jueves, 24 de octubre de 2024

HOLLYWOOD, HOLLYWOOD...

 



      Junto al Teatro Dolby de Hollywood


                Con mi chica. De recién casados, de nuevo. Junto al hotel donde se rodó Pretty Woman, en Beverly Hills, con Richard Gere y Julia Roberts.
  



HOLLYWOOD, HOLLYWOOD…
Una vez me dijo el actor Imanol Arias, mientras rodábamos nuestro cortometraje Victorita, Victorita…, basado en mi novela El día que fuimos dioses, que él protagonizaba:
–Todo en el cine es mentira, excepto lo que es la película en sí, que, a veces, también lo es.
Cuando nos acercábamos a las montañas donde está el famoso cartel de Hollywood, nos dijo Nico, nuestro guía:
–Ese cartel, que se instaló en 1923, no anunciaba los estudios cinematográficos, sino que era el reclamo de venta de una urbanización que se estaba construyendo. De hecho, el primer cartel ponía Hollywoodland.
Yo pasé por alto esta inicial decepción y, cuando terminé de hacer las fotos por la ventanilla del autobús, pensé que no importaba el cartel, sino el alma de Hollywood: el Paseo de la Fama, con sus cientos de estrellas en él.
Resultó que el Hollywood Boulevard está en un barrio cutre, feo y sin gracia. El guía nos dijo:
–Vigilad vuestras carteras, hay muchos “dedos largos” que hacen el agosto, mientras los mitómanos se embelesan con las estrellas de la acera.
Y, era una acera, en verdad. Ni muy ancha ni muy cuidada. Con las estrellas de los famosos sin orden ni concierto. Nada de Paseo de la Fama, sino una acerilla cutre, cubierta con frecuencia por vendedores ambulantes.
Fuimos al famoso Teatro Dolby, donde se entregan los Oscars. Su fachada y entrada no desentonan con la acera: vulgar, y sin chispa ni gracia alguna. Tiene, junto a él, dos grandes estatuas doradas del tío Oscar. Allí me quisieron hacer una foto, que es la que pongo, a pesar de que se me nota mucho la cara de pasmo que tengo.
Yo, lo que deseaba era encontrarme con mi musa. Aquella chica de melena rubia, labios envolventes y sonrisa dulce, que había poblado muchos de mis sueños de chaval en el internado de Sigüenza. Pero, me recorrí la acera y no di con ella, me dijeron que había más de dos mil estrellas, y que en la acera de enfrente también había cielo.
Pero, mi mujer y mis hijos tenían otras urgencias menos platónicas y más prácticas: comer. Y qué mejor que hacerlo en el mítico Hard Rock Café de Hollywood. Así que allí fui, no me quedaba otra, a ponerme en la cola. Se dan mucho postín en él, crean una fila artificial de decenas de personas, pero, cuando entras, ves un montón de mesas vacías. Otra mentira más.
Allí, comes rodeado de carteles de estrellas en las paredes y te hacen una foto de regalo. Bueno, te hacen varias más, que si deseas tienes que pagar a precio de oro. La comida, correcta, sin más.
Yo, ansiaba por volver a la acera y descubrir a mi estrella. Le pregunté a un vigilante que había en la puerta. “¿Monroe? –me contestó– Esa debe ser de las antiguas, ¿no? Pues no tengo ni idea, pregunte por ahí”. Le hubiera dado una patada en semejante sitio.
Recurrí a mi hija, la más experta con el móvil de todos nosotros. “Papá, he encontrado una aplicación, donde pones el nombre de la estrella y te lleva a ella”. La aplicación en cuestión existía, pero aquel día no funcionaba eso de “llevarte a ella”.
Desesperado, el tiempo se nos echaba encima –teníamos que ir a Beverly HIlls (otro día escribiré de él), el otro barrio mítico para el séptimo arte– mi hija encontró por fin una solución manual. Consiguió una foto de la estrella de mi querida Marilyn. Se veía el suelo y un poco del edificio que estaba a su lado.
Empezamos a mirar por los cuatro puntos cardinales y creímos localizar la fachada del inmueble. Estaba lejos. Así que allí nos fuimos los dos corriendo mientras mi mujer y mi hijo buscaban al guía para pedir algo de tiempo.
Por fin, llegamos. Y allí estaba. En el suelo. No había claveles ni rosas sobre ella. Me estaba esperando con la misma sencillez e inocencia que inundaba mis sueños adolescentes.
Sólo por capturar de nuevo aquellos recuerdos, habría merecido la pena esta visita a Hollywood. Sí, Hollywood, Hollywood… Descubrí, que no estaba en Los Ángeles, sino en algún barrio, soleado y limpio, de mi corazón.
Si quieres recordar, hazte con mi última novela: “REGRESO AL SAUCE CURVO”. Lo pasarás bien. En Amazon: https://t.ly/05tJH

En el Paseo de la Fama, junto a la estrella de Marilyn, a la que llegué con la lengua fuera y con el corazón en la mano.


Siempre en mi recuerdo.

PARA EL PROYECTO: LOS VIAJES DE UN ESCRITOR.