Hace dos meses nos llevamos un gran disgusto. En la casa de Sace, un fontanero dejó floja una tuerca y, en nuestra ausencia, una subida de presión del agua nos produjo una inundación en el piso de abajo que afectó, entre otras dependencias, al interior de un espacioso armario que tenemos en nuestro dormitorio.
Para facilitar el trabajo a los pintores del seguro, una tarde nos dedicamos tú y yo a vaciar totalmente el mismo. Y, cuál sería nuestra sorpresa, cuando, al llegar al maletero, tras sacar una guitarra y no sé cuántos cachivaches más, dimos con una caja que, al abrirla, contenía el viejo proyector de súper-8 con el que visionábamos las viejas películas, de tres minutos y mudas, que grabábamos con aquellos primeros tomavistas de los ochenta.
A su lado, encontramos el tesoro de unas cuantas de aquellas. Yo pensé que se trataría de grabaciones mías de soltero, que habría arrumbado a tan recóndito sitio. Las mandé a digitalizar y, tras tres semanas de tardanza, nos llevamos la gran y maravillosa sorpresa. Eran del año 1989, aquel en el que nos casamos. Ahora hacemos, precisamente, nuestro treinta y cinco aniversario, que vamos a celebrar como Dios manda. Por lo que significa, las bodas de coral, según dicen, y, porque nuestro treinta aniversario pasó casi desapercibido. En 2019, perdí a mis padres con un intervalo de apenas seis meses.
Sí, este año, a instancias de nuestros hijos, vamos a renovar nuestros votos en un viaje maravilloso que estamos planificando desde hace tiempo. Y, qué mejor para prepararlo, que recordar aquel primero y más importante que hicimos, ahora hace treinta y cinco años.
El de Galicia no fue, propiamente, nuestro viaje de luna de miel, lo hicimos unos meses más tarde de este, en verano. Nos lanzamos a recorrer la entrañable tierra gallega sin planificar nada, tú y yo y nuestro querido coche: un Seat 131 Supermirafiori granate, que todavía guardamos en nuestra memoria. Fue inolvidable. A veces dormíamos, con todo ocupado en agosto, en sitios inverosímiles. Descubríamos juntos rincones bellísimos en las rías, disfrutábamos de nuestra juventud y de nuestro amor de entonces, ese amor primigenio e inigualable que brilla en sus comienzos como un rayo de sol. ¡Como brillabas tú!
Me dices: “¡Qué pena, ya no somos tan jóvenes, ya no somos nosotros! Pero sí que lo somos”, rectificas luego, “porque aquello que vivimos sigue en nuestro interior, forma parte para siempre de nosotros mismos”.
Por ello, ahora lo sé, ahora lo recuerdo, en algunos momentos de desencuentro ninguno de nosotros dos se ha decidido a abandonar nunca nuestro barco, siempre ha habido un imán, una fuerza interior que nos ha atraído de nuevo a estar juntos.
Ahora vemos de dónde nace la fuerza de ese imán. La sentíamos pero no recordábamos de dónde nacía. Estaba allí, en el maletero de la casa de Sace. Aquello que una vez nos unió sigue brillando. Su luz no se apagará nunca. ¡Va por ti! ¡Y por mí! ¡Por nosotros! ¡Para siempre!
Recuerdo de Galicia: https://www.youtube.com/watch?v=ImfyN2Xy-mE