Se encamó el escritor con la editora. Acabóse la coyunda y el primero le preguntó:
-¿Me darán el premio por lo bien que escribo o por lo bien que te lo hago?
Ella le acarició la cornamenta.
-No damos los premios de antemano, querido. Pero léeme otra vez el final de tu libro, que me gusta mucho.
Y a él le brillaron los ojos como cuando era un niño.