jueves, 18 de julio de 2024

VIAJES

 Ahora que estoy preparando un viaje lago y especial, a los Estados Unidos de América, pienso en los viajes. Qué puedo decir de ellos. A estas alturas uno cree que puede sacar de la chistera de su obra, o de su vida, cualquier paloma. Ahí van dos textos que escribí hace algún tiempo.



En las Torres Gemelas Petronas, de Kuala Lumpur (Malasia), las  más altas de Asia, y del mundo entero, el pasado verano.

                                EL SECRETO DE LOS VIAJES


“Los viajes son en la juventud una parte de la educación y, en la vejez, una parte de la experiencia”



Francis Bacon


  ¿Tú sabes por qué se recuerdan tanto los viajes? — me pregunto cuando acabo de volver de uno —. Yo creo que es —me contesto yo mismo—,  porque al final te das cuenta de que en un viaje está, concentrada, toda la vida.
La vida es como un viaje, con un origen y un destino, a veces, desconocidos y, entre medias, cosas que hacer, objetivos que alcanzar, ilusiones que cumplir. Cada uno se busca las suyas: hablas contigo mismo mientras miras sereno el paisaje y descubres nuevos colores que te acarician el terciopelo de tu alma o, tal vez, degustas la gastronomía por donde pasas y pones en pie los sentidos que se desperezan por todos los rincones de tu cuerpo o, quizá, compartes parte del trayecto con alguien a quien amas y sientes entonces la alegría de la hiedra que crece por la pared blanca, o te miras en el espejo del río y ves cómo el tiempo avanza por tus sienes, hasta que, al final, llegas a tu destino.
Porque siempre hay un destino final, donde el viaje se agota, donde la vida se termina.
Lo que pasa con los viajes es que son solo como un ensayo de la vida. La vida solamente tiene un disparo, mientras que tú puedes pertrecharte con una cartuchera llena de viajes. Por eso pienso yo que los recordamos tanto.
     Los viajes son como los juegos de los niños, en los que ellos aprenden, practican la gimnasia de la vida. Sí, por eso se recuerdan tanto los viajes, como los niños recuerdan lo felices que eran jugando.

De mi novela "El día que fuimos dioses"


En Singapur el pasado verano, frente al complejo Marina Bay con el hotel en cuya azotea se encuentra la piscina más elevada del mundo.


                                           LA ILUSIÓN DE LOS VIAJES


6 de Agosto

 

“Nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar”

Emile Zola

 

“Invertir en viajar es invertir en uno mismo”

Matthew Karsten

 

“Hay una especie de magia cuando nos vamos y, al volver, hemos cambiado

Kate Douglas Wiggin

 

 


 

Miras por la ventanilla y una alfombra blanca, de espuma, se extiende hasta el infinito. Debajo, el mar, al que sólo intuyes entre los intersticios del suelo de algodón, de nubes.

 

Miras por la ventanilla. Y encuentras el mundo al revés: con las nubes a tus pies y, encima de ti, nada. Sólo un aire puro y azul que no tiene límites.

 

Es lo bueno de los viajes, que todo tiene otra perspectiva. Y otra ilusión. Haces, por un tiempo, la vida de los pájaros, que a mí, no sé por qué, me han parecido unos animales siempre contentos, rayando en una deslumbrante alegría...

 

Tú, a lo mejor, has tenido la suerte de viajar mucho. Ahora vas a New York y aterrizarás a unos palmos del mar, casi surfeando sobre las olas. Y has cruzado de noche por el Ártico, sobre un mundo de iglús y de silencio helado. O sobre las decenas de volcanes de la Isla Blanca de Nueva Zelanda. O justo por encima de la Cordillera Andina. O de los Himalayas. Qué más da.

 

Viajar, volando o a ras de tierra, es cambiar de realidad, que es lo que hacemos cuando soñamos. Así que en los viajes tú aprovechas para renovar tus sueños. Tus ilusiones. Y los amores que mueven tu existencia.

 

Aprovechas para cargar las pilas. Para romper las amarras que te atan al día a día, a la cruda realidad. Y elevarte, por un momento, como una cometa una mañana luminosa de domingo. Hasta donde te lleven los vientos y las manos temblorosas, y gozosas, de un niño, que serán tu única brida.

 

Y, entonces, desde lo alto, todo parece más ligero, más luminoso, mucho mejor. Como el mundo que esperas encontrar cuando llegues. O cuando regreses. Al que tú pintas las esquinas de ese color mágico y dorado que, tú sabes, porque a lo mejor has viajado mucho ya, se irá oxidando con el paso de los días y cubriéndose de ese moho en el que se acumula la rutina y la inercia.

 

Pero también sabes, porque lo has sentido tantas veces, que debajo de esa costra grisácea y anodina, duermen los sueños, con sus alas plegadas. Como las mariposas sobre los pétalos de las flores, en la oscuridad de la noche. Esperando que, de nuevo, un día abras las ventanas y todo se llene de luz, de nuevo.

 

 La luz que produce un viaje en el horizonte, aunque sea al otro lado de la esquina.

 

 Como cuando te llevaba tu padre a las afueras del pueblo y soltabais una cometa. Y se elevaba sobre el cielo. Y el domingo parecía otro. Mucho más largo. Tanto, que el lunes no llegaba nunca, mientras jugabas, una y otra vez, entre las nubes...

 

De mi libro: "Mil palabras para la felicidad"


Y el verano, los viajes, son siempre una buena oportunidad para leer: Si no la has leído todavía, no te pierdas  EL DONANTE:


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