De
repente: una mañana. Tal vez ha sido por
el tradicional cambio de hora. O, quién sabe por qué. Descorres el
visillo que inaugura el mundo y un
torrente de luz alumbra, por primera vez, esas cavernas interiores en las que
has hibernado en los últimos meses.
Te
preparas un café y sales a la terraza. Hay un colegio en frente y un griterío
de niños reviste de una alegría inocente, extraña, imparable a los rayos de sol, que te parecen
más brillantes que nunca. Dos brochazos de una blancura reluciente, desafiadora,
llena de íntimo orgullo, parecen salirse del cuadro e inundan tu retina.
Son esa pareja de almendros, que exhiben sus galas de fiesta que dormían en el
armario. ateridas de frío y que, hoy,
visten de organza, y de espuma, esa esquina del jardín.
Hay
dos adolescentes que se besan al sol apoyados en la verja con los ojos
cerrados. Y algo en ti, también se emociona y te conmueve: Será el milagro de
la primavera. Será ese pálpito que todavía late abriéndose paso, un año más,
entre tanta frustración y desesperanza.
Será esa savia nueva o, al menos, renovada, que cura las heridas del
cansancio, y de la desazón. Será esa
nueva oportunidad que nos da la vida de
participar en ese coro que llena de estruendo, y de color, la naturaleza , que nos rodea.
Un
pajarillo se posa por un momento en la balaustrada y nuestras miradas se cruzan
fugazmente. Luego, lleno de vivacidad,
de gracia, de hermosura, en un escorzo velocísimo se lanza al espacio y me
invita, o eso creo yo, a que me deje caer también al vacío, sin frenos y sin
paracaídas, para columpiarnos los dos en ese rayo de sol que cruza el aire esta
mañana y la llena de la pureza de cuando éramos niños.
Francisco Rodríguez
Tejedor/www.eldiaquefuimosdioses.blogspot.com
https://www.youtube.com/watch?v=pMT1cCD5EHs (Más de 500 visitas en you tube)