domingo, 8 de julio de 2012

VACACIONES




Me marcho de vacaciones. Me dedicaré a leer, a escribir y a recargar las pilas. Echaré de menos estos contactos virtuales con amigos que, en muchos casos, considero de verdad. Pero, de vez en cuando, es bueno, creo yo, desconectar de todo, o de casi todo. Así que por un tiempo estaré "fuera de cobertura"
Seguro que a la vuelta os encuentre a todos frescos y lozanos y con ganas renovadas de arrancar el nuevo curso. Eso espero, y deseo.
Os dejo, abajo, un texto que habla un poco de todo esto.
Un fuerte abrazo.


" EL CORAZON Y EL TIEMPO"

El tiempo trabaja en la mente y en el corazón de los hombres. Parece que no pasa nada, pero sí pasa. Ese silencio cotidiano que se rompe cada día con el roce fugaz de la hoja del calendario que se pasa. Una y otra vez, uno y otro día. El peine que recoge, cada mañana, unos cuantos cabellos que ya no nacerán. Les ha llegado su tiempo. Como a esa arruga, a esa ojera que aparece tras una noche de sueños revueltos, o de amor apasionado, y ya no se vuelve a alisar nunca más. También le llegó su tiempo.
—¿Qué arrugas cría el corazón?, ¿qué grietas se abren en la ilusión de cada día? —se pregunta a continuación Jacinto Jiménez en su cuaderno.
El hombre lucha contra el tiempo, el duro paso del tiempo, a lo mejor no sabe lo que es el tiempo y por eso se desgasta tanto luchando contra él.
A veces el tiempo engaña a las hormigas. Se muestra inmóvil, estancado y hasta congelado. Entonces a los hombres les entra el aburrimiento, parecen no pasar las horas, ni los minutos, ni aun los segundos y, tras el aburrimiento, viene la angustia. Algo hay que hacer para romper ese paroxismo que les invade, para volver al movimiento.
Es el momento de los viajes, cuanto más lejos mejor. ¿Qué tiempo tendremos allí?, ¿habrá que cambiar la hora?, ¡vamos a hacer las maletas! Se abren los armarios, se buscan las cosas más insospechadas, las ropas que nunca se usan, los libros que nunca se leyeron y cada cosa que se pone en la maleta es como una pequeña pieza que se le pone al reloj del tiempo que, poco a poco, echa a andar otra vez en sus corazones. A veces para siempre, o para una larga temporada. A veces, sin saber cómo, se va parando de nuevo, el reloj, a medida que se van sacando las cosas de la maleta en el sitio de destino.
Jacinto Jiménez tiene un amigo que se llama Álvaro, Álvaro Artola. Se conocieron hace muchos años cuando ambos eran universitarios. A Álvaro siempre le gustaron los negocios, el mundo internacional, los viajes. Hace algún tiempo que no hablan.
—Dónde estará —se pregunta Jacinto—. Seguro que en algún sitio exótico. O, tal vez, pegándose el lujazo de un crucero.
Él todavía no lo ha hecho. A Cristi le da mucho respeto el mar y sus bamboleos.
—¡Ah! ¡Cruzar los mares a la puesta del sol con una copa en la mano, mientras vas peinando los cabellos rizados de las aguas! Ca- balgar sobre el mar debe ser como domar al potrillo de la vida, manejar con soltura las riendas del tiempo, hasta que te vas acoplando con tu cabalgadura y notas cómo el animal se va refrenando, se va serenando y, al final, solo queda la paz armoniosa del movimiento íntimo, resignado, pero también vital, de la existencia, que es como un juego de olas que acaban desfallecidas en la arena de la playa. Ah, hacer las maletas e irte a navegar, quién pudiera...

FRANCISCO RODRÍGUEZ TEJEDOR/EL DÍA QUE FUIMOS DIOSES/EDITORIAL ALHULIA 2011