domingo, 27 de octubre de 2013

UN DIA EN CASA (I)






UN DIA EN CASA (I)

A veces se conjuran los astros. Las mareas y la luna.  Las hojas del calendario. Qué se yo.  Y lo que no estaba  previsto ocurre. De repente. Sin haberlo planificado.
Pero es verdad. Por fin un día en casa. Solo. Sin nada que hacer. Y las llamadas sonando en otro sitio. Porque lo que es el móvil, hoy ni lo abro. Hoy voy a vaguear sin límites.  A perder el tiempo. Como cuando era joven y tenía todo el tiempo por delante.  Porque hoy siento que eso es  ser joven, sobre todo eso…

Eso de levantarte a las tantas tiene su gracia. Aprendes a sentir el tacto cálido, pero también  fresco y suave y hasta cariñoso de las sábanas. Hoy sientes que no hay amigo mejor que tus sábanas, fieles y calladas, en las que no reparabas desde hace ni sabes cuánto. Hoy no quieres ni oír hablar de competitividad, ni de productividad ni, por supuesto, de maldad. Hoy solo te dejas arrullar por esos seres aterciopelados, que se amoldan a ti como ninguno. Bondadosos, entregados y cálidos . Y hasta con un punto de inocencia a pesar de los secretos que guardan.

Así que te estiras como nunca. Y te abrazas a tu almohada, como a la mejor amiga del mundo. Mientras vagamente vuelves a pensar en tus sueños. Esos que tienes aparcados desde no se sabe qué año. Y cuando vuelves a pensar en ellos, de repente vuelves a verlos como posibles, en tanto que, en una armonía deliciosa, pareces sentirte el hombre más feliz del universo.  Que se pare el mundo, que yo me bajo aquí.



Y te bajas de la cama. Pero solo pensando en ese pedazo de desayuno que te vas a meter.  Además hoy hace sol y te darás el capricho de hacerlo en la terraza. Así que coges cinco naranjas, cinco, y te preparas un zumo lento e intenso, orgásmico, mientras las tostadas crepitan en el tostador, dorándose como a ti te gustan.

Efectivamente no hay nada mejor que observar, desde la terraza, cómo la gente se afana en mil cosas, yendo de aquí para allá, caminando como posesos, nadie sabe a dónde y por qué. Aunque tú lo sabes muy bien.  Y cierras los ojos y te dejas bañar por este sol de otoño, sintiéndote un afortunado de los dioses, que hoy te han dado un momento de respiro. Y de lucidez.  Porque eres capaz de sentir el aliento del tiempo. El que está fuera de nuestra mente atormentada. Y angustiada. Y llena de estrés.

Y te sientes capaz, después de mucho tiempo, de entender la dulce muerte de las petunias, que te miran llenas de tristeza en su parterre. Despidiéndose hasta la próxima primavera.  Y de ver cómo tu loro se adormece tranquilo. Al verte pleno de felicidad. Mientras el tiempo parece que no pasa. Que se alarga hasta el infinito. Como aquellos años  que nunca se acababan. Y sentías entonces que podías perder el tiempo, porque todavía tenías tanto…




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sábado, 19 de octubre de 2013

OCTUBRE, OCTUBRE...


OCTUBRE, OCTUBRE…

Vuelves de una pequeña y doméstica vendimia, todavía con las manos llenas de savia. Y de zumo. Regresas de liquidar la huerta, con los tomates verdes y ateridos ya de frío. Y de soledad. De recolectar las últimas manzanas, ebrias de vida ya y luchando a duras penas con la fuerza de la gravedad.
Hay algunos charcos, recuerdas, donde las avispas, errabundas de horizontes, agonizan doradas por el sol. Y luego, con las plantas arrancadas y amontonadas, para que se sequen, queda un silencio varado de resonancias, de vivencias, de estaciones marchitas que entran en el túnel duro e incierto del invierno.
Y tú te alejas de este cementerio que son los campos en otoño, donde la muerte dulce avanza por las hojas, por las ramas, pintando los paisajes de una música cadenciosa de marrones, de ocres, de amarillos, que son pinceladas que colorean la sinfonía del fin, precisamente. La acuarela de lo que se acaba. El lienzo, donde el dueño del tiempo termina el ciclo de la vida.
Y tú te alejas y escribes desde las Playas del Albir, donde el viento junta a capricho las nubes en figuras regorditas y misteriosas, que nacen y mueren en solo un instante luminoso, lleno de lejanía y de luz.





Y octubre llena la playas de ancianos con su otoño a cuestas y de niños que todavía no han entrado en la rueda del aprender a marchas forzadas. Y tú los miras como extremos del mismo círculo, que es una figura que no tiene extremos precisamente. Como puntos de la circunferencia de la vida que gira y gira. ¿O somos nosotros los que giramos en el eje inmutable del tiempo y sus estaciones?

Y las olas te hablan con un fru-fru de guijarros rodantes, con un zas-zas de avalanchas de agua sobre la arena, que provienen de no se sabe qué latido extraño, que bombea, sin duda, el corazón del reloj del impasible tiempo.

Alargas la mano y coges esa obra de arte, hecha de paciencia y de tiempo. Esa pequeña piedra llena de suavidad, de contornos que son como caricias, de curvas cinceladas por el tiempo. Para que se acompase mejor con la ola, para que ruede mejor. Hasta formar parte perfecta del movimiento único del tiempo.

Son los frutos del otoño. El parto final del tiempo que termina.

Y tú vas huyendo, sin saber, del campo a la playa. Como guijarro rodante , al que el otoño va persiguiendo, cincelándote también, limando tus ángulos. madurándote como a los membrillos que todavía tú no recolectaste. Acoplándote, en definitiva, con el tiempo escaso, pero único, que te ha tocado vivir.

Octubre, octubre…


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http://www.youtube.com/watch?v=xbq9O0uD2jI

miércoles, 2 de octubre de 2013

SANGRE DE LA ULTIMA HERIDA




Aquí estoy tras mi largo viaje,
desarmado, solo
y ligero de equipaje.

Nada me diste
sino un montón de dudas
y nada te entrego
un corazón a oscuras

Llevé el amor por bandera
Viví como un hombre
bajo la luna llena

Nada me diste
y nada te entrego
Dejé mi sangre
 por el sendero

¿Habrá alguien que recuerde mi nombre
cuándo yo no esté?
¿Acunará la lluvia la melodía de mis versos en alguna perdida escuela
 cuando ya me haya ido?

 Me entrego aquí
 con lo que soy y
 con lo que pude haber sido  
Dios mío, no sé si te amé,  
pero le cogí cariño
 a todas las flores del camino...


Más allá de las adelfas
 hay un lugar para el sueño.
 Dame tu mano y entremos
 cierra la puerta
 y enciende el leño...

Más allá de las adelfas
hay un lugar de recreo.  
¿Te acuerdas que ya estuvimos? 
 jugábamos al veo, veo…