domingo, 10 de marzo de 2024

LA MÁQUINA DE COSER SINGER

 



Acabo de regresar de El Sauce Curvo. Un día extremadamente frío, helado diría yo, muy lluvioso,  han caído 700 litros por metro cuadrado en las últimas jornadas y puede que se arruine toda la agricultura de este año según me comenta uno de los agricultores del pueblo, sí, un día triste, mortecino y muy oscuro.

Sin embargo, toda oscuridad tiene su luz y toda noche más pronto que tarde tiene su luna. He ido con mi hijo Guillermo que hacía mucho tiempo que no iba por allí, le apetecía mucho después de las semanas, y aun meses, de preparación de sus retos académicos y laborales.  Nos esperaba una gran y luminosa sorpresa.

Oculta en una casita auxiliar que nos hace de trastero, mientras ordenábamos algunas cosas, hemos encontrado un auténtico hallazgo: la máquina de coser de mi madre, una Singer preciosa, una obra de arte, como eran entonces estas cosas, que dormía tapada por una sábana. Nueva, cuidadísima, impoluta, como era ella, con su cesto de hilos, sus tijeras e, inclusive, su paño, alfombrando la aguja. ¡Cuántas veces recuerdo a mi madre inclinada sobre ella a la luz de la ventana o de noche, alumbrándose con una lamparilla de mesa! Le gustaba comprar sábanas en Tolrá, que eran de una calidad superior como decía ella, pero sin hacer, un rollo de tela enorme que luego ella cortaba y cosía con su máquina Singer, pedaleando y moviendo la tela extendida sobre la mesa de la máquina. Ya cuando era muy mayor, me decía cuando yo iba a su casa a verla, "anda, Paco, enhébrame la aguja", y allí me acercaba yo, a la máquina Singer, a meter el hilo por la ranura de la aguja. Mi hermana y yo recibimos docenas de ellas. Para vuestro ajuar,  nos decía, perfectamente planchadas, dobladas y metidas en unas bolsas que parecían hechas a propósito para ellas.

O la veía sentada a la máquina pero haciendo ganchillo, paños de puntilla blanca para cubrir los brazos de los sofás, o como adornos protectores, tengo docenas de ellos, o haciendo punto,  un chaleco de lana para mi padre o para mí, mi madre nunca veía la televisión, probablemente fue la mujer más trabajadora que en el mundo ha habido. O cocinaba sin parar cuando nos reuníamos en su casa toda la familia por los cumpleaños o en navidades. Embotellaba los tomates que cogía de su huerto, hacía chorizos y morcillas con una máquina de embutir que algún día aparecerá, probablemente la tenga mi hermana y hacía hasta su propio jabón, como se hacía antes, a base de grasa.

A mí mi mujer me dice que me parezco a ella, que siempre estoy haciendo cosas, pero  yo no le llego ni a la suela de su zapato ni soy tan disciplinado como era ella, siempre se bañaba o se duchaba a las nueve en punto, todas las noches sin dejar ni una sola. Se hacía su ropa y estaba pendiente de todos. Tenía una fuerza inmensa y no se cansaba jamás. A mí, lo cuento en Memorias del Sauce Curvo, no sé si así como lo hago ahora, que es como pasó en la realidad: a mi hermana y a mí, decía, nos sorprendió una tormenta con ella en el campo, no sé a unos tres o cuatro kilómetros del pueblo. Llovió la mundial, como estos días, ella nos guarecía con su cuerpo y con su jersey, los tres acurrucados bajo un espino.  Yo tendría unos cinco años y mi hermana nueve o diez. Cuando terminó de llover los caminos estaban llenos de charcos. A mí me había comprado unas zapatillas nuevas, yo no quería que se me mancharan,  ella me cogió en brazos y me llevó así hasta el pueblo. Miro en google y un niño de cinco años pesa 20 kilos, tres o cuatro kilómetros sin bajarme de sus brazos, sin descansar, ella que pesaría no más de cincuenta, si no fuera porque así pasó, no me lo creería nunca.

Ayer fue el día de la mujer, probablemente todavía hoy haya aspectos mejorables en cuanto a la igualdad de oportunidades, aunque creo que está la cosa ya bastante pareja, pero yo, sin desmerecer a las mujeres actuales, este nueve de marzo, un día después, se lo dedico solo a mi madre. 

Y a su máquina Singer, que me recuerda todo lo que un día tuve a mi lado y que no volveré a encontrar jamás, lo sé, en este mundo. Por eso, siempre cuando llego o me voy del pueblo y paso por el cementerio que está en la carretera, le digo, hola, mamá, aquí estoy, algún día volveré a estar a tu lado. Mientras tanto,  guardo celosamente todas esas cosas que sembraste en mi interior, y me ocuparé de tu máquina de coser Singer, como símbolo de tantas cosas tuyas que todavía me rodean, la  pondré en el sitio más vistoso del salón principal, o en lo alto de un trono si yo fuera rey. Como se merece la reina de la casa, aquella que me hizo sentir como un auténtico príncipe a su lado. y que, todavía, sigue viva en mi corazón.

Tu nieto Guillermo también se enamoró de tu máquina, insistió en que le hiciera un vídeo con ella. Aquí te  dejamos este recuerdo.





martes, 5 de marzo de 2024

ESCAPAR

 

Ancho mar

 

Amanece el día y los momentos son como regatos.

 Como arroyos que recogen el agua de las laderas.

 Y la llevan por valles soleados,

 por hoces llenas de chopos,

 por torrenteras henchidas

 de brillos y de espuma.

Hasta que desembocan en el río grande al atardecer,

 que es una inundación de lejanas orillas.

 Un caudal gigantesco

 que embalsa todos los instantes del día.

 

 Y allí estás tú. 

Al final del río.

Tú eres el ancho mar.

 Que me espera como cada noche.

 Donde yo me vierto y me diluyo.

 Donde abro las compuertas

 y fluyen todos los instantes del día

 que yo acumulé.


 La noche nos abraza

 y nos hace uno.

 

Y queda, luego, una superficie horizontal,

  densamente oscura y azul,

 que es el suelo líquido

 de donde emergen las estrellas.

Mientras allá, en lo hondo,

 en el fondo marino,

 rodeada de aliento y de silencio,

 crece,

 una noche más,

 una capa de légamo,

 un sedimento íntimo,

 una argamasa de nuestras esencias,

 con las que la noche va construyendo

 ese edificio

 en donde viviremos

                                   eternamente.

 









Acabo de llegar de una escapada al mar de Alicante precisamente. Vuelvo con las pilas cargadas para aprovechar a tope unos días, solo unos pocos, la semana que viene viajo a Italia. Este es un mes que me lo tomo a beneficio de inventario. A pesar de la imagen de arriba, en este viaje al mar no he escrito una línea ni he leído prácticamente nada. Pero han sido unos días dichosos, como casi siempre que voy por estas latitudes.


Aunque he pensado en mi novela, cuando mi mente ha querido traérmela a mi conciencia, mirando el mar o conduciendo o soñando por la noche. Y me he puesto fecha para empezar a escribirla. Será justo después de Semana Santa. Todos los días, sin dejar ni uno, hasta que termine el primer borrador.


Otra vez ese gran esfuerzo. Otra vez esa labor creativa que, por una parte, me apasiona y, por otra, me deja exhausto. ¡Vamos a ver si logró llevar a buen término esta nueva singladura!


Y para que no se me olvide este sabor a mar, aquí unas olas al viento de una tarde en el paseo marítimo de Calpe, una cervecita mirando al mar no tiene precio, mientras las gaviotas posan como casi únicos testigos en la arena.



Al fondo, allá a lo lejos, el impertérrito faro del Albir, siempre subimos a él, donde me hicieron la foto que encabeza este post.



Aquí, un recuerdo de la playa de Calpe.


www.franciscorodrigueztejedor.com




miércoles, 28 de febrero de 2024

MÚSICA O MÚSICA.

 





El escritor es un gran amante de la música. No es un experto, pero sí un apasionado que le tiene mucha afición, como cree que ya ha dicho por aquí alguna vez. 

Le viene de antiguo. Fue uno de los asistentes a aquel mítico concierto de los Rolling Stones en el Manzanares del año 82. Y se ha recorrido algunos de los templos musicales más importantes del mundo: desde Broadway en Nueva York, al Folies Bergère de París o al Teatro Bolshói de Moscú, cuando Moscú era otra cosa, claro. Sin embargo, nunca había ido a la ópera. 

Hasta el otro día, en que le invitaron a asistir a Otello, de Giuseppe Verdi. Y en un sitio que no podía ser más especial para él: el Teatro Buero Vallejo de su tierra, de Guadalajara. El escritor recuerda la escena de la película Pretty Woman cuando Richard Gere lleva a Julia Roberts (una prostituta vulgar y medio analfabeta en la película) por primera vez a la ópera, quiere observar sus reacciones para saber si se ha enamorado o no de una persona especial. Julia Roberts se emociona de tal manera que empieza a llorar y Richard Gere la observa, conmovido también, dándose cuenta que ha encontrado a la mujer de su vida.

El escritor no llega a la intensidad de Julia Roberts, pero sí pasa un rato inolvidable con la obra, que recordará tanto  como al mejor musical en el mejor teatro del mundo. Si no más. Solo la música es capaz de expresar de forma tan rotunda algunas emociones, y, si a esta le añadimos la literatura de Shakespeare, llegamos al no va más.

A la vuelta a Madrid, el escritor, ya obsesionado con el espectáculo, se acerca a ver el musical que dan en el teatro Apolo de la capital. Otra vez esa inundación de luz y color, de música en directo. De voces sin trampas ni cartón, que te rasgan el alma.




El escritor pasa unos días enfrascado en mil papeleos que tiene que resolver, con Hacienda, con su banco, con su pueblo de El Sauce Curvo. Mil papeleos, pero ninguno con su obra, que la siente estos días abandonada a su suerte. Es decir, frustración total. Acaba la semana agobiado y, para más inri, desde que decidió, al jubilarse en su empresa, presentarse disponible para todo, como un taxi con luz verde, le llueven compromisos por doquier, con sus hijos, con su familia, con compañeros y excompañeros, con otros escritores... En fin, si no fuera por la música con la que se acompaña día a día, acabaría de los nervios.

Hoy, por fin, respira. Retoma las lecturas y las labores de  documentación que necesita para un día, no sabe ni cuándo, ponerse a escribir su nueva novela "Regreso al Sauce Curvo". Y este retraso en su tarea creativa también le agobia. Menos mal, que ha convencido a su mujer para fugarse ambos unos días junto al mar y desconectar. Sí, el mar le espera. Ese sitio literario y soñado para relajarse y dejarse envolver en su paleta de azules y verdes que le enamora.

Ya solo faltan unos días. Mientras lee para su novela,  escucha a Amaral y esa canción tan especial que dice: "Y ahora sé que no es azul / la sangre que corre por mis venas.  / Y ahora sé que el día que yo me muera, / me tumbaré sobre la arena, /  y que me lleve lejos / cuando suba / la marea...". https://www.youtube.com/watch?v=Xq5v6EuW9WA

 Ah, la música, el mar... 

Ya falta poco.


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jueves, 22 de febrero de 2024

AMA TU TRABAJO

 

Nueva edición de "MIL PALABRAS PARA LA FELICIDAD". Una edición más cuidada y atractiva y nueva portada para este libro que destila la sabiduría de los grandes pensadores junto con las propias experiencias del autor reflejadas en su diario literario y personal. 

Mira la nueva portada y los primeros capítulos (ver "Échale un vistazo") en https://www.amazon.es/s?k=francisco+rodriguez+tejedor&crid=2C3K9JDL37XH8&sprefix=francisco+rodriguez+tejedor%2Caps%2C123&ref=nb_sb_ss_ts-doa-p_1_27


                                 AMA TU TRABAJO

SÉ FELIZ TRABAJANDO COMO UN BUEN PROFESIONAL


“Puede considerarse bienaventurado, y no pedir mayor felicidad, el hombre que ha encontrado el trabajo que ama”

                                                                                                                        Thomas  Carlyle           


     Hay profesiones donde, desde el punto de vista del servicio al cliente, cualquier tiempo pasado fue mejor. Se me ocurren así, a vuela pluma: maestro, gasolinero, médico, recepcionista telefónico y, desde luego, librero.

 

      El librero, antaño, no solamente se leía sus libros, los reconocía hasta por el olor. Se tomaba un café con los escritores y pulsaba su próxima obra, la calidad de su aliento. Conocía los gustos, y hasta los matices, de la afición de sus lectores, a los que atendía con el cariño, y la perspicacia, del antiguo boticario, disfrutando de la alquimia de sus infusiones y preparados.

 

    Hoy el médico es, muchas veces, un mero tramitador de volantes a los especialistas, que no mira ni al enfermo mientras teclea en el ordenador. Y qué decir del maestro, permitiendo que sus alumnos se maten en los pasillos, sin involucrarse, porque él solo enseña matemáticas. El gasolinero ya solo es un busto parlante, una foto fija, en la  ventanilla : “¿la dos, diesel? Cincuenta euros”. Y qué decir del operador telefónico, una lengua llena de cables, que no te entiende, ni te atiende jamás, mientras te preguntas por qué tu consulta nunca está en el menú de elecciones a marcar.

 

        Algo parecido pasa hoy al librero, una especie de pasmarote junto a los anaqueles, donde duermen, aburridas, obras maestras, junto a los detergentes, a los jamones, y a los rollos de papel. Y los libros, ya sin alma, son una mera referencia en el ordenador.

 

        Pero en este mar uniforme de utilitarismo mercantil, de mediocridad creativa, de planicie imaginativa, todavía quedan excepciones. Olas que se levantan orgullosas y altivas en mitad del océano, empujadas por ese viento interior que no se doblega jamás. Por ese remolino que nace en las raíces profundas y antiguas del buen servicio al cliente. En el trato, en la orientación y guía por el vasto mundo editorial de hoy. En ejercer, en definitiva, con letras de molde, el oficio de librero que es,  ni más ni menos, la profesión de especialista en libros. Y no, de operario de almacén, que limpia el polvo a los stocks a su cargo, por los que no tiene más interés que el clin-clin de la caja.

 

        Por esto, y por muchas cosas más, a Luis Domínguez se le conoce como el librero amigo. Ya quedan pocos como él.

 

        A mí, a quien siempre le unirá el hecho íntimo e importante de haber aprendido a leer juntos, cuando fui a verlo con mi primer libro bajo el brazo, todavía en borrador, me miró arqueando una de sus grandes cejas, tasándome, sopesando los gramos de escritor que había en mí. Y yo supe, entonces, que no me perdería del todo en el proceloso mundo de las apariencias, de los oropeles y de las falsas purpurinas en que se está convirtiendo, dentro y fuera de las librerías,  el oficio de escribir.




FOTO: Luis Domínguez, "el librero amigo".

 

martes, 20 de febrero de 2024

QUEDARÁ LA MÚSICA

 





Por la mañana el escritor necesita la música. Para levantar el vuelo. Para dorar de magia y de luz el arranque de cada día. Porque hay días que cuesta arrancar, ilusionarse, superar la inercia de la rutina que lleva al hastío. El escritor tiene sus gustos, acrisolados en el tiempo. Y siempre vuelve a sus orígenes, a aquellos autores que siempre le engancharon.

Hoy vuelve a Zucchero. A Diamante. Ese himno lleno de fragancias. De luz de domingo. Con el que pretende convertir este martes en algo especial. Mientras resuelve unos temas con Hacienda, ¡por Dios!, no hay cosa que le avinagre tanto, que le deprima tanto, pero no queda otra. 

Siempre cuando tiene algo tedioso, piensa en el homenaje que se dará después. Hoy será pensar en los detalles del próximo viaje, ya falta poco, que hará a Italia. Ah, Italia, Italia... Allí pasó él parte de su luna de miel en aquel viaje especial, muy peculiar, e inolvidable. Y, antes del viaje, una escapada a Alicante, el escritor ya no puede más, necesita cambiar la decoración de su paisaje, abrir las ventanas, respirar nuevos aires, ver el mar...

Sí, la música siempre fue un calmante para él. Y un revulsivo. Un revitalizante para acometer el día a día con ilusión.

Ha escrito muchas cosas sobre la música. El escritor piensa que ya tiene una edad en la que puede sacar de la chistera de su obra, y de su vida,  tantas palomas como necesite para dorar de luz el horizonte de este martes, de cualquier martes, inhóspito y cabrón, que aparezca en su devenir cotidiano.

Hace muchos años escribió este QUEDARÁ LA MÚSICA, que hoy relee como si tomara droga dura para levantar el ánimo de esta jornada nefasta, a la que acompaña, para que surta más efecto, con esta maravilla de DIAMANTE. Música, Italia... ¿Qué se puede pedir más? Ahí va: https://www.youtube.com/watch?v=82rSzyJ5SDU. Y el escritor se sumerge, hasta contento, en sus papeles con Hacienda.


QUEDARÁ LA MÚSICA

     Después de cenar íbamos a dar un paseo cuando nos embargó el sonido de la música. Nos llegó reverberando entre las columnas, los espejos, el murmullo de la gente deambulando por el lobby del hotel.

 

Era una música en vivo y, mientras saboreábamos un par de combinados, tú observabas a las parejas que bailaban. En esa noche de alegría, de despreocupación, de vacaciones. Y me apretabas el brazo, como sé que lo haces cuando estás contenta.

 

La orquesta, quién sabe por qué, me recordó de golpe a la del Titanic. Dentro de no muchos años no quedaría nadie de los que allí estábamos. Dónde iría toda aquella alegría, la complicidad de los cuerpos, las caricias y los besos de todas aquellas parejas, que continuarían, luego, mucho más apasionadas, sin duda, al otro lado de las puertas de las habitaciones. Todo aquel barco se estaba yendo ya a pique, escorándose lentamente hacia el abismo. Los únicos cuerdos debían ser los músicos de la orquesta que tocaban «El último vals» y nunca abandonarían la nave. Estoicos y escépticos, mientras les llegaba el agua a la rodilla.

 

Sí, sólo quedaría la música de aquella noche en el recuerdo submarino de todos nosotros, pasadas unas décadas. En el silencio eterno que sólo recorren los peces.

 

Tal vez porque me viste triste, me apretaste el brazo un poco más: «Venga, vamos a bailar».

Sí, al final sólo quedaría la música de aquella noche. La fragancia de tu cuerpo entre mis brazos. Y el susurro de tu aliento en mi oído: «Sabes que te querré eternamente».

 

Entonces me pareció que el músico del violín sonreía. Yo ya lo había visto antes. Aunque dónde, cuándo.

 

A veces, pienso que ya he estado en los sitios, que todo es una repetición de algo ya vivido. Por eso me acerqué al músico del violín: «¿Qué es todo esto?».

 

Él me sonrió de nuevo y se acercó al micrófono: «Y como despedida, esta balada de Celine Lion: “Mi corazón seguirá”».

 

Sí, al final del final sólo quedará la música.

 

    Y las estrofas que un día llenaron nuestro pecho bailarán entonces en las ondas que producen los peces: «El amor puede tocarnos una vez. Y durar toda una vida. Pase lo que pase, mi corazón seguirá…»


      A veces, no sabes por qué, ves a tu pareja, o te ven a ti, llorar de una forma extraña. En una noche llena de alegría, de despreocupación. De vacaciones.



Para: Envejecer/Regreso al Sauce Curvo.
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FOTO: el otro día tuve que ir a Sepúlveda por unos temas de Hacienda, precisamente. ¡Cómo no recordar cuando escribía cerca de allí las escenas cumbre de mi novela EL DÍA QUE FUIMOS DIOSES! Otro motivo para alegrarme el día.

miércoles, 14 de febrero de 2024

A LA CHICA DEL GORRITO AZUL

 

A la chica del gorrito azul

 

Nada para mí es más importante que

Andar contigo el camino de la vida

Tú me llenas de sangre el corazón

Ignorando lo empinado de la cima

 

Tú me enseñas el color del cielo

ilusionas el paso de mis días

 

Aunque haya penas, nubes negras

                                  ¡qué más da!

Marchamos muy juntos por la vía

Ola a ola, mar tras mar,

                              ¡no me importa!   

 

                                                                              Si tú,

mi chica del gorrito azul ,            

                                                   ¡me sonríes y

                                                        me miras!



Con uno de tus últimos gorritos azules.




Contigo hasta el fin del mundo...



Contigo contra viento y marea...

 

...Siempre de tu mano.




Otro año más... ¡Y siempre! 

martes, 13 de febrero de 2024

EL PARQUE DEL AMOR

 




 EL PARQUE DEL AMOR

     Hoy Clara y yo paseamos por un parque cerca de casa, el Parque de Berlín. Sé que todas esas flores que llamean en su pradera, que llenan nuestra vista y nuestra alma de tanta alegría, son solo un reclamo de seducción. Una llamada para encontrar pareja, un ropaje de domingo para atraer al mejor partenaire con el que crear de nuevo vida. Las flores son el maquillaje atractivo de las plantas, como los trinos son las canciones de amor de los pájaros, como la berrea es el grito desesperado de los ciervos para denunciar que no quieren seguir estando solos.

    Solo el amor, la búsqueda de él, mueve el mundola naturaleza, de una manera tan gigantesca. Durante la adolescencia y la primera juventud nada habrá más importante que la búsqueda del amor en el mundo de los chicos y de las chicas que se asoman a él temblorosos y esperanzados.


    Clara y yo volvemos a casa y yo me encierro en mi despacho. Hoy recuerdo ese tránsito, el de la búsqueda del amor en aquellos años de la Transición. Repaso mis heridas y sus cicatrices. Siento el dolor de las que provoqué por inexperiencia, torpeza o propio egoísmo y también recuerdo el dolor de las que sufrí en propia carne de otras personas, tal vez por lo mismo.


      Todas aquellas chicas hoy tienen un hueco en mi corazón y en mi memoria: Consuelito, Mabel, Rosa María, Martuqui, Lina, Ainhoa, Clara… Fueron eslabones necesarios en la cadena de la vida. Estaciones de paso de aquel tren que nos conducía, veloz e ilusionado, hacia ese destino soñado de aquel amor total, de aquel amor definitivo que buscábamos para compartir vida y crear también vida.


     Solo por este recorrido de recuerdos del amor por mi mente merecería la pena vivir. Doy gracias a Dios hoy, porque mi memoria me traiga de nuevo el perfume del amor. ¡Qué sería de la vida sin él!


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