sábado, 21 de diciembre de 2024

¡POR FIN NAVIDAD!






¡Muchas felicidades, queridos amigos! ¡Mis mejores deseos para vosotros y vuestras familias en estas fiestas! Un año más, se nos brinda la oportunidad de volver a encontrar la magia de nuestros recuerdos, como decía Dickens.


Yo pasaré unos días junto al mar con mi familia, esperando que las playas de Altea y del Albir me llenen la mente de nuevos horizontes para empezar a tope el Año Nuevo.

Aprovecho la oportunidad también para daros las gracias por la excelente acogida que habéis dado a mi última novela: REGRESO AL SAUCE CURVO.

Besos y abrazos. www.franciscorodrigueztejedor.com

HISTORIA DE NAVIDAD

Le habían encargado hacer aquel año el belén. Era un belén de musgo, verde y suave, de terciopelo, de los de verdad. Lo fue a buscar por las rocas de las veredas, entre regatos y escarcha. Cuando lo tuvo creó con él aquel paisaje de suaves colinas y de ríos con agua cristalina que trajo de la fuente.

Puso las casitas blancas de tejado rojo y, en el prado, los pastores con sus rebaños. Tras una loma venían los tres reyes con su séquito y, en el centro, aquel humilde portal, hecho con cuatro trozos de corteza de pino, y un burro y una vaca de ojos fijos y brillantes, que daban su calor a aquella joven pareja con niño rubio.

Fue inmensamente feliz cuando terminó aquel mundo en miniatura que ocupaba todo el aparador del salón. De premio, sus padres le dejaron, por primera vez, ir a la hoguera gigante de Nochebuena que hacían en la plaza. Nunca olvidaría aquellas vivas llamas que serpenteaban hasta el cielo, ni aquel cálido resplandor.

Tal vez por eso, cuando fue haciéndose mayor, orientó su vida hacia la arquitectura. Construiría nuevos mundos como aquel primero y todos los inviernos podría celebrar renovadamente aquella primera Navidad.

Y así ocurrió, durante muchos años. Primero fueron unos cuantos chalets, luego un pequeño polígono en el barrio y, últimamente, una urbanización entera que se denominaría «La llamarada», en recuerdo de aquella primera que, por mucho que intentaba, no lograba equiparar.

Hoy pasea, aterido de frío, por un esqueleto de andamios y grúas mudas, que rodean a centenares de casas sin terminar. Los jardines, aquellos elegantes parterres vistosos de las maquetas hechos con verde musgo, son un desolado cementerio lleno de escombros, de ladrillos y cascotes por los que deambulan las ratas. Y recorre con su mirada todo aquel mundo que él había diseñado y sólo encuentra deudas, hipotecas sin pagar, ambiciosos y especuladores huidos precipitadamente y un tiempo de efervescencia, de descorche, de burbujas, que se acaba.

Mañana será Navidad y, antes de llegar al coche y cruzar las grandes puertas de entrada enmarcadas con muros de piedra, se detiene junto a ellas y, en la umbría, observa cómo un musgo de un verde intenso, de estreno, se cose a la pared con la ilusión de todos los años.

Para él será la última Navidad, piensa, mientras se agacha y recoge el musgo de las piedras. Está acabado y sin fuerzas para continuar. Ya no habrá jamás navidades como aquella primera, que no ha olvidado, ni olvidará jamás.

Así que cuando llega a su casa hace un belén pequeño con aquellos trozos de musgo y se prepara para pasar con los suyos aquella noche, como si fuera la última de verdad: no habrá tiempo para los recelos, ni las ofensas, ni las preocupaciones, sino sólo para celebrar que están vivos y juntos, que se acuerdan de todo lo que les une y de los que ya no están…

Y, quién sabe por qué, le va creciendo dentro el calor que le sube como una gran llamarada, hasta que se cuelga en sus pupilas el espejo de aquel resplandor, de aquella lejana hoguera de cuando era un niño… Mientras él se repite, una y otra vez, para no olvidarlo nunca jamás, el secreto que acaba de aprender: celebrará siempre su Navidad como si fuera la última, tal vez lo sea. Ese cálido latido, especial y único, que te acerca, por veredas de musgo verde y suave, a aquella primera Navidad.