jueves, 4 de septiembre de 2025

ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

 




ÚLTIMO VIAJE A LONDRES: ESOS HIJOS DE LA GRAN BRETAÑA.

        Yo al Reino Unido he viajado mucho. Probablemente, al país que más. Estuve, de joven, dos veranos en Oxford y Canterbury estudiando inglés y otro verano hice un viaje inenarrable por todo el país, un tour solo para jóvenes internacionales con nuestra mochila y nuestra tienda de campaña, algo loco, rebelde y libertario.
        Después, por motivos profesionales, he viajado muchas veces a la capital, inclusive tuve durante algunos años un pequeño equipo que me reportaba en la sucursal que mi empresa tenía allí. Es un país al que le tengo mucho cariño, inclusive a los ingleses, esos fieros leones de antaño que solo son, ahora, apenas unos domésticos gatitos.
      Hacía quince años que no iba a Londres y, tal vez por ello, me ha impactado su decadencia sobremanera. Que es la decadencia de toda Europa, ¡y la nuestra!, vamos todos en el mismo barco que ellos.Ya en Londres solo es valioso lo que fue, esa gran capital del último imperio europeo. Desde entonces, no se ha hecho nada, se nota la falta de inversión en el metro, en los aeropuertos, inclusive en el mítico Heathrow que ahora está muy detrás del de Barajas. Y, sobre todo, no han invertido en ellos mismos. Londres hoy parece Islamabad, o Nueva Delhi, apenas ve uno aquellos mozos rubios y altos, aquellos hijos de la Gran Bretaña.
    Nos recoge un coche en el aeropuerto de Gatwick, que está, efectivamente, a tomar por Gatwick: casi dos horas para llegar a la capital dentro de un tráfico infernal. El chófer es pakistaní, como casi todos allí, mi mujer y mi hija, muy inteligentes, me dejan delante con él. Así que me paso esas dos horas hablando con Yasuf, mientras ellas disfrutan el paisaje. Pero, al final, han sido muy interesantes y productivas.
    Hablamos de la emigración, claro. “Nosotros no queremos venir aquí, estamos mejor en nuestra tierra y con nuestra gente, es muy duro dejar a tus padres y hermanos, aprender un nuevo idioma, nuevas costumbres, ¡saber conllevar este tiempo!”. El tiempo da mucho juego en las conversaciones, así que le pregunto: “¿Y cómo definirías el tiempo inglés?”. Yasuf se rasca la perilla y me habla: “A lo mejor ya lo han dicho otros, pero a mí me recuerda el carácter de las mujeres, aquí pasamos del sol a las nubes como ellas pasan de la alegría al enfado, en fin, hay que surfearlo”.
    Volvemos al tema de la emigración: “Venimos porque nos necesitan. Es mentira que quieran ayudarnos, si quisieran hacerlo de verdad nos ayudarían en nuestro propio país. Todo son facilidades para venir, porque sin nosotros este país se iba a la mierda”. No le digo nada, pero me acuerdo de nuestra España, donde si no vienen cada año 500.000 emigrantes se va también a la ídem. Así que Yasuf continúa: “Esta relación de dependencia máxima que tienen con nosotros, acabará en una relación tóxica, como todas de las de esta naturaleza, acabaremos controlando este país y dominando a su gente, que serán nuestros subordinados, y su cultura desaparecerá. Ya se están dando cuenta de la situación, de ahí esos movimientos políticos contra la emigración. Pero el problema no somos nosotros, sino vosotros, que no podéis dejar de ser dependientes nuestros”.
    Me sorprende la perspicacia de Yasuf, que es capaz de ver el fondo del asunto entre las neblinas que tejen nuestros políticos, a los que solo les preocupa el tiempo que falta hasta las próximas elecciones. Y el fondo del asunto es un tema de estado que requiere un tiempo largo de gestación, pero, como digo, no hay políticos de largo plazo sino solo del titular del periódico de mañana.
    Todos los que hemos viajado mucho, lo tenemos muy claro. Europa es un barco que se hunde desde hace muchos años, solo es valioso lo que fue, como en Londres: esos monumentos y antigüedades de nuestros tiempos de gloria de las que ahora disfrutan, pagando, claro, (es de lo que nosotros vivimos), todos los turistas que nos visitan y que son los que ahora pitan, lideran, en este mundo nuevo.
    A los imperios no los derriban, se desmoronan ellos solos: Europa no apuesta ni por sus hijos, ni por su cultura. Los traemos ambos de fuera y dentro de no mucho, ya no seremos capaces ni de reconocernos.
    Y los emigrantes no tienen ninguna culpa, ojo. La tienen nuestra desidia, abulia, falta de ilusión, ensimismamiento, falta de amor al trabajo y al esfuerzo y un proyecto ilusionante y compartido.
    Como me decía un amigo al que estimo: llevamos muchos años los europeos, y Occidente en general, viviendo del cuento, trabajando poco y, lo que es peor, pareciéndonos todavía mucho. E inventando señuelos, que engañan momentáneamente, para seguir manteniendo esta ficción
    Sí, hace unos años descubrimos el señuelo de la globalización que, entre otras cosas, significa: en vez de producir, de trabajar nosotros, que lo hagan otros países, como China, India, etc., donde hay unos salarios de mierda, luego nosotros se los compramos a precio de la ídem y así podemos consumir mucho más sin trabajar.
    Vino el Covid, se cerraron las fronteras y nos dimos cuenta de que nosotros no producíamos nada, ni siquiera mascarillas: solo éramos unos gigantes con pies de barro.
    Pero, hemos descubierto otro señuelo: si la globalización es peligrosa, traigamos esos trabajadores con salarios de mierda a nuestro propio país, para hacer trabajos de la ídem que nosotros no queremos. Otra forma de vivir a costa de otros. Pero, claro, todo tiene un coste: menor cohesión social, problemas de integración, incógnitas sobre el futuro. Por lo que ya estamos pensando en lo siguiente: emigración, sí, pero, no descontrolada, quiere decirse que ahora deberá estar totalmente subordinada a nuestros intereses.
    Nadie parece preocuparse del tema de fondo: esa ilusión individual y colectiva que nos mueva de nuevo a dedicar todas nuestras fuerzas por construir por nosotros mismos un presente y un futuro mejor para nuestros hijos. ¿Quién dijo hijos? Ahí está otro de los grandes problemas.
    Miro lo que me gusta de Londres: esos parques, esas praderas verdes de Hyde Park, de Regents Park que la gente disfruta y ama, ese Parlamento bellísimo donde un día, hace ya mucho, se inventó la democracia, como también se inventó el fútbol y ese idioma que ya es de todos. Y veo también lo que están haciendo ahora y no me gusta: el London Eye, que me parece una horterada de cuidado, tanto como esos especie de bicitaxis chinos al descubierto, con música a todo volumen y colores chillones que ofrecen a los turistas, y que convierten al centro de la capital en una especie de Benidorm. ¡Qué pena! ¡Y lo que nos queda por ver!
    Vuelvo de Londres, donde he pasado unos días soleados y a nivel personal muy felices, con las palabras de Yasuf en mi cabeza, quizás ya estaban antes, y con la pena por esta Europa cada vez más irrelevante en el mundo –Trump, Putin, Xi, nos están sacando los colores todos los días– y, sobre todo, con el dolor por la falta de un liderazgo que nos haga salir de este charco en el que chapoteamos alelados, mientras otros brillan y a nosotros cada vez nos queda menos agua.
Sí, vuelvo de Londres, esa ciudad soñada un día, que fue un faro para mí. Siento por ella, ya no admiración, sino solo ternura. Como por esos hijos de la Gran Bretaña, cada vez más escasos, en los que nos hemos ido convirtiendo todos.


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