Repasando entre sus papeles, el escritor se da cuenta de que su tercera entrega sobre sus últimas vacaciones de Navidad se quedó a medio terminar. Y quiere acabarla, antes de que el recuerdo de aquellos días dichosos se vaya diluyendo con el paso del tiempo y acabe enterrado bajo las sucesivas paletadas de tierra que caen sobre la tumba de su memoria.
Una noche se toparon en Cala Finestrat con Papá Noel repartiendo sus juguetes entre los niños. Estaba metido dentro de una burbuja, junto al mar gris y el cielo azulado de la noche. El escritor se acuerda de cuando era niño y se dormía, la víspera de los Reyes Magos, con la mente llena de alucinaciones y con ganas de despertarse al menor ruido de los camellos. Mira que ha pasado tiempo, se dice, pero es el mismo brillo el que detecta en las pupilas incandescentes de tantos pequeños de hoy. La ilusión viaja sin arrugas a través de los años, porque solo es el fruto de la pureza de los sueños. Y los mayores, que ya llevamos a nuestra espalda, una decena de trienios ejerciendo de Reyes Magos, no dejamos de regocijarnos por dentro siendo testigos de esta ilusión que se nos muestra al lado del mar.
Al día siguiente el escritor y su familia se desplazan a Elche.Su hijo quiere conocer esta ciudad. Nos explica que está en conversaciones con una empresa de allí para unirse a la misma cuando regrese de su máster. Al escritor, en principio, no le seduce mucho la idea, piensa que Elche debe ser un pueblo modesto y fuera de los circuitos empresariales más potentes. Pero se lleva dos sorpresas: Elche tiene más de 200.000 habitantes y es la 21ª ciudad más importante de España, por delante de la mayoría de capitales de provincia y en su polígono empresarial se halla una empresa muy puntera. Tan puntera que ha lanzado el primer cohete español al espacio y está tramitando el segundo. ¡Acabáramos!, no hay nada como rodearse de gente joven para volver al paraíso de las novedades y de los sueños. Así que, piensan, él y su mujer, que su casa de la playa bien pudiera convertirse en residencia de su vástago, está a menos de tres cuartos de hora en coche, y ellos tendrían un motivo más para venir a ella. Ya se verán los derroteros a los que les conduce el destino.
Comen allí y, a la vuelta, su hija les pide conducir el coche. Al paso por Villajoyosa, se desvía y les explica que les va a enseñar un gran descubrimiento que hizo el año pasado. Llegan a una playa, eso sí, bellísima y apartada, aparca el coche y mira a sus padres sonriendo, esperando su reacción. El escritor y su mujer se miran y, un tanto desconcertados, le devuelven la mirada a su hija.
–¿De verdad que no os acordáis? Pues vaya memoria.
Sus padres siguen sin caer.
-A ver, antes de esta urbanización de lujo hubo aquí una residencia. Esta es la Playa del Paraíso.
Ahora sí que caen en ello y abrazan a su hija. Saben perfectamente por qué les ha llevado hasta allí.
El banco donde trabajaba el escritor tenía una residencia de vacaciones para sus empleados y sus cónyuges, matrimonios, pero sin hijos. Allí recalaban sobre todo parejas jóvenes de recién casados. El escritor y su mujer fueron una pareja de aquellas. Estuvieron una sola vez. Y allí encargaron a su niña. Un auténtico regalo.
El escritor recuerda que cuando acordaron tener un niño fueron a su médico, para anunciarle que se ponían a ello. "Vuelvan dentro de seis meses por aquí", les sonrió. No sabía el hombre que iban a ir a aquella residencia. La residencia en sí no estaba mal, un hotel de 3/4 estrellas, pero tenía una finca paralela al mar, quizás de un kilómetro, o más, de auténtico lujo. Tenían un acceso directo, y casi privado, porque allí no había apenas nadie más, a la Playa del Paraíso, bellísima y solitaria.
Y cuando se retiraban a dormir, allí no dormía nadie. Aquellas parejas en edad se dedicaban a disfrutarse uno del otro. El aislamiento y la acústica de aquella residencia eran los típicos de la época. Así que traspasaban las paredes aquellos esfuerzos amatorios que servían de coro aleccionador a las habitaciones vecinas. No es de extrañar que el escritor y su mujer, al poco del regreso a Madrid de aquellos quince días tan especiales, hubieran de visitar al doctor. "¿Tan pronto?", les dijo sonriendo. No fueron los únicos, ni mucho menos.
Cuando fue mayor se lo contaron a su hija. "En mejor sitio no te pudimos encargar: La Playa del Paraíso, en el pueblo de La Villajoyosa". ¡Y ahora era ella quien se lo recordaba a sus padres!
Recorren toda la playa hasta el final, hablando de ello. ¡Cuántos recuerdos!
Su otro hijo escucha sin participar, claro. Hasta que su madre le cuenta que él también había venido con muchas ganas. Durante alguno de aquellos días de vino y rosas de Marbella de 1996 o, quizás, en alguno de los días previos en El Sauce.
Graban un vídeo de recuerdo, ya al final de la playa. El escritor lo incluye aquí, en estas memorias literarias, para que pueda recordar siempre a este sitio de El Paraíso y lo que significó para él y su familia.
https://www.youtube.com/watch?v=JSPDPIYfRTk
También recuerda, cómo no, aquellos años dorados en aquel dúplex de aquella selecta urbanización de Nueva Andalucía, donde encargaron a su pequeño en el verano de 1996. Vivir a cierta edad es recordar.https://www.youtube.com/watch?v=_l4gWXXlUqs