miércoles, 25 de junio de 2014

VERANO




No sé lo que tienen las estaciones. Esa compartimentación del año que, en España, tenemos la suerte de que se muestre tan acusada.  Que invitan a parar, levantar la cabeza,  y hacer un alto. Antes de seguir pedaleando, claro. Que eso es la vida: un verdadero tour de estaciones. De vivencias, quiere uno decir.

Llega el verano, y uno no sabe por qué, pero lo siente, que es la manera más intuitiva y rápida de saber: ha llegado la época, el momento de disfrutar. Y de descansar, claro.

Porque los años, los estudiantes lo saben bien, no terminan en diciembre, sino en julio. Dicen que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso y se les empezó a aplicar la fórmula: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, empezaron los años que ahora nosotros conocemos.

Y uno se arrastra como puede, hasta llegar a las empinadas cuestas de junio, suspirando por llegar a la cima. Desde la cual comenzará un periodo lánguido de dulce descenso. Mientras el sol dora tus contornos y la brisa te acaricia con su música  reconfortadora.

Probablemente viajes a otro sitio. Donde la memoria no te recuerde tu encadenamiento a la maquinaria de la producción y de la supervivencia, encima ahora, para más inri, tan selectiva. A algún otro sitio que te permita volar de nuevo, elevarte sobre tu cutre realidad. Soñar con muchachas medio desnudas que nadan parsimoniosamente en calas doradas por el sol. Recargar las pilas de tu ilusión, de tus nuevos proyectos. Pero sin estresarte, sobre todo sin estresarte.



Porque el verano es época  de lamerse las heridas. De vivir, por una vez al año,  con ese hedonismo reparador y dulcificador de la existencia.  Es época de sentir. De despertar los sentidos, tan atrofiados durante el resto del año,  y descubrirse uno con todas sus potencialidades. Pero no para trabajar, ni para uncirse a ningún yugo. Sino para saborear lo bueno de estar vivo: El disfrute de la naturaleza, de la gente que te rodea, de tus sentidos que son la ventana que te comunica con el mundo. Pero, sobre todo, contigo mismo.

¡Bendito verano y benditas vacaciones! Que llegan, puntualmente, una vez más. Aunque sea con más cicatrices y con menos euros en la cuenta. Qué más da. Eso quedará para septiembre.

Ahora es el momento de disfrutar. De vaguear. De descubrir que alguna vez fuimos dioses. Como antes de que existieran las estaciones. Como antes de aquel terrible: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.  Como cuando todo el año era solo un largo, larguísimo e  interminable verano.

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