domingo, 2 de abril de 2017

UNA LARGA Y CÁLIDA NOCHE EN BANGKOK




La noche de Bangkok es una noche alegre, es una noche cálida y húmeda. Fernando, ya en la calle, pasea la noche de Bangkok con Thea y Rea de su cintura. En algún momento se para y besa en la boca a Thea, luego gira su cabeza y se encuentra con los labios envolventes de Rea. Aunque ellas no lo saben, Thea y Rea son dos diosas antiguas, de cuando se creó el mundo. Thea y Rea eran dos hermanas hijas de Gea, la tierra y de Urano, el cielo, de donde nacieron todos los dioses. Fernando camina abrazado a sus diosas y se siente como un semental divino. A veces se tropiezan en la acera con un indigente tirado en un rincón, o con un par de niños medio desnudos, dormidos con su carita mirando hacia la Luna, entonces Fernando es cuando besa a Thea o a Rea y acelera el paso.
La calle está llena de discotecas y también de antros infames, donde unas jovencitas echan bolas por la vagina mientras los turistas les lanzan unos dólares, antros inmundos, con trastiendas donde se compran culos de niños vírgenes de siete, ocho, doce años, para romperlos de un puntazo, mientras los abrazan contra el suelo, los sujetan con fuertes manos embutidas en guantes de látex, para no contaminarse, mientras el aire mudo se va cargando de tanta indignidad y vergüenza.
Fernando se entristece levemente, acaba de dar veinte dólares a una madre harapienta con un niño de pecho en brazos y otros dos dormidos en el triste suelo, quiere seguir estando loco, loco, loco.
     Están cruzando sobre un pequeño puente, abajo las aguas silenciosas son testigos del paso lento de la noche. Se abrazan los tres en el centro del puente y Fernando se siente niño de golpe, se baja la cremallera y orina alto y fuerte sobre el pequeño canal. Al final todas las aguas son una y más pronto que tarde se juntan. Thea y Rea se aculan, se bajan sus diminutas bragas y sacando sus traseros blancos entre los barrotes se unen a la fiesta. Está bien escupir al cielo por un momento, olvidarse de las miserias, de las podredumbres, de las limitaciones que aherrojan al hombre. El hombre, que debió ser dios un día, vive ahora desterrado, encadenado a su reloj que marca sin descanso el tictac que le acerca a la muerte. A veces la mejor forma de olvidarse de la muerte, o de las imperfecciones y sufrimientos de este valle de lágrimas, es hacerle un corte de mangas a las leyes implacables que nos sujetan, que nos ahorman y que acabarán llevándonos al matadero.

Yo quiero volverme loco, loco, loco / niña cuando tú me miras me enloqueces / me enloqueces cuando bailas / me enloqueces con tu cuerpo / que es como un pozo sin fondo donde yo me hundo / me hundo hasta el final/ hasta volverme loco, loco, loco.
—¡Chicas, tengo una cama, ancha, de matrimonio, quiero decir para tres!
Luego cruzan riendo el puente y en la otra calle paran un taxi. Se montan los tres juntos cogidos de la mano y sin volver la cabeza atrás sienten que todavía queda noche, porque la noche es larga y cálida, cálida y húmeda, aquí en Bangkok.

Fragmento de la nueva edición de "El día que fuimos dioses", leer un fragmento mayor gratuitamente en: