sábado, 7 de octubre de 2017

EN LA OSCURIDAD DE LA NOCHE



EL CLAXON: Capítulo IV



     Un lujoso coche se deslizaba suave y silenciosamente por la noche. Sus potentes faros abrían la oscuridad que caía sobre aquel camino de tierra por el que transitaban.
     El Mercedes del hotelero era como un sigiloso barco buscando fondear en la más apartada cala.
     Dentro del coche, don Lorenzo había atraído a Laura junto a sí y pasaba su brazo derecho por los hombros de la muchacha. Iban así, engarzados, con sus cabezas casi juntas, como si pilotaran ambos su destino que se adentraba en la noche.
    Era curioso pero Laura seguía viendo lo que ocurría en el coche como si estuviera fuera de él.  De igual manera que le había ocurrido en el restaurante. Como si mirara al interior a través de una de las ventanillas del vehículo.
     Y desde fuera se veía, en una escena también sin sonido, cómo hablaban, con frases cortas y chispeantes. Cómo se reían. Sí, se susurraban cosas picantes, llenos de complicidad. Luego se besaban en la boca, mientras el Mercedes reducía más y más la marcha, hasta casi pararse.
    Aunque luego la retomaba, de repente, con más velocidad, como si quisiera ya arribar a su destino.
    Y el coche llegó a un mirador natural que se elevaba unos metros sobre el lago del pantano. El restaurante también tenía unas vistas sobre el lago. Pero eran éstas más lejanas, desde el otro lado de un paseo iluminado.
     El Mercedes giró para entrar en el espacio del mirador y apagó las luces de posición. Allí el Mercedes parecía más barco que nunca, casi flotando sobre aquellas aguas dormidas, iluminadas de forma tenue sólo por los rayos de luna.
     Enfrente del coche, abajo y, desde allí, en lontananza, se mostraba el lago del pantano, como una alfombra de grises, de platas y de negros que se fundía con la oscuridad en la distancia, ofreciendo una vista bellísima a la luz de la luna, aunque un poco siniestra también.
    Sí, las aguas del pantano, tenían un doble efecto: ofrecían a quien las miraba, a Laura, aquella belleza llena de perfección, pero también de frialdad y misterio que le impactaba a la muchacha y luego le sobrecogía el alma. Se la llenaba de escalofríos y de difusos temores pero, también, y en contrareacción a esto último, le apetecía permanecer allí, en el refugio cálido del habitáculo del coche, oliendo a piel curtida y a madera de raíz. Y también a aquella colonia varonil que se mezclaba perfectamente con ambas.



     Hacía calor allí dentro. O, tal vez, no era calor exactamente sino  más bien pasión. Pasión al rojo. Un mundo de susurros y jadeos, solo levemente amortiguados por aquella música lenta y machacona, a veces romántica y a veces violenta, con aquellas letras en francés cantadas por aquella voz tan sensual como ebria.
     Laura estaba a horcajadas encima de los muslos de don Lorenzo en el asiento del conductor. Tenía la ropa revuelta, con la blusa desabrochada y la falda enrollándosele por la cintura. La correa del pequeño bolso seguía cruzándole el pecho en bandolera como una prueba de las urgencias de la pasión, cuando embisten de lleno.
     Sí, la pasión los mostraba a los dos jadeantes y moviéndose ya  vertiginosamente. A sacudidas eléctricas y aceleradas.
     La negra melena de Laura estaba absolutamente despeinada y revuelta y le cubría toda su cara. La boca de don Lorenzo también se perdía en ella, buscando quién sabía qué secretos guardados entre su cuello y su oído. O, tal vez, solo le susurraba aquellas extrañas palabras en francés, de aquellas canciones exóticas que Laura no había escuchado antes  jamás.
    En el clímax de aquella fiebre, don Lorenzo levantó sus manos y agarró con ellas el cuello de Laura, como si ya éste fuera su único asidero en aquel vaivén enloquecido. Lo apretaba con todas sus fuerzas, como si quisiera capturar aquel latido de vida que corría por él. Y eso le enloquecía todavía más.
     Porque Laura se revolvía entre sus brazos sintiéndose ahogar.
    De repente, don Lorenzo separó su cara de la de Laura y apretó su garganta contrayendo todos sus músculos, en un esfuerzo descomunal, mientras aparecía una expresión de perturbado en su rostro congestionado y lleno de frunces, pero también desencajado por el placer.
     - Zorra, zorra… que eres una zorra… ¿Te gusta el mirador? ¿Dime, te gusta el mirador…? - musitaba extasiado.
     - Zorra, mi zorra… que eres tú mi zorra… - repetía una y otra vez sin dejar de apretar todo lo que podía.
     Laura  intentó soltar de su cuello las manos de aquel hombre, pero éstas eran  como verdaderas garras sobre su presa. Ella se revolvía sobre los muslos de don Lorenzo buscando desasirse de aquel mortal abrazo. Y ello encorajinaba y excitaba todavía más a don Lorenzo.
     En uno de estos movimientos, el bolso quedó aprisionado entre las nalgas  de Laura y el volante. Era un pequeño bolso en el que la muchacha no llevaba apenas nada, aparte de su teléfono móvil.
     Entonces Laura sintiéndose ahogar, echó sus  manos hacia atrás en un último esfuerzo por encontrar algo con lo que pedir ayuda. Se topó con el volante y a continuación empezo el silenciola muchava so quedaó a pulsar el claxon  con todas sus fuerzas. Como si pudiera gritar con él todo lo que enmudecía su garganta.
     -¡¡Poooo!!! …¡¡¡Pooooo!!!... ¡¡Poo…
    Pero don Lorenzo no se lo permitió por mucho tiempo. Apretó todavía con más fuerza, con toda la que era capaz en aquel momento,  estrujando entre sus manos el casi ya rendido cuello de Laura, mientras se convulsionaba, con una cadena incontenible de estremecimientos, bajo los muslos de la chica.
     - Zorra, zorra… que eres una zorra…
   
     Y se hizo el silencio.
    
     Por fin, don Lorenzo, exhausto, satisfecho, apartó de encima suyo el cuerpo de Laura, con una mueca de desprecio, como si le repugnara ahora su contacto, un contacto tan íntimo,  empujándolo con desdén al asiento del copiloto.
     Allí quedó la muchacha, como un juguete roto, aparentemente muerta o, al menos, sin sentido, con los ojos terriblemente abiertos y una expresión de terror y de incredulidad, o tal vez fuera solo asfixia, en ellos.

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