INSTANTES
Nunca
olvidarás el momento mágico de cuando descubriste el secreto del tiempo.
Un
hombre dura, ¿cuánto? ¿Treinta, treinta y cinco mil días? Parecen muchos.
Pero, comparados con qué.
Hay
diez mil olas que baten la arena,
cualquier jornada tranquila de vacaciones, en la playa donde vamos. Y millones de estrellas
en el firmamento.
Por
eso, porque no son muchos, siempre y,
últimamente más, ha habido este ansia de exprimir el tiempo.
De
sacarle su jugo. De exprimirlo como a
una naranja. Hasta que no quede ni una gota. Eso es vivir. Eso es vivir bien, parecen decir.
Pero
tú recuerdas aquel día. Aquel día mágico. Donde descubriste la unidad del
tiempo.
El
instante es como una foto, el fotograma, en una película.
Y a
eso dedicas tu atención, tu empeño. Un buen encuadre, una buena luz. Sin que te
tiemble el pulso. Sin que te agobien las prisas.
Nadie
sabe hasta cuando durará su película. Y no se trata de meter en ella, por eso,
mucho de todo: muchas aventuras, muchas amantes, muchos países, muchos
amigos….muchas secuencias. Al final eso solo es posible como en las películas antiguas del cine mudo, y en las actuales y malas, yendo a trompicones y gastando poco
metraje. Para que dure más.
Tú
descubriste, por el contrario, que lo que
te gusta es la cámara lenta que, a pesar de su engañoso nombre, supone aumentar la “velocidad “, quiere
decirse, la “intensidad” del momento.
Aumentar, en definitiva, el
número de fotogramas por momento, y no
la cantidad de momentos.
Y
sientes el pálpito de la vida, así,
mucho más. Porque ver nacer a un
niño o morir a un hombre, lleva su tiempo.
Como observar a una mujer bella. Lo descubriste aquel día.
Hoy
el mundo, la gente, está en otra cosa. Llenan su mochila, su disco duro, de muchos flashes, de muchos impactos, de
muchas noticias. Que, al final, no conforman nada: solo un vertiginoso y
aburrido remolino. Te diste cuenta cuanto tuviste un hijo.
Todo un año para aprender a andar. Toda una
vida para aprender a caminar.