viernes, 9 de febrero de 2024

EL ÚLTIMO MERIDIANO





EL ÚLTIMO MERIDIANO

Afirmaba Confucio que se tienen dos vidas, y que la segunda empieza cuando te das cuenta de que solo tienes una. Muchas veces ese momento no llega hasta la vejez, donde reparas en el poco tiempo que te queda, donde el paisaje se despeja de tantos trampantojos que la vida superficial y falsa de hoy ha puesto delante de ti como liebres saltarinas a las que no dejas de perseguir y que te apartan de cualquier otra meditación sobre el sentido de nuestra existencia.
Dicen que la vejez es un regreso a la infancia. Y, con matices, estoy totalmente de acuerdo. Las une una forma de vivir donde solo reina, en verdad, el presente.
La vejez no se entiende sin jubilación. Y la jubilación supone bajarse del carro de la ansiedad, de la competitividad, del deseo por progresar a toda costa. Sí, la edad adulta es la edad del deseo y, por tanto, de la frustración, del sufrimiento, salvo cuatro momentos eufóricos por haber alcanzado esas metas volantes que rápidamente sustituyes por otras que están más allá, es la edad de la postergación del presente a la espera de conseguir ese futuro soñado.
Dice Navak Ravikant, estoy leyendo un libro de sus pensamientos que me encanta, que la falta de deseo lleva a la paz. Y que de esta brota la felicidad, porque en ese momento tus sentidos solo se dedican a percibir, a absorber todos los rayos luminosos que nos ofrece ese presente que se despliega como nunca a nuestros ojos.
Ojo, no seré yo, el que reniegue de todo lo conseguido por el hombre. En muchos aspectos vivimos mucho mejor que nunca. Y todos tenemos un compromiso social con nuestros semejantes: hemos de procurarles a ellos, y a nosotros mismos, mejor salud, más seguridad, mayor formación, etc. Y eso solo lo da ese trabajo esforzado y constante que realizamos durante la edad adulta.
Digamos que en la infancia creces y te preparas, en la edad adulta rindes y aportas valor a la sociedad que te rodea. En la vejez, te repliegas sobre ti mismo y te dedicas a saborear lo conseguido, a disfrutar de tu presente de una forma pacífica y relajada.
Ojalá en la adultez tuviéramos también algo de ese espacio para nosotros, lejos del ajetreo y la ansiedad por hacer y hacer. Decía Pascal que el secreto de la felicidad es saber estar media hora en tu habitación sin hacer nada. Sin morirte de ansiedad o aburrimiento. Sino solo disfrutando de tu presencia y escuchando el latido de tu corazón.
Ojalá en la vejez todo el mundo encontrara asimismo algo de esa actividad con la que completar esa maravillosa actitud contemplativa y reflexiva de la existencia. Una actividad no obligada, sin horarios y sin premios materiales, sino elegida solo porque te gusta, porque te divierte, porque crees que eres bueno en ella y disfrutas haciéndola y ofreciéndola a los demás, por si les sirve de algo.
El otro día fue mi cumpleaños, me cayeron 67 del ala. Aprovecho para daros las gracias por vuestras innumerables felicitaciones. Me di cuenta que estaba ya cruzando el último meridiano. Pero todavía disfruto en compañía de mi familia. Y haciendo lo que me gusta: escribir y ayudar a producir películas.
Y me acordé también de aquella canción entrañable de Ketama: “No estamos locos”.
Su letra dice así: No estamos locos/ que sabemos lo que queremos / vive la vida igual que si fuera un sueño…
Ojalá, jóvenes y mayores, no lo olvidemos nunca. Creo que viviríamos aún mucho mejor.


FOTO: Con Antonio Carmona, líder de Ketama, en el aeropuerto de Barajas, en una época en que viajaba mucho por motivos de trabajo, persiguiendo liebres saltarinas.

VÍDEO: Un momento de la celebración de mi cumpleaños en un restaurante de Madrid. Con mi familia y el novio de mi hija, la novia de mi hijo se encuentra en Barcelona. Entonces se me ocurrió el título de este post: "El último meridiano". También rompí por un día una dieta que me va a dejar, según mi nutricionista, como un pincel, aunque ahora se me vea algo más arrugado de lo normal. En fin, todo sea por prepararse para que esta última travesía sea lo mejor posible.


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