lunes, 27 de enero de 2025

LOS OJOS DE SASHA

 



Ando estos días muy atareado. Como decía en estas páginas no hace mucho, hay dos tipos de personas: las que no dan un palo al agua y las que han nacido para pencar y pencar. Yo, claramente, soy de las segundas. Y soy feliz así. Siempre con una agenda repleta de cosas.

Ahora estoy revisando toda mi obra. Puliendo algún error mecanográfico. Añadiendo o quitando alguna cosilla. Nada relevante, pero que me exige releer todo lo que he escrito, que ya no es solo mucho, sino muchísimo. Una vez pensé, cuando era más joven, que me gustaría escribir un millón de palabras. Que luego lo dejaría. No he echado la cuenta, pero por ahí debo de andar, y de dejarlo, nada, monada. Hoy he estado releyendo el libro al que quizás yo le tenga más cariño, junto a mi última novela, REGRESO AL SAUCE CURVO, que es, como no podía ser de otra forma, el primero: EL DÍA QUE FUIMOS DIOSES. Todavía me emociono cuando lo leo: buceé en mi interior como nunca lo he hecho. Comentan que un escritor dice todo lo que tenía que decir en su primer libro, y yo, en esto, estoy de acuerdo. Me sigue embargando su estilo intimista y poético, su realismo crudo, a la vez que mágico y romántico. En fin, es como volver uno a su primer amor, ventajas que tiene uno al ir haciéndose viejo.

Y, luego, estoy ayudando a mi hijo que está en la London Business School en todo lo que puedo, aunque ya soy un financiero un tanto desactualizado, pero el que tuvo, retuvo, dice el dicho. Está ahora en un mar de entrevistas con grandes firmas de consultoría para cuando termine su MBA. Puestos muy selectos y competitivos, donde hay que sudar mucho la camiseta y estar entre el percentil de los mejores. Así que en todo lo que me pida, aquí estoy.

Este 2025, presumo un año tranquilo en cine. Casi lo prefiero. Mi nueva novela, muy, muy especial, no la he empezado, vamos, que solo tengo unos cuantos mimbres en mi cabeza. Además, que tengo temas familiares relevantes para esta primavera. Así que busco la mayor tranquilidad posible.

Cada semana voy a ofrecer aquí un relato: "EL RELATO DEL DÍA". Yo, cuando empecé en esto de la literatura era un buen relatista e, inclusive, microrrelatista. No tenía tiempo para más. Me enseñó a concebir historias, a comprimirlas, a ser conciso y original. No se me daba mal: gané varios premios de relato: en BBVA, la foto de arriba, en el diario La Razón y varios otros. Pero, lo que más recuerdo es cuando competía con otros aspirantes a escritores en el blog literario del diario EL PAÍS, "Eskup" o, posteriormente, en el aquel blog que cofundamos una baraja de literatos incipientes: "RELATARIUM". Algunos de estos relatos se publicaron, por ejemplo en "Los mejores 101 momentos de amor", que fue nombrado libro del día por la Biblioteca Nacional del Perú, como creo que ya he dicho y otros permanecen en la clandestinidad. Mi literatura clandestina, merecería algún día salir a la luz. Otra tarea más, que queda para mi agenda futura.

Ahí va este relato del día de hoy:

“De entre todas las alegrías, la más alegre es la alegría de los niños, de los labriegos y de los salvajes; es decir de todos aquellos seres que están más cerca de la Naturaleza que nosotros”
AZORÍN


LOS OJOS DE SASHA


En el cénit de la tormenta el casco del carguero se desgarró contra el arrecife. El muchacho despertó a media mañana, desnudo y varado en la playa. Había sido el único superviviente.

Se vio rodeado de una panda de gorilas jóvenes. La isla estaba llena de gorilas. Y a él le enseñaron a ser uno más. A saltar, a jugar, a correr, a reír, entre los cocoteros. Había una muchacha, él lo diría así, que se llamaba Sasha…

Unos años más tarde vino otro barco y lo recogieron, muy a su pesar, y volvieron a vestirlo con zapatos. Pero, con sus compañeros gorilas llenaron los zoos de medio mundo.

Hoy, con la vida ya vencida, aquel muchacho, que ya es casi un viejo, está en el zoo, de pie, frente a los barrotes de una jaula, donde se encuentra una joven gorila. Y mira a la nieta (¿por qué no?, se dice) de Sasha, que está dentro y que también parece haberse fijado en él.

Sabe que la gente lo llama “el loco de los gorilas”, porque siempre está allí mirando.

Él cuenta a todo el mundo su historia. De cuando era niño y sufrió aquel naufragio. Y era tan feliz. Pero nadie lo cree.

Y llegan a sus espaldas esos comentarios sobre su vida de mayor, entre los humanos, que a él le duelen tanto. Tal vez porque son verdad y ya no tiene tiempo de cambiarlos: “Yo lo conozco, es un desgraciado. Anduvo de correccional en correccional. Y, luego, gastó su vida descargando barcos en el puerto. Se casó con una víbora que lo exprimió y, con el divorcio, lo dejó escurrido. Como un bacalao al sol”.

Entonces, él, cuando los oye, y le arrecia por dentro la tristeza, es cuando mira a Sasha a los ojos.

Y puede ver en ellos el paraíso que, una vez, cuando era un niño y tenía toda la vida por delante, soñó.