jueves, 2 de octubre de 2025

OCTUBRE, OCTUBRE...

 

Estos días están siendo muy intensos. Con muchas cosas que hacer. Y, además, me tuve que recuperar de un regalito que me hizo Vlad III de Valaquia, más conocido como el Conde Drácula. Atando cabos, el Covid que me traje de Rumanía calculo que lo cogí visitando su castillo, el Castillo de Bran. Y, claro, se lo pasé a mi mujer, y a mi hija, en fin, la de Dios. 

Pero, ya estamos todos sanos y salvos y, casi contentos: ya estamos inmunizados para todo el invierno que, seguro, vendrá más fuerte, este ha sido manejable: un día muy fuerte de subida y luego tres de bajada muy llevables.

Yo, como loco, avanzando a uña de caballo con mi novela. He logrado ponerle el lazo. Ya se la he enviado a mi media docena de lectores de confianza, este año más a mujeres que a hombres, porque es una novela protagonizada por ellas y, en cierto modo, para ellas. El feed-back que estoy recibiendo es muy, muy alentador.

Así que acabo de remitírsela a mi agente literario. Yo con mi agente tengo el siguiente trato: o una editorial muy importante apuesta por el libro, cuando digo apuesta es no solo publicarlo, sino apoyarlo a muerte, o, si no, prefiero publicarlo yo, que me hace mucha ilusión elegir las portadas, el marketing y todo lo demás.

Una vez, con El donante, me dijo una editorial grande que me lo publicaba pero que tenía que quitar a mi mujer de coautora, dado que ella no tenía background literario. Les mandé a freír espárragos, claro. Yo soy un escritor vocacional, no mercadeo con mis obras. 

En fin, ya me dirá mi agente, por lo menos me evita lidiar con ellas. Pero, con lo lentas que son, lo mismo me canso un día y doy a luz a mi criatura, que es lo que me apetece. Pero, por una vez, voy a hacer caso a mis hijos, que tienen ganas de verme como un escritor de renombre. ¡Ya veremos!

Llegamos a octubre. Uno tiene ya una obra tan larga que siempre encuentra algo que ya ha escrito para la ocasión. Ahí va:

OCTUBRE, OCTUBRE...

Vuelves de una pequeña y doméstica vendimia, todavía con las manos llenas de savia. Y de zumo. Regresas de liquidar la huerta, con los tomates verdes y ateridos ya de frío. Y de soledad. De recolectar las últimas manzanas, ebrias de vida ya y luchando a duras penas con la fuerza de la gravedad.


Hay algunos charcos, recuerdas, donde las avispas, errabundas de horizontes, agonizan doradas por el sol. Y luego, con las plantas arrancadas y amontonadas, para que se sequen, queda un silencio varado de resonancias, de vivencias, de estaciones marchitas que entran en el túnel duro e incierto del invierno.


Y tú te alejas de este cementerio que son los campos en otoño, donde la muerte dulce avanza por las hojas, por las ramas, pintando los paisajes de una música cadenciosa de marrones, de ocres, de amarillos, que son pinceladas que colorean la sinfonía del fin, precisamente. La acuarela de lo que se acaba. El lienzo, donde el dueño del tiempo termina el ciclo de la vida.


Y tú te alejas y escribes desde las Playas del Albir, donde el viento junta a capricho las nubes en figuras regorditas y misteriosas, que nacen y mueren en solo un instante luminoso, lleno de lejanía y de luz.




Y octubre llena la playas de ancianos con su otoño a cuestas y de niños que todavía no han entrado en la rueda del aprender a marchas forzadas. Y tú los miras como extremos del mismo círculo, que es una figura que no tiene extremos precisamente. Como puntos de la circunferencia de la vida que gira y gira. ¿O somos nosotros los que giramos en el eje inmutable del tiempo y sus estaciones?

Y las olas te hablan con un fru-fru de guijarros rodantes, con un zas-zas de avalanchas de agua sobre la arena, que provienen de no se sabe qué latido extraño, que bombea, sin duda, el corazón del reloj del impasible tiempo.

Alargas la mano y coges esa obra de arte, hecha de paciencia y de tiempo. Esa pequeña piedra llena de suavidad, de contornos que son como caricias, de curvas cinceladas por el tiempo. Para que se acompase mejor con la ola, para que ruede mejor. Hasta formar parte perfecta del movimiento único del tiempo.

Son los frutos del otoño. El parto final del tiempo que termina.

Y tú vas huyendo, sin saber, del campo a la playa. Como guijarro rodante, al que el otoño va persiguiendo, cincelándote también, limando tus ángulos. madurándote como a los membrillos que todavía tú no recolectaste. Acoplándote, en definitiva, con el tiempo escaso, pero único, que te ha tocado vivir.

Octubre, octubre…