sábado, 22 de octubre de 2011

LA PERDIDA DE LA INOCENCIA.

La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a reunirte con él, con él, con él…La pérdida de la inocencia es, quizá, lo más duro que nos toca vivir. Cada uno la pierde a su modo. Yo he recorrido, con afecto, el devenir de una chica universitaria argentina de 17, 18 años, pegada a las noticias de un teletipo en Córdoba que le conectaba con la sinceridad, con la verdad de un mundo hostil y convulso. Más o menos por la misma época yo asistía, en Madrid, a los estertores de una dictadura de casi 40 años y visitaba, estupefacto, en el centro de la ciudad, los estragos de las bombas de los que, desde hace un par de días, prometen que no matarán jamás.
Uno nace y crece al otro lado de las altas paredes que han construido sus padres, para que no le llegue el hedor de tanta putrefacción y el estruendo de los gritos, inocentes, de tanta gente desvalida. Cuando toca la hora de salir afuera, no se olvidarán los impactos jamás. Ni las convulsiones e inseguridades internas. Solo le reconforta a uno pensar que él no es culpable de tantas injusticias, de tantos abusos, de tantas imperfecciones.
Hoy miro el pasado y ya no me consuela que yo no estaba allí, porque no es verdad.
El pasado también es mío y tuyo, y de todos los que hemos llevado, a nuestra medida,            
el peso del devenir en nuestros hombros. Construí, como hicieron conmigo, unas altas paredes y observo, ahora, atónito, asustado y, también, ilusionado, cuando mis hijos salen a la calle. Desarmados e inocentes como todos. Y no dejo de preguntarme si se encuentran algo mejor que lo que yo encontré.
También perderán la inocencia. Aunque espero, y deseo, que les quede un reducto de ingenuidad o, tal vez, de esperanza, que viene a ser lo mismo. Como a mí me quedó. Para emocionarse con el recuerdo, con las palabras del tiempo que fue nuestro y de aquel, que aunque no lo fue del todo, conocimos a través del teletipo que nos conectaba a la verdad, a la sinceridad, que está detrás de tanto decorado que no deja ver el escenario, doméstico y entrañable, de una flor que crece, lentamente, al sol, esperando que alguien no se olvide de regarla de vez en cuando.

Escrito como comentario al relato "Teletipo", del libro  "Cafecuento "de Elina Hebe Prado.
www.cafecuento.com