sábado, 31 de agosto de 2024

LITERATURA Y MÚSICA

 

Me he pasado cinco días encerrado con mi novela Regreso al Sauce Curvo. He avanzado mucho. Estoy en los tres capítulos donde se da el desenlace de la historia. Muy emotivos. Llenos de intensidad, de intimidad. A mí me lo parece. Veremos lo que dice el lector.

Me he propuesto darle otro gran empujón esta semana. Si lo logro, he convencido a mi chica para irnos cinco días al Sur. A la linde entre Málaga y Cádiz, que me encanta, frente a Gibraltar. Todos los años necesito ir por allí. Abajo copio mi post sobre la estancia del año pasado, espero que la de este sea tan buena como aquella.

Anoche salí por fin de mi encierro. Y mereció muchísimo la pena. En el teatro Amaya estrenan Ópera y Zarzuela Dreams. La recomiendo muchísimo: Música e imágenes preciosas. Si podéis, no dejar de acercaros a verla.







EL SUR 

El escritor acaba de regresar de uno de los lugares más al sur de España, justo en la frontera entre Málaga y Cádiz, frente a Sotogrande, Gibraltar y África. Se acuerda de la película del maestro Erice, El sur, todo añoranza sobre esta tierra.

Desde hace mucho necesita ir todos los años allá, aunque sea unos días solo.  Recorrer los olivares de Jaén, el misterio de Granada, la luz de Málaga, la gracia de Cádiz... Todos estos lugares han tenido su sitio en su obra, la poesía del maestro sevillano Antonio Machado en El día que fuimos dioses, las callejas de Cádiz en El cazador de la Patagonia, esta frontera gaditano malagueña en ambas novelas...

Madrid tiene una luz bellísima, la luz de Velázquez, pero la de Marbella y Cádiz es inmensa. El escritor sale a la terraza de la que fue su casa de vacaciones un tiempo, ahora la gestiona un hotel, y él puede ir y nutrir su nostalgia en el mismo lugar donde fue más joven y dejarse inundar por los brillos del Estrecho que le llevan a África.

Puede bajar a la playa, una cala casi virgen, de pescadores, la llaman la cala de la Sardina, y pasar el día allí contando las olas y quién sabe si la vida. Respirar el aire y la sal, sentir el estremecimiento del agua, mirar la vida a su alrededor: ese padre, tal vez divorciado, que pasa las vacaciones con su hija de quince años que se le está yendo de las manos y no sabe qué hacer, solo le echa la bronca, esos abuelos rodeados de nietos: "Celia, quién te ha comprado ese bañador tan bonito", "Tú, abuelo",  y los dos abuelos se miran entre sí, orgullosos. Esa pareja británica, él un tiarrón, tal vez de Escocia, ella, una rubia blanca y delicada, tal vez de Oxford, o de Canterbury, en ambas ciudades el escritor aprendió inglés, hace tantos años que ya no quiere recordarlo, que se miran en silencio, son una pareja reciente, todavía no saben cómo administrar esos silencios que el tiempo mete de repente entre los dos, ella saca las cartas y hace un solitario, él tira piedrecitas al agua... ¡El escritor podría escribir una novela entera con lo que está viendo! Comer en el chiringuito, "¡para mí, calamares al espeto!, ¿y para ti, reina?", luego cenar en el pueblo de pescadores, marisco de la tierra, gambas, coquinas... pasear bajo las farolas, mientras los vecinos toman el fresco y los miran pasar. Regresar a casa, aunque sea un apartamento de hotel, y disfrutar de esa compañía de tantos años, cada vez más sedosa, como si el viento del tiempo hubiera suavizado sus aristas, y dejarse llevar por ese murmullo del mar, con su voy y vengo eterno... La felicidad es una cosa simple, llena de cosas sencillas... No sé quién lo dijo..., piensa,  a lo mejor no lo dijo nadie, se le ha ocurrido a él esta noche, mirando el mar nocturno del Estrecho.

Pero, hoy, el escritor ya solo pensaba en regresar. No ha escrito una sola línea estos días, solo vivido, se dice para compensar. Pero su obra le espera. El destino no es mirar el mar eternamente, sino cumplir con su misión. 

Así que llega a su casa de Madrid y, tras ayudar a su mujer con las maletas, acude a su ordenador, como si de un imán magnético se tratara, que le impulsa a sentarse frente a él y continuar con su novela. Pero, antes, no puede evitar dejar grabado el recuerdo de estos días sencillos, y felices, cuyo aroma todavía le ronda en su cabeza. Y en su corazón. 

Con ese almizcle entrañable que da la felicidad, se acuerda de Coldplay, últimamente le viene mucho a la cabeza, y este Hypnotised: https://www.youtube.com/watch?v=WXmTEyq5nXc

Mañana será otro día. Se levantará pronto y arremeterá con su novela que le espera, como la amante posesiva que ha sido postergada por su mayor enemiga, que es la realidad.




IMÁGENES: arriba, ayer, en la cala de la Sardina. Abajo, hoy, antes de salir para Madrid.






lunes, 26 de agosto de 2024

EL PÁLPITO DE LA VIDA

 

     Un médico me dijo una vez: la vida es un latido, con la esperanza de que llegue el siguiente.

     Un latido dura un segundo. Y, si las cosas van bien, obtienes un plazo adicional de otro. Eso es todo.

     Vivimos en el alambre. Aleteamos en un pálpito de vida. Nosotros somos la fragilidad de un instante. La vulnerabilidad de una vida incierta en su duración. Y en su destino final.

     Hace ahora treinta y cinco años, por estas fechas, realizamos aquel viaje inolvidable por Galicia. Llevábamos apenas cuatro meses de casados, y paseábamos nuestro amor, y nuestra dicha, por sus rías azules y por la campiña verde que las acunaba.

    Fue un viaje sin planificar. A la aventura. Cogimos un día nuestro coche, aquel entrañable Seat 131 Supermirafiori granate, que había sido nuestro compañero y confidente durante nuestro noviazgo y aquellos pocos meses de matrimonio, y nos lanzamos a la carretera sin ninguna reserva hotelera ni trazado alguno.

    El plan éramos nosotros. Nos disfrutábamos el uno al otro y nos divertíamos con mil cosas pequeñas, con mil pequeñas locuras. Como esta que recoge este vídeo, al lado de nuestro coche, de nuestro entrañable compañero: https://www.youtube.com/watch?v=0TuDBFnZsaI

    Qué poco sabíamos nosotros que nos iba abandonar en un par de semanas de aquello. Y para siempre.

     A nuestro regreso a Madrid, todavía de vacaciones, decidimos pasar unos días en tu pueblo, que eran las fiestas. Pues bien, nada más bajar el puerto de La Cabrera, en una recta sin peligro alguno, sentí como una pequeña explosión en la parte trasera del coche, y un vaivén repentino y fortísimo del mismo. En aquel tiempo la A-1 era una carretera de dos direcciones. Mi gran preocupación, cuando perdí el control del coche, era irnos al carril de dirección contraria y, para evitar un choque frontal, di un volantazo a mi derecha y nos salimos por la cuneta. Solo recuerdo que extendí mi brazo a tu asiento para protegerte. Todo fue muy rápido. El coche entró en la cuneta, volcó de lado y anduvimos así unos metros, luego debió chocar con algo y acabamos con las ruedas para arriba, tras una vuelta de campana. Solo recuerdo ver el volteo del cielo, como si estuviera dentro de una lavadora. 

    Cuando el coche se detuvo, nos miramos. Nos tocamos. Estábamos vivos. Colgados de nuestros cinturones. Sin ningún rasguño. Dos automóviles que venían detrás nuestro y que lo habían visto todo, se detuvieron y nos ayudaron a salir del auto. Estábamos bien, solo había sido el susto. Aunque terrible. 

    Pero el que estaba destrozado era nuestro coche. Lo dieron siniestro total y lo perdimos para siempre. Aquellos momentos de dicha que nos había dado en Galicia se habían convertido, de repente, en la desgracia más absoluta. Para él y para nosotros, que libramos por poco.

   Había explotado la rueda trasera derecha. Algo que no era frecuente, pero que  ocurría en aquella época en la que los coches todavía llevaban recámara en sus ruedas. Atando cabos, recordamos que sufrimos un pinchazo en Galicia y nos lo arreglaron en un taller de carretera, de aquellos polvos, probablemente estos lodos.

    Qué más da. Podría haber sido cualquier otra cosa. Nuestra vida siempre pende de un hilo. Y de la dicha a la desgracia hay menos recorrido que lo que mide la cabeza de un alfiler. De ese material estamos hechos. Había una novela de éxito de Milan Kundera, cuyo título lo expresaba muy bien: "La insoportable levedad del ser".

     Hace quince años, yo disfrutaba de un trabajo que me gustaba mucho, estábamos en medio de la crisis y a mí me nombraron director de riesgos a nivel mundial de lo que nosotros llamábamos el hospital de los clientes enfermos, solo grandes empresas, aquellas especialmente afectadas que tenían problemas para sobrevivir. Y nosotros para cobrar nuestras deudas, claro. Tenía equipos, aunque pequeños, por todo el mundo y viajaba con mucha frecuencia. Era un trabajo muy interesante. Y, además, mi vocación literaria irrumpió con fuerza. Escribía en los aeropuertos, en los restaurantes, en la calle. Si estaba en Madrid, escribía de doce de la noche a dos de la madrugada, durmiendo cinco horas y media. Y yo, tan contento.Tú, mi mujer, tenías una paciencia conmigo de santa. Así nació "El día que fuimos dioses". 

     Un día me llevaste a hacerme  un chequeo rutinario. Según estaba corriendo en la cinta, el médico me miró fijamente y paró la máquina de golpe. Me dijo, "Francisco, no se mueva, respire con tranquilidad". Acto seguido llamó a una enfermera. "Llevadlo a la sala 8, hay que monitorizarlo hasta que llegue la ambulancia, voy a encargarme".

    Yo no me lo podía creer. "Doctor, explíqueme, tengo muchas cosas que hacer esta tarde". El médico me miró, tremendamente serio: "Olvídese de sus cosas. Está usted que puede morirse en cualquier momento". Yo me quedé pálido. Tú, entonces, le preguntaste: "Pero, qué ocurre, doctor, ¿qué es lo que le pasa?". "Ha dado fibrilación ventricular, el síntoma más frecuente de la muerte súbita. Hay que llevarlo a un hospital".

    Sin apenas darnos tiempo a nada, llegó la ambulancia. Fui monitorizado y, cogido de tu mano, llegamos al Hospital de la Zarzuela. Allí me sedaron y no recuerdo más. Cuando abrí los ojos, me encontré con los tuyos. "Ya ha pasado todo, tranquilo, cielo". "¿Qué me han hecho?" . "Un cateterismo, no tenemos los resultados, pero todo apunta a que ha ido bien". Y así fue. No me vieron nada raro. así que me dieron el alta, bajo promesa solemne de ir a mi cardiólogo.

   Mi cardiólogo de entonces, un tío simpático y bajito,  quizás para compensar escribía con una pluma enorme, me hizo muchas pruebas y análisis, inclusive una resonancia que duró una hora, allí encerrado sí que me vi con peligro de la muerte súbita. Al finalizar, me dijo: "Tranquilo, Francisco. Su corazón es probablemente el más analizado de Madrid. No le encontramos nada raro, así que a seguir, pero cuidándose un poco más, ¿eh?". Sí, aquellos meses de dicha trabajando y escribiendo a placer, tuvieron un reverso inquietante. Todo esto lo saqué yo en mi novela "El astrónomo", el escritor literaturiza todo lo que le ocurre. Sí, vivimos pendientes de un hilo. Y reímos solo hasta que el llanto nos sorprende en cualquier esquina.

    Unos años más tarde me tenían que hacer una operación quirúrgica. Me despediste en los pasillos y entramos en el quirófano, un sitio para mí relajante, porque, todos los que hay allí están en su trabajo cotidiano, exhibiendo una gran normalidad. Me prepararon, vino el anestesista y cerré los ojos.

    Cuando los abrí, me encontré con los tuyos, que luego desviaste a tu lado derecho. Allí estaba la doctora que me había operado. Tenía un rostro serio aunque yo me encontraba perfectamente.

     –¿Qué tal ha ido, doctora? –le pregunté.

     –Pues..., ¡no le hemos hecho nada! Yo ni le he tocado, ¿eh? –dijo como disculpándose.

     Reparé en mí. Efectivamente, no tenía ni vía cogida, ni rastro alguno de la operación en mi cuerpo.

     La doctora, entonces, continuó:

     –Ha tenido una bradicardia..., extrema, quiero decir.

     Como me vio que yo no sabía lo que era, me lo aclaró.

    –Su corazón ha empezado a latir cada vez más despacio... ¡hasta que se ha parado!

    –¿Parado? –solté yo como un resorte.

    –Sí, le hemos tenido que hacer las prácticas de resucitación. Pero el cardiólogo nos ha dicho que ya está perfectamente.

      Acabáramos. Fui a ver a mi cardiólogo de ese hospital: la Clínica Universidad de Navarra.

    –Sí, me llamaron y fui al quirófano. Lo que no entiendo es por qué no continuaron después con la intervención...

    Me lo dijo así, aquel médico al que yo tenía, y tengo,  gran aprecio y respeto. Me lo quedé mirando, atónito:

    –Sí, hay cosas que ocurren. Tal vez ha sido el cambio de pastillas de la tensión que hicimos o, tal vez, la anestesia que te ha sentado mal, tienes un corazón muy sensible a todo. ¡Un corazón de poeta! –concluyó sonriendo.

    Sí, la vida y la muerte son las dos caras de la misma moneda. La moneda de nuestra vida. Programaron la intervención para quince días más tarde. "No pasará nada –me dijo el cardiólogo–. Yo estaré allí".

    Durante esos quince días estuve haciendo mis cosas. Y pensando, claro. En todo esto que escribo. Cada día mueren millones de personas. No es nada extraordinario. Yo quise dejar mis cosas en orden. Te expliqué algunos detalles de nuestras finanzas, que es lo mío,  e hice la declaración de la renta, la tuya y la mía, estábamos en tiempo de ello.

    Llegó el día. Me despediste sonriendo, aunque con la preocupación pintada en tus ojos, yo te conozco bien. Ya en el quirófano, se acercó un hombre gordito y colorado:

    –Soy el anestesista jefe de la clínica. Todo va a ir bien. Le voy a ir explicando lo que vamos a hacer.

    Me pincharon la anestesia. Él me dijo: " Va a sentir calor y luego frío, deme su mano".

    Me cogió de la mano, tenía una mano callosa y regordeta. A mí me entró la risa:

    –Mira que si muero así, como un homosexual con su novio... 

    Y me dormí en paz. Todo fue bien como me habían dicho. Pero, después, yo empecé a escribir un nuevo libro, un libro que terminará el día en que yo me muera de verdad. De vez en cuando pongo unas frases, unas reflexiones, unos versos, en él. Se llama "Yo también me iré".

    Estuve a punto de hacerlo, poco tiempo más tarde. Para evitar sorpresas futuras, me hice un chequeo completo y riguroso, en profundidad. Cuando fui a por los resultados a la clínica, el médico, sin decir palabra, se levantó de la mesa y me abrazó. Habían visto algo inquietante, muy inquietante. 

    Me pusieron un tratamiento súper agresivo. Me sentía terriblemente débil. Recuerdo que paseaba todos los días de tu brazo. A veces, temía marearme y caerme redondo al suelo. Nos íbamos a un hotel cercano a la clínica y allí escuchábamos, en su café, a un hombre tocando el piano.  Canciones y melodías de amor. Y yo me tomaba una cerveza sin alcohol, no podía otra cosa, y, sin embargo, nos sentíamos felices, como dos novios.

     Las probabilidades de éxito eran muy pocas, tenían que darme un segundo tratamiento, mucho más agresivo si cabe. Tú me dijiste: "Me han facilitado referencias de un especialista que es uno de los mejores de España. Vamos a ir a verlo". Yo era escéptico, había asimilado ya mi final. "Solo me adelanto un poco. Te espero allí arriba. Y, mientras tanto, os ayudo un poco desde allí". Nuestros hijos me regañaban cuando lo decía, claro.

     Fuimos y los patólogos de esta eminencia coincidieron en el diagnóstico que yo ya tenía. Sin embargo,  este médico nos decía: "Hay algo que no me cuadra. Voy a decirles que repitan las pruebas". Las repitieron con el mismo resultado. Pero aquel médico era todo pundonor: "Tengo una intuición, voy a decirles que enfoquen en tal y cual enzima” –que yo ya no recuerdo.

    A la tercera, fue la vencida. No tenía nada serio. Era una rareza, con similitudes terribles con una enfermedad casi terminal. Vamos, como una seta de cardo con otra seta, pero que es la más venenosa y mortal del mundo. Ambas son setas, pero nada que ver la una con la otra.

    –Si es que todo tú eres muy especial –me decías sonriendo, aliviada.

    Volvimos a nuestra clínica. Repitieron las pruebas y todo quedó aclarado.

    –Lo sentimos. A veces ocurre. Le pedimos perdón por el tratamiento. Era innecesario. Y siempre nos ponemos en lo peor, claro –me dijeron.

    Yo no tenía nada que decir, nada que perdonar. Era el hombre más feliz del mundo. El cierre de mi libro "Yo también me iré", tendría que esperar. Sí, la vida es solo un pálpito. Y, cuando sientes que no se acaba la vida,  que ya viene el próximo latido, no te cabe la alegría dentro. O así debería de ser. Así deberíamos pensar, cuando nos amargamos, estando perfectamente, por nada. Es la gran dicha de vivir. Que es, de por sí, el mayor regalo.

    Todo esto me ha venido a la memoria, tras estos días maravillosos que hemos pasado en América, celebrando nuestras bodas de coral.

    Cuando te sientes tan dichoso, piensas que algo malo va a ocurrir. La vida es así. Convivimos con "La insoportable levedad de nuestro ser". 

    Pero, han pasado ya unas semanas y todo va bien. Yo no sé qué pensar. A lo mejor es que ya he dejado de ser especial. 

    Tú me dices: 

    –No va a pasar nada. Ya nos pasó antes.

    –¿Antes? –digo, sin entender de lo que me hablas.

   Pero te miro y, de repente, caigo. Ya no me acordaba. La vida, pienso,  es olvidar y creer en que cada día se despierta de nuevo el sol. Esta vez habían ocurrido las cosas al revés. Primero, las malas y luego las buenas. De pronto, al calor de tus palabras, las recuerdo.

   Estuvimos a punto de perder este viaje. Cuando, el día de salida, íbamos a facturar en el aeropuerto,  la azafata de Iberia que nos atendía en el mostrador, que tenía por demás una cara lúgubre que invitaba a los malos presagios, tras mirar en el ordenador, nos dijo: "Alicia y Guillermo, todo bien, aquí tenéis vuestra tarjeta de embarque a Londres y luego a Los Ángeles. Natividad y Francisco, sólo me deja hasta Londres".

    Nos quedamos helados. Nuestro vuelo salía en dos horas y media. Le pedimos explicaciones. Pero la chica debía haber regañado esa noche con su novio.

     –No es cosa nuestra –nos soltó–. Vayan a preguntar a American Airlines con la que vuelan desde Londres.

    –Pero, ¿no se encargan ustedes de la facturación de todo el trayecto? Además, American e Iberia forman parte de la misma alianza aérea, ¿No?

    Pero la chica no estaba por la labor: 

     –Yo no puedo hacer nada, lo siento. A ver –desvió la mirada hacia los viajeros que hacían cola–, el siguiente.

    Así que facturamos dos maletas a Los Ángeles y dos a Londres. Tú y yo en Londres ya nos arreglaríamos, como pudiéramos,  para ir a Los Ángeles.

    La chica de American Airlines, que sí debía estar contenta con su novio, nos lo aclaró todo.

    –Es un problema de su visado, el famoso ESTA, hay un error en vuestros dos pasaportes. Donde pone un cero debe ser una O.

    ¡Toma del frasco, Carrasco! ¡Y eso que lo habíamos repasado todo!

    Tuvimos que pedir un nuevo visado, sobre la marcha. Y pagarlo de nuevo, claro. Podían tardar hasta 72 horas en dárnoslo. Es decir, la boda, que era no en Los Ángeles, sino en Las Vegas, estaba perdida si agotaban el plazo.

   Nos subimos súper preocupados al avión camino de Londres, mirando cada dos por tres en el móvil, por si venía el visado corregido. 

   Cuando ya estaba el avión rodando por la pista, nos entró el mensaje del gobierno americano. ¡Teníamos nuevo visado! ¡Fueron rapidísimos, como si supieran que nos íbamos a casar! ¡Tú yo nos sentimos novios de nuevo! En Londres, facturamos nuestras dos maletas y nos sentimos por fin tranquilos. Nos esperaban once horas y media de viaje.

    Pero dicen que la alegría dura poco en casa del pobre. Nada más aterrizar en Los Ángeles, yo recibí un mensaje de American Airlines. Me pedían disculpas porque mi maleta, debido a un error suyo, se había quedado en Londres, me pedían una dirección en América donde enviarla. 

    La sorpresa fue cuando fuimos a retirar nuestras maletas. La mía sí que estaba, la que no llegó fue la de nuestro hijo Guillermo.  La azafata lúgubre la había facturado mal y además había cambiado nuestros nombres. Guillermo se había quedado, no solamente sin su traje para la boda, sino sin ropa alguna.  Así que compartimos la mía, que le quedaba como le quedaba y tuvimos que comprar algunas cosas. Por fin, tras miles de gestiones conseguimos que llegara su maleta a nuestro hotel de Las Vegas, tras nuestra estancia en Los Ángeles y en el Gran Cañón, dos días más tarde. Había sido una auténtica odisea.

    Pero todo lo compensó el magnífico día que pasamos celebrando nuestra boda y todos los que vinieron después. Ya  habíamos olvidado que este viaje había sido casi un milagro.

    Aquí, en este vídeo se nos puede ver, muy dichosos. Quizás la dicha es doble tras los malos comienzos. https://youtu.be/W6SD_rlH4KU.

  Y otro vídeo grabado en el el interior de la limusina, mostrando su interior:



    Sí, la vida es solo un pálpito. Hoy, mientras escribo este post, me entero que ha habido una gran tormenta en el Gran Cañón del Colorado, donde nosotros estuvimos, y se han desprendido bloques de piedra enormes y ha habido algunos muertos. Y, aquí al lado, en Portugal, ha habido un terremoto que se ha sentido en todo el país y también en algunas zonas de España. Vivimos en el alambre. Esperando que llegue el latido siguiente que nos permita seguir respirando.

    Quiero decirte que soy muy afortunado de que seas mi compañera de viaje en este aleteo de vida que compartimos. Y de haber vivido juntos tantas cuestas arriba y abajo. Solo deseo que, cuando a mí me llegue mi hora, yo no concibo ser el segundo y quedarme aquí solo, tú estés a mi lado. Cerrar los ojos, pensando en ti, en tu sonrisa, en todo lo que hemos vivido juntos, y esperarte hasta reunirme de nuevo contigo.  Yo soy de los que creen firmemente en la otra vida.

     Sí, reunirme de nuevo contigo, en el cielo, en el más allá, ya para siempre. Solo quiero eso.

     Porque así sea.


    Para los proyectos: "Yo también me iré". "Envejecer" y para la edición ampliada de "Treinta y cinco gramos de oro".


                                                                       

domingo, 25 de agosto de 2024

FIESTAS EN EL SAUCE CURVO

 


Hacia mucho tiempo que no iba a las fiestas de Sacecorbo, nuestro entrañable Sauce Curvo, yo creo que desde antes de la pandemia.

Muchas sorpresas, y positivas. El pueblo está dinamizado en verano por media docena de peñas de todas las edades, que lo están dando todo por el pueblo.

Muchísima participación, particularmente de los más jóvenes, por lo que veo el futuro asegurado, sobre todo por el verano.

Tras cuatro días intensos, donde he bailado casi todo, vuelvo con fuerzas renovadas a Madrid. Tengo que darle un empujón muy grande a mi novela Regreso al Sauce Curvo, mi particular homenaje a nuestro pueblo, y pensar en cómo lanzar una revista cultural en El Sauce, ahora que me han metido en la Asociación de Vecinos, no me quería comprometer, pero me han arrancado el sí. A ver si saco tiempo e ideas para ello.



Un aspecto de la verbena de la plaza, ayer día de San Bartolomé, patrón del pueblo.


Con mi chica, a la salida de misa, frente a la antigua casa del cura, ahora ya una casa particular, por traslado, una pérdida entendible, del sacerdote a Cifuentes.

martes, 20 de agosto de 2024

NOVIOS FOREVER EN IMÁGENES

 



Llevamos meses de ilusión por este viaje. Es la culminación de nuestro homenaje a nuestro treinta cinco aniversario, que tiene este nombre tan bonito: bodas de coral.

Nos han preparado nuestros hijos una ceremonia que desconocemos, en la entrañable capilla de Graceland de Las Vegas. Nos dicen que es la misma que cuando se casan las parejas de verdad, la única diferencia es que en el certificado del registro oficial indicará "Renovación de votos" en vez de "Matrimonio", que no procede cuando se está casado, claro.


Así que hemos vivido este periodo como si fuéramos novios. Recuerdo en estos momentos la famosa canción de Armando Manzanero:Somos novios

Pues los dos sentimos mutuo amor profundo /Y con eso ya ganamos lo más grande /De este mundo.
Sí, volver a ser novios es renovar tus ganas de agradar a tu pareja, de gustarle y de gustarte. De volver a esa fase de seducción y de alegría. De buscarse, de encontrarse, de sorprenderse, cada día.  De soñar en un futuro siempre mejor.
Y de todo ello hemos tenido, y mucho, estos meses. Solo por eso ya hubiera merecido la pena este viaje. El hacerlo con nuestros hijos, que son quienes lo han preparado todo, lo ha hecho más especial todavía. Porque ellos son el fruto de nuestro amor, que empezamos hace tres décadas y media. Es un homenaje que ellos nos hacen a nosotros y nosotros a ellos, ofreciéndoles de nuevo nuestro amor que perdura y perdurará en el tiempo.
Somos unos novios especiales, tras tanto tiempo viviendo juntos. Nos levantamos y nos ayudamos a arreglarnos el uno al otro. Yo te veo guapísima de novia. Y siento esa alegría que sentí la primera vez al verte.
Bajamos al hall del hotel, que tiene un nombre que le va como anillo al dedo a este paisaje desértico donde se asienta Las Vegas:  Hotel Sáhara. El hotel es como la ciudad en sí, un oasis lleno de jardines y de flores, de alegría y de gente que busca la fortuna en sus casinos. A mí nunca me interesó mucho el juego y la fortuna ya la tengo desde hace tiempo a mi lado. 
Nos encontramos con nuestros hijos y nos hacemos unas fotos. La gente nos mira, nos sonríe, inclusive alguno se acerca y nos da la enhorabuena. Las bodas siempre contagian su alegría. La alegría de los comienzos. Las Vegas es la capital del matrimonio en América. Es muy fácil casarse en ella. Mucha gente viene de otros estados. Así que lo ven como algo propio, se alegran y enorgullecen cuando una pareja enamorada va a casarse a su tierra. 




Salimos del hotel. Seguimos a nuestros hijos. Ellos saben el programa, lo que han preparado. Hace un día luminoso, son las once treinta y quizá ya hemos llegado a los 38 grados. Nosotros salimos al mundo cogidos del brazo. Una limusina enorme del color de tu vestido nos espera en la puerta. El chófer se acerca a saludarnos con una inclinación de cabeza, nuestros hijos nos graban el momento.



Entramos dentro. Para ti y nuestros hijos es la primera vez, yo ya había viajado por motivos de negocios en limusina, en Nueva York, recuerdo, pero ahora es my diferente, claro. Allí hablamos con ellos. Nos preguntan cómo nos encontramos, nos entrevistan, nos graban. Momentos felices. Momentos para el recuerdo.
Llegamos a la Capilla Graceland. Una diminuta casita entrañable. Graceland, este nombre tan bonito que significa en español "tierra de gracia", era el nombre de la mansión de Elvis Presley en su ciudad de Memphis. Nos dicen que pertenece a los herederos de la estrella del rock, yo no sé si es cierto, pero sí veo en su interior un certificado colgado en la pared con la licencia de uso de la imagen del ídolo.



Nos registramos en una pequeña oficina del interior, allí todo es reducido, entrañable, una mera comprobación de nuestros datos que ya tienen. Coincidimos allí con otra pareja que se va a casar de verdad y nos ruegan que nos hagamos una foto con ellos, y les demos suerte para un largo matrimonio como el nuestro. Sí, ser novio es muy bonito:
Nos amamos, nos besamos /Como novios /Nos deseamos y hasta a veces sin motivo /Y sin razón, nos enojamos
Pasamos al interior de la Capilla. Hay una especie de altar en el frente. Allí nos espera la mujer que va a casarnos, que ya nos saludó a la entrada. La capilla tiene cuatro o cinco bancos a cada lado del pasillo, adornados con flores. Yo entro del brazo de nuestra hija. Luego te espero al borde del altar.Tú entras del brazo de nuestro hijo y luego te coges del mío. Todo es sencillo, bonito y entrañable.
Para romper la responsabilidad del momento, Elvis Presley, un imitador del mismo, nos canta una canción de amor y nos pide que le acompañemos en las últimas palabras. No nos sabemos muy bien la letra, tú terminas con "I love you" y yo con "my love". Elvis sonríe, nos abraza y se queda a un lado.
La sacerdotisa, no se me ocurre otro nombre mejor, nos dice unas palabras sobre el amor:  este, nos explica, no es solo sentir esas mariposas en el estómago de los comienzos. A lo mejor ya no las sentís desde hace tiempo, nos dice, yo la interrumpo: desde esta mañana exactamente, le digo esa verdad. Ella se sonríe: mejor que mejor, nos dice,  pero sigue con su razonamiento de que el amor verdadero está más allá del enamoramiento. El amor es entrega, es convivencia, es educar a tus hijos, es vivir toda una vida juntos. Yo siento cómo me aprietas del brazo. Vemos los dos esos treinta cinco años juntos en un segundo a través de las palabras de la sacerdotisa. Estamos emocionados.
Luego nos pasa el micrófono, nos ponemos el uno a otro nuestro anillo de aniversario, y repetimos esas palabras mágicas, esa fórmula del amor verdadero y eterno: cuidarnos, respetarnos, amarnos, hasta el final de nuestros días. Por encima de la adversidad, de la enfermedad, del paso del tiempo.Por encima de todo. Sí, eso es el amor. 
Nos declara marido y mujer, de nuevo. Renovamos nuestros votos por el resto de nuestras vidas. Nos besamos. Elvis se acerca y nos canta el "Love mi tender". Y nos invita a bailar. Te cojo entre mis brazos y bailamos, siento una alegría inmensa, tú sonríes y todo gira alrededor de tu sonrisa. Son unos momentos mágicos e inolvidables.
Terminamos de bailar y Elvis cambia de registro, es hora de divertirse, de sacar de dentro esa alegría que sentimos. Se arranca con "Viva Las Vegas", invita a bailar a nuestros hijos y empezamos a dar saltos todos. Elvis es un showman de primera, pasamos unos momentos eufóricos y divertidos. Salimos así al exterior, revestidos de una luminosidad como la del cielo que nos espera.


Allí el fotógrafo nos retrata en una diminuta cabina llena de flores, nos graba nuestras últimas palabras, toda la ceremonia ha sido grabada, pero esa queda para nosotros.
Ya solos, nuestros hijos y nosotros, hablamos, nos reímos, nos hacemos decenas de fotos. Hasta nos olvidamos del conductor de la limusina que nos espera. Por fin se acerca y nos da la enhorabuena. Entramos al interior y charlamos, reímos, nos prometemos que, cuando hagamos cuarenta años, vendremos toda la familia, con sus parejas y sus hijos incluidos, a celebrarlo aquí, a Las Vegas o, tal vez, a Hawaii, o a Bali, o  no sé dónde, hoy todo es alegría y buenos deseos. 


Yo siento que quiero seguir siendo novio. A tu lado. Vivir en este estado de rejuvenecimiento. Sí, sentir que todavía somos jóvenes, más allá de lo que diga el carnet. ¡Vivan los novios, nos dicen! Y eso es lo que yo quiero: vivir muchos años a tu lado. ¡De novios forever!





Somos noviosProcuramos el momento más oscuro
Para hablarnos
Para darnos el más dulce de los besosRecordar de qué color son los cerezos...
Somos novios.

Unos momentos que nos grabaron nuestros hijos ante la puerta de entrada de la Capilla de Graceland, para este diario literario, cinéfilo y personal:



domingo, 18 de agosto de 2024

EN EL SAUCE CURVO

 

Voy menos de lo que me gustaría al escenario de dos novelas mías, más una tercera en proceso.  Pero, el otro día, hubo jornada grande en la Asociación de Jubilados de Sacecorbo, mi Sauce Curvo literario, y no quise perdérmela.

   Tuvimos misa para nosotros, asamblea, comida y baile en la plaza con canciones de nuestro tiempo, cantadas y tocadas por un hombre orquesta, y su ordenador, que sonaban muy bien, la verdad. ¡Ya no recuerdo desde cuándo no había bailado tanto!

    Visité la sede de la Asociación y su biblioteca, donde deposité unos ejemplares de mis obras, la primera, Memorias del Sauce Curvo, harto conocida en el pueblo dado que fue esponsorizada y distribuida a todos sus habitantes por el Ayuntamiento en su día, hace ya nueve años, ¡cómo pasa el tiempo! y que, poco a poco, se está convirtiendo en una novela muy conocida a nivel nacional, sobre todo desde que Amazon la incluyó, hace ya dos años, en su club vip de lectura Prime Reading, donde sigue a la fecha de hoy.

    Me emociono cuando me cuentan que una chica de mi edad, una de las que me enseñaron a bailar cuando yo era una chaval, y buena amiga desde siempre, que ha muerto recientemente, ya enferma pidió mi novela Lejos del Sauce Curvo, donde se retrata precisamente aquella época. Fue el último libro que leyó. Siempre quedará en mi recuerdo. Descanse en paz. 

    Así que retomo con nuevas energías mi nueva novela Regreso al Sauce Curvo. Llevo ya 64000 palabras, un setenta por ciento aproximadamente, y la tengo ya muy encaminada. A ver si puedo publicarla antes de Navidad. Formaría trilogía con las dos anteriores y es mi homenaje a mi pueblo y a la vida que llevamos los de nuestra generación y la de nuestro padres.

    Por último, ayer, me llama el productor de Tus Ojos, Manuel Serrano y me da una noticia que me ilusiona mucho. El ICAA ya ha calificado nuestro documental y se podrá comercializar a partir de ahora.

     Me saluda: "Buenos días, director". Y hoy, todavía no me lo creo, que haya dado a luz, junto con un excelente equipo,  a este documental, "Tiempos de soledad", que siempre recordaré con mucho cariño. Me invita al rodaje de nuestra película sobre la soledad, precisamente, que se llama de forma provisional: "Los años me sientan bien", en la que yo soy uno de los guionistas. Prometo acercarme a las localizaciones de Madrid, donde tendrá un papel protagonista un gran descubrimiento que hicimos en el documental, Ángel Custodio, que ha logrado salir de la calle, escribiendo un libro que se llama así: Salir de la calle, y que vende a través de su cuenta de Instagram: salirdela_calle. Lo recomiendo mucho. Aprenderéis cosas muy interesantes.



Durante la comida en el Hostal La Hoz.



En la tertulia de la bilioteca de la Asociación, con algunas "jóvenes" de la misma.

Memorias del Sauce Curvo: "Rejuvenécete". En Amazon: https://amzn.to/3hBuNkx



miércoles, 14 de agosto de 2024

AGOSTO EN MADRID



          Hace cinco años, yo perdí a mis padres en un intervalo de seis meses, a mi padre el uno de agosto. Unas semanas más tarde,  escribí este poema sentado en un banco del parque, lleno de dolor y anegado de su ausencia.

         El gran poeta y amigo, Alonso De Molina, lo recitó y grabó con su propia voz para su Revista Poética de Sur a Sur:  https://www.youtube.com/watch?v=LcgNuQXOZtI...

         Regresado de Estados Unidos, paso unos días en Madrid y me he acordado de este poema y, sobre todo, de mis seres queridos, a quienes nunca olvido. Va por ellos.

miércoles, 7 de agosto de 2024

NOVIOS FOREVER

 

Llevamos meses de ilusión por este viaje. Es la culminación de nuestro homenaje a nuestro treinta cinco aniversario, que tiene este nombre tan bonito: bodas de coral.

Nos han preparado nuestros hijos una ceremonia que desconocemos, en la entrañable capilla de Graceland de Las Vegas. Nos dicen que es la misma que cuando se casan las parejas de verdad, la única diferencia es que en el certificado del registro oficial indicará "Renovación de votos" en vez de "Matrimonio", que no procede cuando se está casado, claro.

Así que hemos vivido este periodo como si fuéramos novios. Recuerdo en estos momentos la famosa canción de Armando Manzanero:Somos novios

Pues los dos sentimos mutuo amor profundo /Y con eso ya ganamos lo más grande /De este mundo.
Sí, volver a ser novios es renovar tus ganas de agradar a tu pareja, de gustarle y de gustarte. De volver a esa fase de seducción y de alegría. De buscarse, de encontrarse, de sorprenderse, cada día.  De soñar en un futuro siempre mejor.
Y de todo ello hemos tenido, y mucho, estos meses. Solo por eso ya hubiera merecido la pena este viaje. El hacerlo con nuestros hijos, que son quienes lo han preparado todo, lo ha hecho más especial todavía. Porque ellos son el fruto de nuestro amor, que empezamos hace tres décadas y media. Es un homenaje que ellos nos hacen a nosotros y nosotros a ellos, ofreciéndoles de nuevo nuestro amor que perdura y perdurará en el tiempo.
Somos unos novios especiales, tras tanto tiempo viviendo juntos. Nos levantamos y nos ayudamos a arreglarnos el uno al otro. Yo te veo guapísima de novia. Y siento esa alegría que sentí la primera vez al verte.
Bajamos al hall del hotel, que tiene un nombre que le va como anillo al dedo a este paisaje desértico donde se asienta Las Vegas:  Hotel Sáhara. El hotel es como la ciudad en sí, un oasis lleno de jardines y de flores, de alegría y de gente que busca la fortuna en sus casinos. A mí nunca me interesó mucho el juego y la fortuna ya la tengo desde hace tiempo a mi lado. 
Nos encontramos con nuestros hijos y nos hacemos unas fotos. La gente nos mira, nos sonríe, inclusive alguno se acerca y nos da la enhorabuena. Las bodas siempre contagian su alegría. La alegría de los comienzos. Las Vegas es la capital del matrimonio en América. Es muy fácil casarse en ella. Mucha gente viene de otros estados. Así que lo ven como algo propio, se alegran y enorgullecen cuando una pareja enamorada va a casarse a su tierra. 
Salimos del hotel. Seguimos a nuestros hijos. Ellos saben el programa, lo que han preparado. Hace un día luminoso, son las once treinta y quizá ya hemos llegado a los 38 grados. Nosotros salimos al mundo cogidos del brazo. Una limusina enorme del color de tu vestido nos espera en la puerta. El chófer se acerca a saludarnos con una inclinación de cabeza, nuestros hijos nos graban el momento.
Entramos dentro. Para ti y nuestros hijos es la primera vez, yo ya había viajado por motivos de negocios en limusina, en Nueva York, recuerdo, pero ahora es my diferente, claro. Allí hablamos con ellos. Nos preguntan cómo nos encontramos, nos entrevistan, nos graban. Momentos felices. Momentos para el recuerdo.
Llegamos a la Capilla Graceland. Una diminuta casita entrañable. Graceland, este nombre tan bonito que significa en español "tierra de gracia", era el nombre de la mansión de Elvis Presley en su ciudad de Memphis. Nos dicen que pertenece a los herederos de la estrella del rock, yo no sé si es cierto, pero sí veo en su interior un certificado colgado en la pared con la licencia de uso de la imagen del ídolo.
Nos registramos en una pequeña oficina del interior, allí todo es reducido, entrañable, una mera comprobación de nuestros datos que ya tienen. Coincidimos allí con otra pareja que se va a casar de verdad y nos ruegan que nos hagamos una foto con ellos, y les demos suerte para un largo matrimonio como el nuestro. Sí, ser novio es muy bonito:
Nos amamos, nos besamos /Como novios /Nos deseamos y hasta a veces sin motivo /Y sin razón, nos enojamos
Pasamos al interior de la Capilla. Hay una especie de altar en el frente. Allí nos espera la mujer que va a casarnos, que ya nos saludó a la entrada. La capilla tiene cuatro o cinco bancos a cada lado del pasillo, adornados con flores. Yo entro del brazo de nuestra hija. Luego te espero al borde del altar.Tú entras del brazo de nuestro hijo y luego te coges del mío. Todo es sencillo, bonito y entrañable.
Para romper la responsabilidad del momento, Elvis Presley, un imitador del mismo, nos canta una canción de amor y nos pide que le acompañemos en las últimas palabras. No nos sabemos muy bien la letra, tú terminas con "I love you" y yo con "my love". Elvis sonríe, nos abraza y se queda a un lado.
La sacerdotisa, no se me ocurre otro nombre mejor, nos dice unas palabras sobre el amor:  este, nos explica, no es solo sentir esas mariposas en el estómago de los comienzos. A lo mejor ya no las sentís desde hace tiempo, nos dice, yo la interrumpo: desde esta mañana exactamente, le digo esa verdad. Ella se sonríe: mejor que mejor, nos dice,  pero sigue con su razonamiento de que el amor verdadero está más allá del enamoramiento. El amor es entrega, es convivencia, es educar a tus hijos, es vivir toda una vida juntos. Yo siento cómo me aprietas del brazo. Vemos los dos esos treinta cinco años juntos en un segundo a través de las palabras de la sacerdotisa. Estamos emocionados.
Luego nos pasa el micrófono y repetimos esas palabras mágicas, esa fórmula del amor verdadero y eterno: cuidarnos, respetarnos, amarnos, hasta el final de nuestros días. Por encima de la adversidad, de la enfermedad, del paso del tiempo.Por encima de todo. Sí, eso es el amor. 
Nos declara marido y mujer, de nuevo. Renovamos nuestros votos por el resto de nuestras vidas. Nos besamos. Elvis se acerca y nos canta el "Love mi tender". Y nos invita a bailar. Te cojo entre mis brazos y bailamos, siento una alegría inmensa, tú sonríes y todo gira alrededor de tu sonrisa. Son unos momentos mágicos e inolvidables.
Terminamos de bailar y Elvis cambia de registro, es hora de divertirse, de sacar de dentro esa alegría que sentimos. Se arranca con "Viva Las Vegas", invita a bailar a nuestros hijos y empezamos a dar saltos todos. Elvis es un showman de primera, pasamos unos momentos eufóricos y divertidos. Salimos así al exterior, revestidos de una luminosidad como la del cielo que nos espera.
Allí el fotógrafo nos retrata en una diminuta cabina llena de flores, nos graba nuestras últimas palabras, toda la ceremonia ha sido grabada, pero esa queda para nosotros.
Ya solos, nuestros hijos y nosotros, hablamos, nos reímos, nos hacemos decenas de fotos. Hasta nos olvidamos del conductor de la limusina que nos espera. Por fin se acerca y nos da la enhorabuena. Entramos al interior y charlamos, reímos, nos prometemos que, cuando hagamos cuarenta años, vendremos toda la familia, con sus parejas y sus hijos incluidos, a celebrarlo aquí, a Las Vegas o, tal vez, a Hawaii, o a Bali, o  no sé dónde, hoy todo es alegría y buenos deseos. 
Yo siento que quiero seguir siendo novio. A tu lado. Vivir en este estado de rejuvenecimiento. Sí, sentir que todavía somos jóvenes, más allá de lo que diga el carnet. ¡Vivan los novios, nos dicen! Y eso es lo que yo quiero: vivir muchos años a tu lado. ¡De novios forever!
Somos noviosProcuramos el momento más oscuro
Para hablarnos
Para darnos el más dulce de los besosRecordar de qué color son los cerezos...
Somos novios.

Unos momentos que nos grabaron nuestros hijos ante la puerta de entrada de la Capilla de Graceland, para este diario literario, cinéfilo y personal: