UNA MAÑANA DE PRIMAVERA
De repente: una mañana. Tal vez ha sido por el tradicional cambio de hora. O, quién sabe por qué. Descorres el visillo que inaugura el mundo y un torrente de luz alumbra, por primera vez, esas cavernas interiores en las que has hibernado en los últimos meses.
Te preparas un café y sales a la terraza. Hay un colegio en frente y un griterío de niños reviste de una alegría inocente, extraña, imparable a los rayos de sol, que te parecen más brillantes que nunca. Dos brochazos de una blancura reluciente, desafiadora, llena de íntimo orgullo, parecen salirse del cuadro e inundan tu retina. Son esa pareja de almendros, que exhiben sus galas de fiesta que dormían en el armario. ateridas de frío y que, hoy, visten de organza, y de espuma, esa esquina del jardín.
Hay dos adolescentes que se besan al sol apoyados en la verja con los ojos cerrados. Y algo en ti, también se emociona y te conmueve: Será el milagro de la primavera. Será ese pálpito que todavía late abriéndose paso, un año más, entre tanta frustración y desesperanza. Será esa savia nueva o, al menos, renovada, que cura las heridas del cansancio, y de la desazón. Será esa nueva oportunidad que nos da la vida de participar en ese coro que llena de estruendo, y de color, la naturaleza , que nos rodea.
Un pajarillo se posa por un momento en la balaustrada y nuestras miradas se cruzan fugazmente. Luego, lleno de vivacidad, de gracia, de hermosura, en un escorzo velocísimo se lanza al espacio y me invita, o eso creo yo, a que me deje caer también al vacío, sin frenos y sin paracaídas, para columpiarnos los dos en ese rayo de sol que cruza el aire esta mañana y la llena de la pureza de cuando éramos niños.