domingo, 2 de marzo de 2025

VUELTA AL TAJO

 






   Acabo de llegar. Vuelvo con las pilas cargadas tras unos días contando las olas en Alicante. A mí no hay nada que me desconecte más de los problemas que estar al lado de la inmensidad del mar. Todo parece nimio a su lado.

    Además, allí duermo fenomenal y, todavía renqueante de mi reciente catarrón, me he dejado mimar y cuidar por quien puede y sabe cómo hacerlo.

    Algún día escribiré largo y tendido sobre los cuidados femeninos. Hace unas horas, en el coche, de vuelta, oigo que alguien está protestando porque las mujeres solo representan el 3,8 p.c. de los camioneros de este país. No me extraña este porcentaje tan bajo. Lo suyo es otra cosa. Vamos a ver, tiene que haber igualdad de oportunidades para que todo el mundo pueda acceder a ejercer aquel puesto de trabajo que le gusta y recibir una retribución equitativa. Una vez bien asentado esto, que a veces no lo está y hay que seguir mejorando, hay que dejar que las inercias, o la naturaleza, o las actitudes y aptitudes dibujen la marea que nos arrastra a cada cual.

   El otro día oí a una actriz que, respondiendo a la pregunta de qué pediría al hombre actual, contestó: que sea más amante de los cuidados, que cuide a su pareja, a su familia, como hacemos nosotras. Nada que decir respecto a la primera parte de la respuesta, ahora bien, lo segundo creo que hay que matizarlo. Ese "como hacemos nosotras", a los hombres nos resulta imposible. Mejor dicho sería, que no nos sale de nuestro natural.Quizás como a esta actriz, que no pesará más de cincuenta kilos, le cuesta horrores sacar del coche y arrastrar una pesada maleta, o abrir la puerta de su casa encallada. 

    Todo esto para decir que los cuidados femeninos son admirables. Creo que hay algo de vocación, pero, también, de habilidad, de paciencia. Yo qué sé. Pero, qué seríamos sin ellos.

    Yo, hasta estoy pensando ponerme malo de vez en cuando, para disfrutar de ellos sin límite ni medida.

     ...Bueno, olvidemos ese nirvana, demos merecido descanso a nuestras mujeres y aterricemos en nuestra realidad.

     Y hoy mi realidad es placentera a más no poder. Nuestro hijo nos comunica que ha conseguido ser admitido para hacer el último semestre de su MBA en la prestigiosísima universidad de Wharton. Una de las mejores del mundo y, en finanzas, sin duda la mejor, por delante de Harvard. No es fácil obtener plaza en ella. Tienes que tener un currículum y unas notas académicas a su nivel. Yo, me alegro muchísimo, claro. La última vez que vino por Madrid estaba algo bajo porque no había conseguido otras cosas que también ansiaba, por poco, pero se había quedado fuera. Esto le compensa de todos sus sacrificios. ¡Enhorabuena! Cómo he disfrutado de la nota que hoy cuelga en su Linkedin.

     A pesar de los mensajes de una buena parte del gobierno y de la sociedad española, todavía hay muchos jóvenes que se esfuerzan, que creen en el sacrificio y la meritocracia. Serán los que tiren de nuestra sociedad en los próximos años. Se forjan en un ambiente exigente y competitivo que también les supone superar muchas frustraciones que la sana ambición también produce. Así que yo, muy contento, por estar al lado de jóvenes como ellos.

    Y como la felicidad de esta vida son momentos, para rebajarme los humos, sin duda, mi salud, que últimamente está maltrecha, me envía un dolor agudo y punzante a una articulación de la mano izquierda. Debe ser artrosis, mi madre también la tuvo. Es molesta, desagradable, y me cuesta agarrar bien las cosas con esa mano. Así que lo primero que haré mañana es ir a mi reumatólogo, ya me infiltró una vez, a ver si, con un poco de suerte, me alivia y me olvido de esto por una temporada. Eso debe ser la vejez sin duda, y una forma de transitarla, es tener mala memoria. Olvidarnos que los males a nuestra edad se cronifican y cada vez tienen menos remedio. Yo, en cuanto me alivie el médico, dejaré de pensar en esta y otras goteras que me acechan.

     Vuelto ya a la gran ciudad, me acuerdo de un relato que escribí yo precisamente sobre ella y la manera de vivir a la que nos empuja. Ahí va:


UN HOMBRE EN LA CALLE

Un hombre iba por la calle. Caminando por la acera. Llegó al semáforo, justo cuando se ponía verde para los peatones. Pero él no cruzó.

Lo vieron tocarse el pecho un momento y luego agarrarse a la farola. Hasta que, de repente, cayó de bruces, medio cuerpo en el carril bus y otro medio en la concurrida acera.

Hubo una inicial sorpresa. Como si el mundo de repente se parara.

Los de la acera hicieron un corro rodeándolo un tanto estupefactos, mientras fijaban firmemente sus pies en el suelo, para aguantar las acometidas de los de detrás, que querían saber lo que pasaba.

El autobús frenó unos metros antes de su cuerpo. Y el conductor y los de delante esperaron, ansiosos, que el camino se despejara. Los de detrás, que son lo que más prisa tienen siempre, empezaron a increpar al conductor al momento.

Alguien pensó que estaban rodando una película. O un reality show. Y rápidamente sacó su móvil. E hizo una foto. A los pocos segundos, ya estaba en Twitter y en Facebook. Pero no una vez, decenas. Puesto que todos los espectadores habían hecho lo mismo

Pero no era una película. El actor no se levantaba. Y solo hacía falta verle la media cara que enseñaba, con la boca abierta y los ojos extraviados para intuir que estaba muerto. O medio muerto.

Entonces todos, al unísono, llamaron al 112. Eran tantos que se bloqueó la línea por unos minutos. Por fin, después de pedirles mil detalles, enviaron al Samur.

Mientras tanto, alguien pretendió acercarse. Todos lo miraron como a un loco. Inclusive él mismo retrocedió recordando los líos que tuvo la última vez que socorrió a un motorista tendido en la carretera. Papeleos, juicios y hasta amenazas del propio accidentado, para que no declarara que iba sin casco.

Así que llegó el Samur y nada pudo hacer ya. Tal vez si alguien al menos le hubiera dado la vuelta al hombre, hubiera aguantado respirando unos minutos.

El autobús volvió a arrancar y las gentes de la acera se miraron unos a otros felices. A ellos no les había tocado. Por lo menos, esta vez.








Para olvidarme de la gran ciudad, siempre me queda el alivio de que me esperan estas puestas de sol, echado en mi tumbona de mi cabaña de Alicante. Donde el tiempo no pasa y la prisa se desvanece. Ya empiezo a soñar con ellas de vuelta.

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