martes, 23 de mayo de 2023

VIAJE A JORDANIA





Acabo de regresar de este país, pequeño, pobre y joven, como lo definió nuestro guía jordano, un tipo peculiar y entrañable y, sobre todo, cariñoso y servicial, como yo creo que son, en general, sus gentes. Un país desértico como pocos, al que, sin embargo, da su nombre el río Jordán.
Ordenaré, con tiempo, todos mis apuntes, pero así, a vuela pluma, puedo anticipar que no defrauda a sus visitantes. Como digo, la gente es encantadora, despliega un amor a sus turistas como aquella España de los sesenta y setenta, orgullosa de enseñar sus tesoros que no son pocos en Jordania. Máxime, tras dos años de pandemia, donde lo han pasado tremendamente mal.
Es el país acogedor por excelencia de Oriente Medio: con centenares de miles de refugiados palestinos, también sirios e iraquíes, con todos ellos hace frontera. Tal vez por ello lo he encontrado un país tolerante que lucha por actualizar sus tradiciones: muchas chicas conduciendo con desparpajo por sus calles, pocos velos y una hacendosidad que se percibe por doquier.
Por historia, por arte, por monumentos, por paisajes, su riqueza es extraordinaria. El turista regresa con la mente inundada de tradición, de exotismo, de antigüedad y de ese perfume íntimo que solo lo da lo auténtico.
Gerasa te lleva al esplendor de la gran civilización romana, Betania a los recodos del Jordán, ya solo un riachuelo, poco mayor que el Manzanares, donde Juan el Bautista bautizó a Jesús y donde mucha gente se bautiza hoy en día sumergiéndose en él como si de un pequeño Ganges se tratara. El Mar Muerto, con el Jordán moribundo, muere cada día un poco más. Ya está a cuatrocientos metros bajo el nivel del mar, encogiéndose cada día que pasa. Nosotros nos dimos sus barros y sus pócimas buscando la eterna juventud, que también se nos muere, mientras sus aguas, calmas como pocas, nos miraban con tanto cariño como escepticismo.
Petra es un fogonazo abrasador y luminoso del que no te recuperas. Caminas por su desfiladero con el alma encogida de misterio. Estremeciéndote por si los nabateos salen de nuevo de sus tumbas y te expulsan a flechazos de su valle, como debieron hacer miles de veces con quienes osaban invadirlo. La Puerta de los Tesoros te espera, como faro capital de la Ciudad Rosa.
Los beduinos fundaron Jordania, ya solo quedan unos diecisiete mil, según nos dicen. Sus jaimas se ven, dispersas, por los paisajes rocosos y arenosos que rodean al Desierto Rojo. El que dicen es el más bello del mundo: el Wadi Rum. Ahora conducen veloces 4x4, donde los turistas nos subimos y juegan con nosotros en una carrera alocada donde el viento y las dunas nos hacen niños de nuevo como si de un parque de atracciones se tratara.
Un tren desvencijado y desconchado apenas se mantiene sobre una vía vetusta. Son algunos vagones del Hiyaz, aquella vía férrea que pretendía unir el Gran Damasco con La Meca y que fue abortada por Laurence de Arabia y por los propios beduinos que no digieren bien que nadie cruce sus desiertos. De repente, el tren se pone en marcha echando un humo negro y denso, como los del Far West. Los beduinos se acercan en camellos y rememoran cómo lo atacaban hace décadas. El tren ya no cruza el desierto, es verdad, pero las jaimas de lujo para turistas ricos que desean dormir con las limpias estrellas sobre sus cabezas empiezan a inundar el paisaje. Las placas fotovoltaicas y los molinillos de viento acechan también por los alrededores.
Sí, Jordania es un país joven, pequeño y pobre. Y para progresar tiene que vender un poco de su alma al diablo. Como todos.
A mí me gusta este país. Le faltan muchas cosas. Pero en él me doy más cuenta de aquellas que nos sobran a nosotros. Tiene la alegría en sus niños, que nos rodean con toda la curiosidad del mundo, que ya no logramos recordar nosotros, cargados de tantos souvenirs y de todas las obligaciones que nos esperan, acechantes, a la vuelta.


ALGUNAS FOTOS:





En la Puerta de los Tesoros de Petra.




En el castillo de Shobak. Con unos niños beduinos, que acampaban junto con sus padres y otros seis hermanos en su jaima, en los alrededores del castillo, amables pero enhiestos y orgullosos, con un pelo y unas pestañas tan negras como nunca he visto.






Mi chica en el desierto de WADI RUM y junto al tren de la antigua vía del HIYAZ.