruzábamos monosílabos por los pasillos. Eso sí, de vez en cuando, nos dábamos un paseo por unas callecitas muy tranquilas de chaléts y poco tráfico que hay en nuestro barrio, y así nos poníamos al día.

Pero las visitas fuera de turno son otra cosa. Nuestro mundo, el de su madre y el mío, se para y gira todo a su alrededor. Le organizamos su agenda: médicos, fisio, peluquero, tiendas de ropa, comidas con familia etc. Son días intensos en que se condensa y se diluye tanta ausencia que nos espera luego. Todavía le queda hasta Navidad en la London Business School y luego hasta junio en la Wharton de Philadelphia.

O eso creíamos nosotros, en esta visita nos está anticipando, y convenciendo, de que no volverá a España en algunos años. Hay más oportunidades fuera, salarios mucho más altos, y está en la edad y en la situación de hacerlo.

Así que yo ya me he hecho a la idea y rogando, además, que siga acordándose de nosotros y nos llame tan a menudo como ahora. Y nos regale, de vez en cuando, estas visitas inesperadas que nos llenan de verdor y alegría.

FOTOS: en uno de nuestros últimos viajes juntos, el pasado verano en el Cañón del Colorado.